antes de elegir el vestido de confirmacion. Incluso antes de decirle que si a su marido, y antes de salir a la calle para ver si la vida era diferente alli fuera, bajo la luz tenue.

Capitulo 3

Las cosas como son: al bonachon del sargento David Bell le encantaba holgazanear y quedarse mirando romper las olas contra los salientes de las rocas. En John O’Groats, en el punto mas alto de la costa de Escocia, donde el sol brillaba la mitad del tiempo pero lucia el doble de hermoso. Alli habia nacido David y alli iba a morir cuando llegara su hora.

David estaba hecho para la mar brava, no cabia duda. Entonces, ?por que tenia que pasar el tiempo de mala manera a dieciseis millas al sur, en Wick, en el despacho de la comisaria de Bankhead Road? No, aquella perezosa ciudad portuaria no le decia nada, nunca lo habia ocultado.

Por eso su jefe lo enviaba siempre a el cuando habia follon en los pueblos del norte. Entonces David llegaba con su coche patrulla y amenazaba a los chavales sobreexcitados con llamar a un comisario de Inverness, y asi volvia la calma. Por aquellos lares no querian que forasteros de la gran ciudad anduvieran por sus patios traseros, preferian una meada de caballo en su cerveza Orkney Skull Splitter. Tenian mas que suficiente con los que pasaban por alli para coger el transbordador a las Islas Orcadas.

Cuando los animos se calmaban lo esperaban las olas, y si el sargento Bell podia pasar el tiempo en algo, era contemplandolas.

De no ser por la famosa calma de David Bell, habrian mandado la botella a tomar por saco. Pero como el sargento estaba alli con el uniforme recien planchado, el pelo ondeando al viento y la gorra sobre la roca, ya tenian a quien entregarsela.

Y eso hicieron.

La botella se habia enganchado en las redes del arrastrero y brillaba un poco, pese a que el tiempo transcurrido la habia dejado bastante mate, y el grumete del pesquero Brew Dog vio enseguida que no era una botella corriente.

– ?Vuelve a echarla al mar, Seamus! -grito el patron cuando vio el papel que contenia-. Esas botellas traen mala suerte. Lo llamamos la «peste de la botella». El diablo esta en la tinta, esperando a que lo liberen. ?No has oido esas historias?

Pero el joven Seamus no conocia aquellas historias y decidio darsela a David Bell.

Cuando el sargento volvio a la comisaria de Wick, uno de los borrachos locales habia arrasado dos de los despachos, y los companeros estaban hartos de tener que reducir a aquel imbecil. Por eso arrojo Bell la chaqueta y la botella de Seamus salio del bolsillo. Y por eso la recogio y la puso en el alfeizar interior de la ventana, para poder concentrarse en seguir a horcajadas sobre el pecho de aquel borracho estupido y cortarle un poco la respiracion. Pero, como suele ocurrir cuando le aprietas las tuercas a un autentico descendiente de los vikingos de Caithness, puedes encontrarte con la horma de tu zapato. El borrachin le asesto tal patada en los huevos a David Bell que todo recuerdo de la botella se difumino en el intenso destello azulado que emitio su atormentado sistema nervioso.

Por eso paso la botella muchisimo tiempo olvidada en el extremo soleado del alfeizar. Nadie reparo en ella y nadie se preocupo de que al papel de su interior no le convinieran la luz del sol y el agua de condensacion que se habia extendido dentro de la botella.

Nadie se tomo la molestia de leer el grupo de letras medio borradas del encabezamiento, y por eso nadie se pregunto que podia significar la palabra «SOCORRO» escrita en danes.

* * *

La botella no volvio a estar en manos de nadie hasta que un cabrito, que creia que habian cometido una injusticia con el a cuenta de una simple multa de aparcamiento, infecto con un diluvio de virus informaticos la intranet de la comisaria de Wick. En una situacion asi, como es natural, llamaban siempre a la experta en informatica Miranda McCulloch. Cuando los pedofilos encriptaban sus guarradas, cuando los hackers ocultaban su rastro despues de hacer sus transacciones bancarias por internet, cuando los liquidadores de empresas borraban sus discos duros, era a ella a quien habia que acudir.

La instalaron en un despacho donde el personal estaba desesperado y la cuidaron como a una reina. Llenaban constantemente el termo con cafe caliente y tenian las ventanas abiertas de par en par y la radio en el dial de Radio Scotland. Si, a Miranda McCulloch la apreciaban en todas partes.

Debido a las ventanas abiertas y a las cortinas que tremolaban al viento, se fijo en la botella desde el primer dia que llego.

Que botellita mas cuca, penso, y se pregunto por la sombra de su interior mientras se abria camino entre columnas de cifras y codigos maliciosos. Cuando al tercer dia se levanto satisfecha por haber terminado, tras hacerse una idea de los tipos de virus que podrian esperarse en el futuro, se dirigio a la ventana y cogio la botella. Pesaba bastante mas de lo que esperaba. Y estaba caliente.

– ?Que hay dentro? -pregunto a la oficinista que se sentaba a su lado-. ?Es un mensaje?

– No lo se. -Fue la respuesta-. David Bell la dejo ahi hace tiempo. Creo que la puso de adorno.

Miranda la puso al trasluz. ?Habia algo escrito en el papel? Era dificil de ver a causa de la condensacion del interior.

La miro desde varios angulos.

– ?Donde esta ese tal David Bell? ?Esta de guardia?

La secretaria sacudio la cabeza.

– No, por desgracia. David se mato en las afueras de la ciudad hara dos anos. Perseguian un coche que se habia dado a la fuga tras un atropello, y tuvieron un accidente. Fue una historia fea. David era un tio muy majo.

Miranda hizo un gesto afirmativo. La verdad es que no habia escuchado a la secretaria. Estaba convencida de que en el papel ponia algo, pero lo que atrajo su atencion no fue eso. Fue lo que habia en el fondo de la botella.

Si se miraba con atencion al otro lado del cristal esmerilado por la arena, aquella masa coagulada parecia sin duda sangre.

– ?Puedo llevarme la botella? ?Con quien tengo que hablar?

– Preguntale a Emerson. Fue companero de coche patrulla de David un par de anos. Seguro que te da permiso.

La secretaria se volvio hacia el pasillo.

– ?Emerson! -grito; los cristales de las ventanas vibraron-. Entra un momento.

Miranda lo saludo. Era un tipo robusto y apacible de cejas tristes.

– ?Que si te la puedes llevar? Si, mujer, claro que si. Desde luego, yo no la quiero para nada.

– ?A que te refieres?

– Bueno, seguro que es una tonteria. Pero justo antes de morir David, vio la botella y dijo que ya era hora de que la abriera. Se la habia dado un grumete de su pueblo. El chaval y su pesquero se fueron a pique con toda la tripulacion unos anos despues, y David creia que le debia al chaval mirar que habia dentro. Pero David murio antes de hacerlo, y eso no es un buen presagio, ?verdad? -argumento Emerson, sacudiendo la cabeza-. Llevatela, llevatela, esa botella no trae nada bueno.

Aquella noche Miranda estaba en su chale adosado de Granton, un suburbio de Edimburgo, observando fijamente la botella. Unos quince centimetros de altura, vidrio azulado, algo aplastada y con un cuello bastante largo. Era demasiado grande para ser un frasco de perfume. Puede que fuera un frasco de colonia, y parecia bastante viejo. Le dio unos golpes con la mano. Desde luego, estaba hecha de un vidrio solido.

Sonrio.

– ?Que secreto escondes, tesoro mio? -pregunto. Despues tomo un sorbo de vino tinto y se puso a retirar con

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