de cubos. La comida era su unico consuelo fisico, aunque era monotona y apenas sabia a nada. Algunas patatas y verdura cocida y un poquito de carne. Lo mismo todos los dias. Como si hubiera una olla de potaje imposible de vaciar hirviendo sin parar en el mundo luminoso que habia al otro lado de la pared impenetrable.
Habia pensado que en un momento dado se acostumbraria tanto a la oscuridad que los detalles de la celda destacarian, pero no ocurrio tal cosa. La oscuridad era irrevocable, era como si estuviera ciega. Solo los pensamientos podian iluminar su existencia, y tampoco era facil.
Paso mucho tiempo con autentico miedo de volverse loca. Miedo del dia en que el control se le escapara de las manos. Y se inventaba imagenes del mundo y de la luz y la vida exteriores. Y rebuscaba en los rincones de su cerebro que la vida ajetreada y trivial de las personas suele mantener ocultos. Y los recuerdos de otras epocas acudian con lentitud. Pequenos instantes de manos que la abrazaban. Palabras que acariciaban y consolaban. Pero tambien recuerdos de soledad, anoranza y trabajo incansable.
Entonces entro en un ritmo segun el cual las veinticuatro horas del dia se componian de largos periodos de sueno, comer, meditacion y correr sin moverse. Podia correr hasta que los pisotones en el suelo hacian que le dolieran los oidos, o hasta que caia derrengada.
Cada cinco dias le daban ropa interior limpia y echaba la sucia al retrete quimico. La idea de que otras personas fueran a manosear su ropa interior le resultaba repulsiva. Pero el resto de la ropa que llevaba puesta no se la cambiaban. O sea que la cuidaba. Estaba atenta cuando se colocaba encima del cubo. Se tumbaba cuidadosamente en el suelo cuando tenia que dormir. La alisaba con la mano cuando se cambiaba de ropa interior, y lavaba con agua limpia las partes que le parecian sucias. Menos mal que llevaba puesta tanta ropa el dia que la secuestraron. Un plumifero, bufanda, blusa, camiseta, pantalones y gruesos calcetines. Pero con el paso de los dias los pantalones le quedaban cada vez mas holgados, y las suelas de sus zapatos estaban cada vez mas gastadas. Tengo que correr descalza, penso, y grito a la oscuridad.
– ?No podeis subir un poco la calefaccion? ?Por favor…?
Pero el ventilador del techo llevaba tiempo sin emitir sonido alguno.
La luz de la celda se encendio cuando habia cambiado de cubos ciento diecinueve veces. La explosion de soles blancos que salio a su encuentro la hizo retroceder tambaleandose, con los ojos achicados y las lagrimas saltandole del rabillo del ojo. Fue como si la luz bombardeara sus retinas y enviara oleadas de impulsos dolorosos al cerebro. Lo unico que pudo hacer fue ponerse en cuclillas y taparse los ojos.
En las horas que siguieron fue descubriendo el rostro y abrio un poquito los ojos. La luz seguia siendo implacable. El miedo a haber perdido la vision, o a perderla si se destapaba demasiado rapidamente, la contenia. Y asi estuvo hasta que la voz de la mujer por el altavoz la sobresalto por segunda vez. Reaccionaba ante el sonido igual que un instrumento de medida mal ajustado. Sentia cada palabra como una sacudida que la atravesaba. Y las palabras eran terribles.
– Feliz cumpleanos, Merete Lynggaard. Hoy cumples treinta y dos anos. Si, hoy es 6 de julio. Llevas aqui ciento veintiseis dias, y nuestro regalo de cumpleanos va a ser que no vamos a apagar la luz durante un ano.
– Oh, no, por Dios, no podeis hacerme eso -gimio-. ?Por que me haceis esto?
Se levanto y se cubrio los ojos con las manos.
– Si quereis torturarme hasta matarme, ?hacedlo ahora! -chillo.
La voz de mujer era helada, algo mas grave que la ultima vez.
– Tranquila, Merete. No vamos a torturarte. Al contrario, queremos darte una oportunidad para evitar que las cosas te vayan peor. Solo tienes que responder a una pregunta muy importante: ?por que tienes que sufrir todo esto? ?Por que te hemos encerrado en una jaula como a un animal? Responde a eso, Merete.
Echo el cuello hacia atras. Era espantoso. Quiza fuera mejor callar. Sentarse en un rincon y dejarlos hablar cuanto quisieran.
– Responde a eso, Merete; de lo contrario, agravaras tu situacion.
– ?No se que quereis que responda! ?Es algo politico? ?O quereis pedir una recompensa? No lo se. Decidmelo.
La voz tras el debil crepitar se endurecio.
– No has superado la prueba, Merete, por lo que recibiras un castigo. No es tan duro, saldras adelante.
– Dios mio, no puede ser verdad -sollozo Merete, y se hinco de rodillas.
Entonces oyo que el familiar pitido de la compuerta se convertia en un silbido. Finalmente, noto que el aire templado que la rodeaba fluia hacia ella. Olia a grano, tierra de labranza y hierba fresca. ?Eso era un castigo?
– Vamos a subir la presion de la camara a dos atmosferas. A ver si el ano que viene puedes responder. No sabemos cuanta presion puede aguantar el organismo humano, pero ya nos enteraremos con el paso del tiempo.
– Santo cielo -susurro Merete, mientras notaba la presion en los oidos-. No lo permitas. No lo permitas.
Capitulo 17
El sonido de voces alegres y el tintineo de botellas que se oia claramente desde el aparcamiento pusieron sobre aviso a Carl. En las casas adosadas la fiesta estaba en marcha.
La pena de la barbacoa era un grupito de vecinos fanaticos que pensaban que la carne de vaca sabia mucho mejor si antes habia estado sobre una parrilla cubierta de carbon hasta que no sabia a vaca ni a nada. Se reunian durante todo el ano en cuanto se presentaba la ocasion, y muchas veces en la terraza de Carl. Le caian bien. Eran alegres pero contenidos, y siempre se llevaban a casa las botellas vacias.
Kenn, el cocinero habitual, le dio un abrazo, alguien le paso una lata de cerveza helada, se sirvio una de las briquetas de carne chamuscada y entro en la sala notando en la nuca sus miradas bienintencionadas. Nunca le preguntaban nada si estaba silencioso, era una de las cosas que le gustaba de ellos. Cuando un caso ocupaba su mente, era mas facil encontrar a un politico local competente que contactar con Carl, todos lo sabian. Pero esta vez la mente de Carl no la ocupaba ningun caso. Solo Hardy ocupaba su mente.
Porque Carl no sabia que hacer.
Tal vez debiera volver a evaluar la situacion. Le seria facil matar a Hardy sin que nadie fuera a ladrar despues. Una burbuja de aire en su gotero, una mano fuerte sobre su boca. Seria rapido, porque Hardy no se resistiria.
Pero ?podia hacerlo? ?Queria hacerlo? Era un maldito dilema. ?Ayudar o no ayudar? ?Y cual era la ayuda adecuada? Quiza ayudara mas a Hardy que Carl se armara de valor, fuera al despacho de Marcus y le exigiera seguir con su antiguo caso. A fin de cuentas, le importaba un pimiento con quien lo pusieran a trabajar, y pasaba de lo que pudieran decir ellos. Si a Hardy le servia de algo que cogieran a los cabrones que les dispararon en Amager, ya se encargaria el de hacerlo. Personalmente, estaba harto del caso. Si encontraba a aquellos cerdos se los cepillaria sin mas, pero ?quien iba a beneficiarse? El, desde luego, no.
– Carl, ?me das cien coronas?
Era su hijo postizo Jesper quien irrumpia en sus pensamientos. Estaba a punto de salir de casa. Sus amigos de Lynge sabian que si lo invitaban habia muchas posibilidades de que llevara unas birras. Jesper tenia amigos en la urbanizacion que vendian cajas y cajas de cerveza a los que aun no tenian dieciseis anos. Costaban un par de coronas mas, pero ?que importaba si tenias un padre postizo que pagaba la juerga?
– Jesper, ?no es la tercera vez en lo que va de semana? -cuestiono Carl, sacando un billete de la cartera-. Y manana tienes que ir a la escuela, pase lo que pase, ?vale?
– Vale -respondio Jesper.
– ?Ya has hecho los deberes?
– Si, si.
O sea que no los habia hecho. Carl arrugo el entrecejo.
– Tranquilo, hombre. No tengo ninguna gana de seguir otro ano en Engholm. Ya conseguire pasar a bachillerato.