Senalo hacia la carretera que discurria por el lado este del fiordo en direccion norte-sur. Pueblos que daban paso a tierras llanas de labranza, que a su vez daban paso a otros pueblos. Desde luego, el asesino de Poul Holt no podria haberse escondido en aquel lado del fiordo.

Carl miro el mapa.

– Para que la tesis de que las truchas de fiordo se encuentran en la boca de los fiordos se sostenga, y no es el caso del fiordo de Roskilde, entonces debe de ser al otro lado de Hornsherred, en Isefjord. Pero ?donde? Mirando el mapa no veo muchas posibilidades. Hay demasiados campos de siembra que bajan hasta el fiordo. ?Donde se puede ocultar una caseta de botes ahi? Y en el otro lado, en el lado de Holb?k, o en la region de Odsherred, tampoco puede ser, ya que tardaria bastante mas de una hora en llegar hasta alli desde el lugar del secuestro, Ballerup.

De pronto le entro la duda.

– Es asi, ?no?

Thomasen se alzo de hombros.

– No, no creo. Se tardara cerca de una hora en llegar hasta alli.

Carl inspiro hondo.

– Pues esperemos que la teoria del periodico local, el Frederikssund Avis, se sostenga, porque si no va a ser muy, pero que muy dificil.

Entro en la cabina y se sento junto a un Assad bastante tocado. Tembloroso y con la tez gris-verdoso. Su papada, en constante agitacion por las arcadas, y aun asi los prismaticos bien prietos contra los ojos.

– Dale algo de te, Carl. La parienta se va a cabrear si vomita en su tapizado.

Carl acerco la cesta de provisiones y sirvio te sin preguntar.

– Toma, Assad.

Este aparto un poco los prismaticos, miro al te y despues sacudio la cabeza.

– No voy a vomitar, Carl. Lo que me sube lo vuelvo a tragar.

Carl abrio los ojos como platos.

– Si, suele pasar lo mismo, entonces, cuando montas en dromedario por el desierto. Alli tambien puede cansarse el estomago. Pero si vomitas, pierdes demasiada agua. En el desierto es una estupidez. Por eso, o sea.

Carl le dio unas palmadas en el hombro.

– Bien, Assad. Tu vigila, a ver si ves una caseta de botes. Te dejo en paz.

– No busco la caseta, porque, o sea, no la vamos a encontrar.

– ?Por que lo dices?

– Creo que estara bien camuflada. No hace falta que este rodeada de arboles. Puede estar en un monton de tierra y arena, entonces, o bajo una casa o junto a unos matorrales. No tenia mucha altura, no lo olvides.

Carl cogio los otros prismaticos. Su companero no era del todo fiable. Tendria que mirar el.

– Si no buscas la caseta, ?que es lo que buscas, Assad?

– Algo que pueda ronronear. Un molino de viento u otra cosa. Cualquier cosa que pueda provocar ese ronroneo.

– Va a ser dificil, Assad.

Assad lo miro un momento, como si estuviera bastante cansado de su compania. Despues le dio una fuerte arcada, de modo que Carl retrocedio un poco, por si acaso. Y cuando termino, hablaba casi en susurros.

– Carl, ?sabias que el record de estar contra una pared como si fueras una silla son doce horas y no se cuantos minutos?

– No me digas. -Carl se dio cuenta de que su expresion se hacia inquisitiva.

– ?Sabias que el record de estar de pie sin interrupcion esta en diecisiete anos y dos meses?

– ?Imposible!

– Pues es verdad, o sea. Era un guru indio, y por la noche dormia de pie.

– Aja. Pues no lo sabia, Assad. ?Que quieres decir con eso?

– Pues que algunas cosas parecen mas dificiles de lo que son, y otras parecen mas faciles.

– Ya. ?Y…?

– Asi que vamos a buscar el sonido ronroneante y despues dejaremos de hablar de eso.

Joder con el razonamiento.

– Bien. Pero, de todas formas, no me creo lo del que estuvo diecisiete anos de pie -replico Carl.

– Vale. Y ?sabes que, Carl? -inquirio, mirandolo serio y conteniendo una arcada.

– No.

Assad acerco los prismaticos a los ojos.

– Alla tu, o sea.

Se pusieron a escuchar y oyeron el zumbido de los veleros a motor y pesqueros, de las motos de la carretera, de los aviones monomotores que fotografiaban las propiedades de alrededor, para que Hacienda tuviera algo que evaluar y poder desollar vivos a los ciudadanos. Pero ningun sonido que fuera lo bastante constante, y tampoco sonidos que pudieran soliviantar a la Liga de Enemigos de los Infrasonidos.

La mujer de Klaes Thomasen fue a buscarlos a Hundested, y el prometio preguntar a todo quisqui si tenian conocimiento de una caseta como la descrita. El guardabosque de Nordskoven era una posibilidad, dijo; los clubes de vela, otra. El iba a continuar la caza al dia siguiente, que iba a estar soleado y sin lluvia.

Assad seguia teniendo mal aspecto cuando, ya en su coche, regresaron a casa.

En aquella situacion, era facil solidarizarse con la mujer de Thomasen. Ostras, tampoco a el le gustaria que nadie vomitase en la elegante tapiceria de su coche.

– Tu avisa si tienes ganas de devolver, ?vale, Assad? -advirtio Carl.

Assad asintio en silencio con expresion ausente. No parecia poder controlar algo asi.

Carl repitio la pregunta cuando pasaron por Ballerup.

– Igual me viene bien un descanso, o sea -reconocio Assad pasado un rato.

– Vale, ?puedes esperar dos minutos? Es que tengo que hacer una cosa por el camino. De todos modos tenemos que pasar por ahi camino de Holte. Despues puedo llevarte a casa.

Assad no respondio.

Carl miro a la carretera. Habia oscurecido. La cuestion estaba en si lo dejarian entrar.

– Veras, es que quiero visitar a mi suegra. Lo he acordado con Vigga. ?Te parece bien? Su madre vive en una residencia cerca de aqui.

Assad asintio con la cabeza.

– No sabia que Vigga tuviera una madre. ?Como es? ?Es, o sea, simpatica?

Aquella pregunta, dentro de su simpleza, era tan complicada de responder que Carl casi se salto el semaforo en rojo de la calle Mayor de Bagsv?rd.

– Cuando salgas, ?puedes dejarme en la estacion, Carl? De todas formas tu vas al norte, y yo tengo un autobus que me deja en la puerta de casa, entonces.

Si, Assad sabia bien como proteger su anonimato y el de su familia.

– No, no puede visitar a la senora Alsing ahora, es demasiado tarde. Vuelva manana antes de las dos, a ser posible hacia las once de la manana, que es cuando esta mas espabilada -dijo la enfermera de guardia.

Carl saco su placa de policia.

– No he venido solo por cuestiones privadas. Este es mi asistente, Hafez el-Assad. Solo sera un momento.

La enfermera miro extranada la placa, y despues a aquel ser medio tambaleante junto a Carl. El personal de la residencia no estaba acostumbrado a aquello.

– Creo que esta dormida. Su salud ha decaido bastante ultimamente.

Carl miro la hora. Las nueve y diez. Era la hora de empezar el dia para la madre de Vigga, ?de que cono hablaba la enfermera? No en vano habia sido camarera en los bares de copas de Copenhague durante mas de cincuenta anos. No, nunca llegaria a estar tan senil.

Con amabilidad, pero tambien de mala gana, los condujo al ala de los seniles y los dejo frente a la puerta de Karla Margrethe Alsing.

– Avisennos cuando quieran salir -informo la enfermera, senalando con el dedo-. Hay personal ahi.

Encontraron a Karla en un mar de cajas de bombones y pasadores de pelo. Con su indomita cabellera cana y

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