admiracion. Y por supuesto que iba a tener ninos, mas adelante, le sonrio al impertinente periodista, y siguio escalando en un partido que, en los dias en que las encuestas le eran favorables, triunfaba por poco margen sobre los demas.
Yngvar sintio una pizca de culpabilidad por sus propios prejuicios cuando, por tercera vez, recorrio el salon con la vista. Su mirada se poso en la hermosa pantalla de una lampara, hecha de cristal blanco leche. Tres finos tubos de acero sostenian la cupula haciendo que el conjunto pareciera un ovni de una pelicula de los cincuenta. La estancia llamaba la atencion, un sofa color crema en angulo recto estaba colocado tras una mesa de acero y cristal. Las sillas eran de un naranja intenso, color que se repetia en las pequenas manchas de una colosal pintura no figurativa que colgaba de la pared de enfrente. Todas las superficies estaban limpias. No habia otro objeto decorativo en la habitacion que un jarron de Alvar Aalto sobre el sobrio mueble bar. Un colorido ramo de tulipanes estaba a punto de extenuarse de sed.
La cesta de los periodicos, fabricada con acero trenzado, estaba rebosante, sobre todo de revistas y prensa amarilla. Yngvar cogio un ejemplar de la revista Her og Na. Coronaban la portada dos divorcios, un aniversario de artistas y la tragica vida en el alcoholismo del cantante de una orquesta de baile.
Aunque la atencion que Yngvar le habia prestado a Vibeke Heinerback era escasa, no le cabia mas remedio que admirar su instintiva y profunda comprension de la necesidad que siente la gente de encontrar soluciones sencillas. Sin embargo, nunca habia vislumbrado en ella una autentica comprension de la politica, una postura etica y de autoridad. Vibeke Heinerback opinaba que habia que bajar el precio de la gasolina y que la politica de asistencia a los ancianos era un escandalo para la nacion, queria bajar los impuestos y reforzar la policia. Consideraba el hecho de que el pueblo fuera de compras a Suecia era un muy comprensible acto de protesta; si los politicos decidian imponer al alcohol los precios mas altos de Europa, era problema de ellos.
Asi la habia visto el: simple, superficial y con picardia callejera. Poco cultivada, creia; en una entrevista se desvelo que llamaba a su escritora favorita, Ayn Rand, por el nombre de pila.
Dejo pasar el dedo lentamente por el lomo de los libros de las estanterias, bien surtidas, que cubrian dos de las paredes del salon desde el suelo hasta el techo. The Fountainhead, desgastado y leido de cabo a rabo, estaba junto a una edicion de bolsillo de Atlas shrugged. Una extensa biografia de un excentrico arquitecto y escritor estaba en un estado tan lamentable que varias de las hojas se soltaron cuando Yngvar intento comprobar el ex libris.
Jens Bjorneboe y Hamsun, P.O. Enquist, Gunter Grass y Don DeLillo, Lu Xun y Hannah Arendt. Lo moderno y lo antiguo, codo con codo dentro de algo que podia parecer un sistema, un esquema amoroso que Yngvar de pronto comprendia.
– Mira esto -le dijo a Sigmund Berli que acababa de volver del dormitorio-. ?Los libros que mas le gustan los tiene colocados entre la altura de la cadera y la de la cabeza! Los libros que casi no ha tocado estan o cerca del suelo o en la parte mas alta.
Se estiro para senalar un volumen colectivo de escritores chinos de los que casi no habia oido hablar. Despues se puso en cuclillas, cogio un libro del estante mas bajo y le soplo el polvo antes de leer en alto:
– Mircea Eliade.
Nego con la cabeza y devolvio el libro a su sitio.
– Este es el tipo de cosas que lee la hermana de Inger Johanne. No me esperaba esto de la senorita Heinerback.
– Bueno, aqui hay tambien un monton de novelas policiacas.
Sigmund Berli paso los dedos por los estantes mas cercanos a la puerta de la cocina. Yngvar iba leyendo los titulos. Alli estaban todos.
– ?Sera que son los libros del novio? -pregunto Sigmund.
– El acaba de mudarse. Estos llevan aqui un tiempo. Me pregunto por que…, ?por que nunca ha dicho nada de esto?
– ?De que? ?De que leia?
– Si. Quiero decir, hoy he leido un monton de entrevistas que dibujaban la imagen de una persona bastante poco interesante. Un animal politico, hasta cierto punto, pero mas preocupada por los detalles banales que por poner las cosas en su contexto. Incluso en… -Yngvar dibujo un cuadrado en el aire antes de proseguir-:… las cajas esas, ?se las llama asi? Estos recuadros con preguntas estandar, nunca dijo nada sobre… esto. Periodicos, respondia cuando le preguntaban que leia. Cinco periodicos al dia, y le quedaba poco tiempo para nada mas.
– Quizas es que leia antes. Hace tiempo, quiero decir. Que ya no le alcanzaba el tiempo.
Sigmund habia salido a la cocina.
– ?Mira esto, ven!
La cocina presentaba una extrana mezcla entre nuevo y viejo. Los armarios superiores, que eran oblicuos, debian de ser de poco despues de la guerra. Cuando Yngvar empujo una de las puertas, se deslizo suave y silenciosamente sobre rieles modernos de plastico y metal. El fregadero era enorme, con una griferia que se podria haber usado en una pelicula de los anos treinta. Los pomos de porcelana senalaban el frio y el caliente con caligrafia anticuada en rojo y azul, pero estaban tan gastados que casi no se podian leer. Los bancos de la cocina eran oscuros y opacos.
– Pizarra -dijo Yngvar golpeando la superficie con los nudillos-. Ha restaurado mucho de lo antiguo. Y lo ha mezclado con elementos nuevos.
– Elegante -dijo Sigmund, dudoso-. ?Mola bastante, no?
– Si. Y es caro.
– ?Y cuanto ganan en el Parlamento?
– No lo suficiente -dijo Yngvar pellizcandose el puente de la nariz-. ?Cuando ha estado aqui la policia?
– Sobre las siete de la manana, o asi. Su maromo, Trond Arnesen se llama, habia destrozado el lugar de los hechos. Vomito y lo revolvio todo. Incluso saco a su chica de la cama. ?Has visto el dormitorio?
– Mmm…
Yngvar se acerco a la ventana de la cocina. Hacia el este la oscuridad de la tarde estaba a punto de encontrar asidero, una capa compacta de nubes se extendia sobre Lillestrom amenazando con una nevada al anochecer. Aparto con cuidado una mesa de cocina en angulo y acerco la mejilla al cristal de la ventana, pero sin rozarlo. Se quedo un rato asi, perdido en sus pensamientos, sin responder a los comentarios de Sigmund, que se iban debilitando a medida que su colega recorria la casa.
Le echo un ojo a la brujula de su moderno reloj de pulsera. Dibujo un mapa en su mente. Despues dio un paso atras guinando un ojo hacia el paisaje.
Si se talaran los tres abetos al fondo del jardin, se eliminara el pequeno cerro hacia el noreste y se volara el grupo de viviendas que habia a pocos cientos de metros de distancia, se podria ver la casa en la que habia sido asesinada Fiona Helle diecisiete dias antes.
No podia haber mas de un kilometro y medio entre los cerros.
– ?Es posible de alguna manera? Que esten relacionados, quiero decir.
Yngvar Stubo se sirvio generosamente patatas bien fritas antes de alargarse a por la botella de Heinz.
– ?Tienes que echarle Ketchup a absolutamente todo o que?
– ?Tu lo crees? ?Crees que estan relacionados?
– Ahora me voy -chillo Kristiane desde la entrada en el primer piso.
– Por Dios -dijo Inger Johanne, y se lanzo escaleras abajo con Ragnhild en brazos-. ?No esta durmiendo!
La punta de la nariz de Kristiane estaba pegada a la puerta de salida. Tenia la cremallera del abrigo de plumas rojo completamente subida. Llevaba la bufanda bien ajustada en torno al cuello y el gorro calado hasta los ojos. La bota izquierda estaba en el pie derecho y al reves. En cada mano la nina sostenia una manopla a la que se aferraba. Entonces apoyo todo el cuerpo contra la puerta cerrada y declaro:
– Me voy a ir.
– Ahora no -dijo Inger Johanne, y le paso el bebe a Yngvar-. Es demasiado tarde. Son mas de las nueve. Si ya te habias acostado, ?no quieres coger en brazos un rato a Ragnhild? ?A que es bonita y maja?