un kimono desalinado, parecia una artista de Hollywood que no habia comprendido que su carrera habia terminado. Reconocio enseguida a Carl y se quedo posando inclinada hacia atras mientras gorjeaba su nombre y le contaba lo fantastico que era que estuviera alli. A Vigga le venia de familia, sin duda.
Ni se digno mirar a Assad.
– ?Cafe? -pregunto, sirviendo un poco de un termo sin tapa a una taza que habia sido usada mas de una vez. Carl iba a protestar, pero se dio cuenta de que era una empresa arriesgada. Luego se volvio hacia Assad y le paso la taza. Si alguien necesitaba un cafe frio y enmohecido, era el.
– Vaya, esto esta bien -dijo Carl observando el paisaje de muebles que lo rodeaba. Marcos dorados, muebles de caoba con adornos recargados y brocados. En la vida de Karla Margrethe Alsing nunca faltaron simbolos de estatus.
– ?En que empleas el tiempo? -pregunto, esperando una leccion sobre lo dificil que se le hacia leer y lo malos que eran ahora los programas de television.
– ?El tiempo? -pregunto con mirada ausente-. Bueno, aparte de tener que cambiar este trasto de vez en cuando…
Se detuvo en medio de la frase, rebusco bajo la almohada y saco un consolador anaranjado lleno de botones.
– … ya casi no puedo hacer nada.
Carl oyo detras el tintineo de la taza de cafe de Assad.
Capitulo 29
A cada hora que pasaba, sus fuerzas iban agotandose. Trato de gritar a voz en cuello cuando el coche se fue, pero cada vez que vaciaba los pulmones era casi imposible recuperar el aliento. El peso de las cajas era sencillamente excesivo. Su respiracion iba haciendose mas y mas superficial.
Avanzo un poco su mano derecha y sus unas aranaron la caja que colgaba sobre su rostro. El mero hecho de oir el raspar contra el carton daba esperanzas. Asi que podia hacer algo.
Despues de pasar asi varias horas, sus fuerzas para gritar se habian agotado. Ahora se trataba solo de mantenerse viva.
Tal vez el se apiadara de ella.
Tras un par de horas, recordo con excesiva claridad la sensacion de estar a punto de asfixiarse. Aquella sensacion mezcla de panico, impotencia y en cierto modo tambien alivio. La habia experimentado por lo menos diez veces antes. Cada vez que el irreflexivo de su padre, un hombrachon, se sentaba a horcajadas sobre ella cuando era pequena y la dejaba sin aire.
– ?A que no puedes soltarte? -decia siempre con una carcajada. Para el no era mas que un juego, pero para ella era espantoso.
Pero, como queria mucho a su padre, no decia nada.
Y un buen dia desaparecio. Se acabaron los juegos, pero el alivio no llegaba. «Se ha largado con una golfa», decia su madre. Su adorable padre se habia largado con una golfa. Ahora retozaba con otros ninos.
Cuando conocio a su marido dijo a todo el mundo que le recordaba a su padre.
– Entonces no te conviene de ninguna manera, Mia -replico su madre. Eso fue lo que dijo.
Cuando llevaba veinticuatro horas aplastada bajo las cajas, supo que iba a morir.
Habia oido los pasos de el al otro lado de la puerta. Se quedo escuchando un rato, y despues se marcho.
Deberias haber jadeado, penso. Tal vez asi te habria quitado de en medio.
El hombro izquierdo, en el que se apoyaba, habia dejado de dolerle. Lo tenia insensible, igual que el brazo; pero la cadera, que soportaba casi todo el peso, la martirizaba sin cesar. Durante las primeras horas de aquel abrazo claustrofobico sudo, pero ya no sudaba. La unica secrecion corporal que registro fue el silencioso fluir de orina caliente contra el muslo.
Alli estaba, en un charco de pis, tratando de girar un poco para que la presion de la rodilla derecha, sobre la que se apoyaban las cajas, se repartiera por el muslo. No lo consiguio, pero noto la sensacion. Como aquella vez que se rompio un brazo y solo podia rascar el exterior de la escayola.
Y penso en los dias y semanas en que su marido y ella fueron felices juntos. En los primeros tiempos, cuando aun la adoraba y podia hacer lo que ella queria.
Y ahora la mataba. La mataba sin mas, sin sentimientos y sin vacilar.
?Cuantas veces lo habria hecho antes? No lo sabia.
No sabia nada.
No
?Quien se acordara de mi cuando haya muerto?, penso, extendiendo los dedos sobre su brazo izquierdo, como si acariciara a su hijo. Benjamin, no, es demasiado pequeno. Mi madre, por supuesto, pero ?que pasara dentro de diez anos, cuando ella ya no este? Entonces ?quien va a acordarse de mi? ?Nadie, aparte de quien me quito la vida? Nadie mas que el, y tal vez Kenneth.
Aquello era lo peor, aparte del hecho de morir. Era lo que, pese a la boca reseca, la impulsaba a tragar saliva, lo que hacia que su dolorido diafragma se estremeciera de llanto sin lagrimas.
Pasados unos anos, nadie la recordaria.
El movil sonaba de vez en cuando. Y las vibraciones de su bolsillo trasero hacian renacer su esperanza.
Cuando dejaba de sonar podia pasar una hora o dos, atenta a los sonidos del exterior de la casa. ?Y si Kenneth estaba alli fuera? ?Si habia sospechado algo?
Habia dormido un rato y desperto de golpe con el cuerpo insensible. Solo le quedaba el rostro. En aquel momento, era un rostro. Las fosas nasales secas, escozor en los ojos, parpadeo en la penumbra. Eso era lo que le quedaba.
Entonces cayo en la cuenta de que la habia despertado. ?Era Kenneth o era algo que habia sonado? Cerro los ojos y escucho concentrada. Habia algo.
Contuvo el aliento y volvio a escuchar. Si, era Kenneth. Sus labios se abrieron con un gemido. Estaba abajo, frente a la puerta de entrada, gritando. La llamaba a gritos, asi que todo el barrio lo estaria oyendo; ella noto que una sonrisa se abria en sus labios y se concentro en dar el ultimo grito que iba a salvarla. El grito que haria reaccionar al soldado que estaba abajo.
Y grito con todas sus fuerzas.
Fue un grito tan apagado que no lo oyo ni ella.
Capitulo 30
Los soldados llegaron a ultima hora de la tarde en un
Su piel brillaba, pero reaccionaron con gelidez cuando les aseguro que ella no tenia nada que ver con el regimen
Rakel -o mejor dicho, Lisa, que es como se llamaba entonces- y su novio llevaban todo el dia oyendo tiros. Los rumores decian que la retaguardia de la guerrilla de Taylor se estaba empleando a fondo con la poblacion, y por eso se habian preparado para huir. ?Quien iba a quedarse a esperar a ver si la sed de sangre del nuevo regimen liberaba a la gente segun el color de su piel?
Su novio habia subido a la primera planta a por el rifle de caza, y los soldados la cogieron desprevenida