Capitulo 1

Carl habia conocido mejores despertares que aquel.

Lo primero que registro fue el surtidor acido que discurria por su faringe, y despues, cuando abrio los ojos para buscar algo que aliviara su malestar, vio un rostro de mujer babeante y borroso en la almohada de al lado.

Ostras, si es Sysser, penso, tratando de recordar que errores habia cometido la noche anterior. Tenia que ser Sysser. La fumadora empedernida de su vecina. Factotum locuaz y casi jubilada del Ayuntamiento de Allerod.

Una idea atroz lo asalto. Tras levantar poco a poco el edredon, observo con un suspiro de alivio que a pesar de todo llevaba los gayumbos puestos.

– Joder -rezongo mientras apartaba de su pecho la mano nervuda de Sysser. No habia tenido un dolor de cabeza asi desde los tiempos en que Vigga vivia en casa.

– Ahorradme los detalles, por favor -rogo cuando encontro a Morten y Jesper en la cocina-. Solo decidme que hace la senora de arriba en mi cama.

– La tia pesaba una tonelada -intervino su hijo postizo mientras se llevaba un carton de zumo recien abierto a los labios. El dia que Jesper aprendiera a servirse aquel mejunje en un vaso no lo podia adivinar ni Nostradamus.

– Perdona, Carl -se excuso Morten-. Pero Sysser no encontraba sus llaves, y como tu ya te habias caido redondo, pense…

Es la ultima vez que participo en una de las barbacoas de Morten, se prometio Carl, echando una ojeada a la sala, hacia la cama de Hardy.

Desde que instalaron a su viejo companero en la sala dos semanas antes, el ambiente hogareno habia sufrido una transformacion. No porque la cama articulada ocupara la cuarta parte de la superficie de la sala, obstruyendo en parte la vista del jardin, ni porque los goteros y las bolsas llenas de orina indispusieran a Carl, y tampoco porque el cuerpo paralizado de Hardy emitiera un flujo constante de gases malolientes. No, lo que hacia que todo fuera diferente era la mala conciencia. El hecho de que Carl tuviera ambas piernas sanas y pudiera moverse con ellas de un lado a otro cuando le apetecia. Y despues la sensacion de tener que estar siempre compensando aquello. De tener que estar a disposicion de Hardy. De tener que hacer algo por aquel hombre impedido.

– Tranquilo, hombre -se le adelanto Hardy cuando un par de meses antes estuvo sopesando los pros y los contras de traerlo a casa de la Clinica para Lesiones de Medula de Hornb?k-. Aqui puede pasar una semana sin que te vea el pelo. ?No crees que puedo vivir sin tus atenciones unas horas si me mudo a tu casa?

No obstante, la cuestion era que Hardy podia estar en silencio, dormido, como ahora, pero de todas formas estaba alli. En los pensamientos, en la planificacion del dia, en todas las palabras que habia que sopesar antes de decirlas en voz alta. Era agotador. Y un hogar no debia ser agotador.

A eso habia que anadir las cuestiones practicas. Lavado de ropa, cambio de sabanas, arrastrarse con el corpachon de Hardy a cuestas, hacer las compras, ponerse en contacto con las enfermeras y las autoridades, hacer la comida. Bueno, si, de todo eso ya se encargaba Morten, pero el resto…

– ?Has dormido bien, colega? -pregunto con cautela mientras se acercaba a la cama de Hardy.

Su antiguo companero abrio los ojos y lucho por sonreir.

– Bueno, se acabo el permiso. Vuelta al trabajo, Carl. Catorce dias que han pasado volando. Pero ya nos encargaremos de todo Morten y yo. Saluda a los chicos de mi parte, ?vale?

Carl asintio en silencio. Tenia que ser muy duro ser Hardy. Quien pudiera cambiarse por el, aunque solo fuera un dia.

Ser Hardy solo por un dia.

Aparte de la gente del puesto de guardia de la entrada, Carl no vio un alma. Jefatura era un autentico desierto. El portico, gris invernal e inhospito.

– ?Que cono pasa aqui? -grito cuando accedio al pasillo del sotano.

Habia esperado un recibimiento sonado, o al menos el tufo del engrudo mentolado de Assad o versiones silbadas de los grandes clasicos a cargo de Rose, pero no habia nadie. ?Habian abandonado todos la nave durante sus quince dias de permiso para hacer el traslado de Hardy?

Entro en el cuchitril de Assad y miro alrededor, confuso. Ni fotos de ancianas tias, ni alfombra de orar, ni cajas de pastelillos empalagosos. Hasta los tubos fluorescentes del techo estaban apagados.

Atraveso el pasillo y encendio la luz de su despacho. El territorio seguro donde habia resuelto tres casos y abandonado otros dos. El lugar adonde no habia llegado la prohibicion de fumar y donde todos los casos antiguos que constituian los dominios del Departamento Q estaban tranquilamente sobre el escritorio, agrupados en tres montones ordenados segun el sistema infalible de Carl.

Freno en seco ante la vision de un escritorio irreconocible y brillante. Ni una pelusa. Ni una mota de polvo. Ni un folio escrito con letra prieta sobre el que plantar los pies cansados y despues arrojar a la papelera. Ningun expediente. Era como si la tierra se lo hubiera tragado todo.

– ?ROSE! -grito con tanta energia como pudo.

Y su voz resono en vano por los pasillos.

Estaba solo en el mundo, como en el cuento. Era el ultimo hombre vivo, un gallo sin gallinero. El rey que daria su reino por un caballo.

Agarro el telefono y marco el numero de Lis, de la Brigada de Homicidios.

Tardaron veinticinco segundos en responder.

– Secretariado del Departamento A -dijo una voz. Era la senora Sorensen, la companera mas hostil de Carl. Ilse, la loba de las SS en persona.

– Senora Sorensen, soy Carl Morck -se presento con voz suave-. Aqui abajo estoy mas solo que la una. ?Que pasa? ?Sabes por un casual donde estan Assad y Rose?

Antes de que pasara un milisegundo habia colgado. Bruja.

Se levanto y puso rumbo al habitaculo de Rose, algo mas adelante en el pasillo. Tal vez encontrara alli la respuesta al misterio de los expedientes desaparecidos. Una idea de lo mas logica hasta el embarazoso segundo en que se dio cuenta de que en la pared del pasillo, entre los despachos de Assad y Rose, habia por lo menos diez planchas de aglomerado de corcho en las que estaban pegados todos los casos que dos semanas antes ocupaban su escritorio.

Una escalera de tijera, de madera de alerce amarillo brillante, senalaba donde habian pegado el ultimo caso. Era un caso que habian tenido que abandonar. El segundo caso consecutivo sin resolver.

Carl dio un paso atras para poder hacerse una idea general de aquel infierno de papel. ?Que diablos hacian sus casos en la pared? Rose y Assad ?se habian vuelto completamente locos? Igual era la razon por la que aquellos idiotas se habian esfumado.

Claro, no les quedo otro remedio.

En la segunda planta la situacion era igual. No habia nadie. Hasta el asiento de la senora Sorensen tras la mesa estaba vacio. El despacho del inspector jefe de Homicidios, el del subinspector, el comedor, la sala de reuniones. Todo estaba abandonado.

?Que cojones…?, penso. ?Habia habido amenaza de bomba? ?O era porque la reforma de la Policia habia llegado tan lejos que habian puesto al personal en la calle y estaban vendiendo los edificios? El nuevo supuesto ministro de Justicia ?se habia vuelto tarumba? ?Es que era capaz de cualquier cosa con tal de salir en los medios?

Se rasco la nuca, levanto el auricular y llamo al cuerpo de guardia.

– Soy Carl Morck. ?Donde cono esta todo el mundo?

– La mayoria estan en el patio del Panteon.

?En el patio del Panteon? Joder, si todavia faltaban seis meses para el 19 de setiembre.

– ?Por que? Si aun falta medio ano para el aniversario de la deportacion de policias daneses a Buchenwald. ?Que estan haciendo, entonces?

– La directora de la Policia queria hablar a un par de departamentos sobre los ajustes de la reforma. Disculpanos, Carl. Creiamos que lo sabias.

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