– ?Hace deporte? -pregunto Lindell-. ?Puede que se haya llevado todo su equipo?

– No.

– Seguro que aparece.

– Ni siquiera ha dado de comer a los peces, no los ha mirado ni una sola vez.

– ?Ha vuelto a pasar Lennart por ahi?

– No, y si lo hace lo echare.

– Justus aparecera, no te preocupes -sostuvo Lindell.

Berit podia llamarla si no regresaba a casa en las proximas horas. Justus tenia movil, pero no habia respondido a las llamadas de Berit.

Sus padres llegarian al cabo de un par de horas. La temperatura del jamon habia subido hasta los cuarenta y ocho grados. Ann, desanimada, miro fijamente el caldo, donde algunos granos de pimienta bailaban en movimientos circulares, como cuerpos celestes en una trayectoria inalterada.

Se aparto de la cocina repentinamente asqueada al recordar lo que sintio al descubrir que estaba embarazada de un hombre al que no conocia. Karin, del centro de asistencia primaria, le dio la posible explicacion de su embarazo: habia tomado unas pastillas dieteticas que contenian hiperico, lo que anulo el efecto de la pildora.

?Por que ese desprecio a si misma? ?Se debia a que estaba cociendo un jamon unicamente porque sus padres celebrarian la Navidad en Uppsala? De no ser asi ella no se habria preocupado de la Navidad, apenas habria decorado la casa. La alegria por el reencuentro se turbaba con la idea de la obligacion: tenia que comportarse como una buena hija y una buena madre.

Temia las miradas y los comentarios de su propia madre. Ann no podia recordar que su madre fuera asi durante su adolescencia. La creciente falta de salud y la pasividad de su padre habian desatado un proceso en el cual controlar a la hija era lo primordial. Ella suspendia como madre. Era como si no fuera capaz de cuidar de Erik. «Quiza lo sea -penso-. Quiza sea totalmente incapaz de educar a un hijo sola.»

– Seguro que permanecere sola -dijo en voz alta.

Entro en la habitacion de Erik, se coloco junto a su cuna y lo observo. Estaba sano y seguia a la perfeccion la curva de crecimiento. ?Por que tenia que ser peor madre que otras? Ann comprendio que era su propia falta de confianza lo que creaba la inseguridad y todas esas preguntas.

El telefono vibro. Habia apagado la senal de llamada para no molestar a Erik. Era Berit.

– Ha degollado unos cuantos peces -expuso.

– ?Que quieres decir?

– Ha sacado unos peces y les ha cortado la cabeza.

Berit lleno de aire sus pulmones, como para impedir que se le escapase un grito.

– ?Esta manana?

– Si, creia que no se ocupaba de dar de comer a los peces y no lo ha hecho. Pero, ademas, ha cogido a todas las princesas y las ha matado. No lo entiendo.

– ?Las princesas?

– Asi se llama una de las especies: «princesa de Burundi». A los otros no los ha tocado.

– ?Por que justo esos?

Berit rompio en un sonoro gimoteo que acabo en un grito desesperado. Lindell intento que la escuchara, pero le dio la impresion de que Berit habia dejado el telefono; quiza se habia desplomado sobre la silla o en el suelo. Su llanto se oia cada vez mas lejano.

– Voy para alla -dijo Lindell, y colgo.

Miro el reloj, corrio al cuarto de Erik, le puso un gorro, lo envolvio en una manta y abandono el apartamento. El termometro del jamon marcaba sesenta grados.

34

E1 apreton de manos de Karolina Wittaker fue humedo y debil.

– Pero, ?ay!, lo que uno puede equivocarse -le diria despues Haver a Berglund-. Se ha hecho con el mando de inmediato. Me he sentido como un nino pequeno. Ha dado una conferencia sobre los trastornos de la personalidad y…

– ?Que ha dicho ella? -interrumpio Berglund.

– Que podemos seguir adelante, pero ella quiere estar presente.

– Vaya -dijo Berglund de pronto, y prosiguio apresurado por el pasillo.

Haver lo siguio con la mirada con una expresion de asombro, luego se encogio de hombros y entro en el despacho de Ottosson. El jefe de la unidad estaba sentado inclinado sobre el crucigrama del Aftonbladet.

– Tengo que vaciar un poco la mente -explico disculpandose, y aparto el periodico.

– La psicologa quiere estar presente cuando interroguemos a Hahn -notifico Haver.

– No hay ningun problema. ?Como es?

– Mujer. Treinta y cinco anos, guapa y segura de si misma.

– Vaya, una de esas -dijo Ottosson, y sonrio-. Seguro que todo saldra bien.

– ?Que le pasa a Berglund?

– ?Le pasa algo? ?Piensas en lo que ha dicho durante la reunion?

– Parece estar jodidamente histerico -sostuvo Haver.

– Ahora todos estamos igual. Ademas, dentro de poco es Navidad. Para Berglund es un tiempo sagrado. Es cuando se reune con su clan a comer, hacen un puzzle y Dios sabe que mas. Apenas conozco a nadie que sea tan amante de la familia y tan apegado a las tradiciones. Lo que mas desea es estar en casa, haciendo caramelo y colgando adornos.

Haver no pudo menos que reir. Ottosson lo miro con una expresion amable.

– Tu puedes arreglar esto -dijo-, pero recuerda que Hahn es un enfermo. Apunalo a uno de los nuestros, pero tambien es una persona herida. Herida y persona.

Ola Haver sintio la dualidad: las calidas palabras del jefe de la unidad y la confianza puesta en el, pero tambien la rabia por su actitud comprensiva hacia un doble asesino. Ottosson era asi, comprensivo y agradable, eso lo convertia en un buen jefe, pero en aquel momento en la comisaria dominaba la pena y la rabia. Claro que Hahn era una persona, pero odiosa.

– Janne tenia mujer y dos hijos -afirmo Haver dominandose.

– Lo se -contesto Ottosson tranquilo-, pero nosotros no estamos aqui para juzgar.

«?Que sermon de cura es este?», penso Haver.

– Se lo que piensas, pero hace tiempo Johny y Vincent Arnold Hahn fueron ninos. Ya sabes, chicos pequenos, de esos que se ven por la calle. Lo estuve pensando este otono, cuando empezaron las clases. Vi a los chavales por la calle con sus mochilas y sus pantalones cortos, y pense: «Seguro que por ahi va un ladron, un maltratador de mujeres, un drogadicto o un camello». ?Entiendes lo que quiero decir?

– No del todo -admitio Haver.

– Iban camino de la escuela, camino de la vida. ?Que hacemos con ellos?

– ?Te refieres a que esta decidido de antemano quienes seran drogatas y quienes asesinos?

– Al contrario -dijo Ottosson inesperadamente cortante.

– Todos tenemos una responsabilidad -apunto Haver.

– Claro, nadie se salva, solo quiero que pienses en eso cuando interrogues a Hahn. Tu mision, nuestra mision, es investigar y decirle al fiscal y a la sociedad que ha pasado, pero tambien debemos ser capaces de ver a los ninos con sus mochilas.

Ottosson se atuso la barba, miro a Haver y asintio con la cabeza. Haver cabeceo a modo de respuesta y abandono la habitacion.

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