Dejo rotar la copa entre las manos mientras proseguia:

– Y, en los dos casos, el autor de los hechos ha dejado un mensaje, una humillacion al cadaver de fuerte carga simbolica. -Inger Johanne hablaba ahora mas despacio. El tono de su voz habia caido, como si le hubiera asustado su propio temperamento-. La prensa aun no sabe nada del libro -dijo el-. Del Coran. En realidad se lo habia pegado con celo a los muslos. Puede dar la impresion de que la idea fuera meterselo en el chichi, pero…

– ?No uses esas expresiones!

– Bueno, la vagina, la vulva. Tenia el libro pegado a los muslos con celo, junto a la vagina.

– O el ano.

– O el ano -repitio el, sorprendido-. ?Debia de tener algo de eso in mente! ?Del tipo up yours!

– Puede ser. ?Mas? -pregunto Inger Johanne.

Yngvar asintio y ella sirvio el resto de la botella en la copa de el. Apenas habia tocado el contenido de su propia copa.

– Si nos ponemos de verdad a buscar rasgos comunes, aparte de los mas evidentes, que pueden ser pura casualidad, es obvio que lo que se me ocurre es la fuerza simbolica -dijo ella-. Cortarle a alguien la lengua y dividirla en dos es una accion tan banal, de una simbologia tan evidente, que te haria creer que el autor del crimen, de pequeno, leyo demasiados libros de indios. Una biblia musulmana metida por el culo tampoco es un mensaje demasiado sublime.

– No creo que a nuestros nuevos compatriotas les complazca mucho que digas que el Coran es una biblia - dijo Yngvar, que se llevo la mano a la nuca-. ?Me harias el favor?

Ella se levanto, sonrio con satisfaccion y se coloco detras de el. Apoyo la espalda contra la barra americana y agarro firmemente la nuca de Yngvar.

Era tan ancho. Tan grande; se notaba como los musculos formaban duros racimos bajo la piel sorprendentemente suave. Su tamano fue lo primero que la engancho; le fascino que un hombre pudiera pesar 115 kilos sin parecer realmente gordo. Poco despues de que empezaran a vivir juntos, lo habia puesto a regimen. Por la salud, le habia dicho, pero el lo dejo a las tres semanas. No es que Yngvar se pusiera de mal humor cuando comia menos, es que se desesperaba. La tarde en que enjugo algo que podian ser lagrimas ante un plato con un pedazo de merluza hervida, una patata y un punado de zanahorias al vapor, para luego irse al bano y quedarse alli el resto de la noche, pusieron punto final al proyecto. Le ponia mantequilla a todo, salsa a la mayoria y opinaba que una comida decente siempre tiene que acabarse con postre.

– Evidentemente es aun muy pronto para decir algo -dijo Inger Johanne taladrandolo con los pulgares entre los omoplatos y las columna vertebral-. Pero te quiero advertir que tengas cuidado con dar por hecho que se trata del mismo asesino.

– Por supuesto que no lo damos por hecho -jadeo el-. Mas. ?Un poco mas arriba! Para decirte la verdad, me basta con pensarlo para morirme del susto. Quiero decir… Ahh. Ahi, si.

– Quieres decir que como realmente se trate de un solo asesino, ya podeis prepararos para mas -dijo Inger Johanne-. Victimas, quiero decir. Mas asesinatos.

A Yngvar se le petrificaron los musculos entre sus manos; enderezo la espalda, la aparto suavemente de si y se puso la camisa. En el salon sonaban los pequenos resoplidos de Ragnhild, y era evidente que algun gato habia salido a echar los tejos por la parte exterior de la casa. Sus maullidos rasgaban desagradablemente el silencio de la noche y a Inger Johanne le daba la impresion de que el olor a meado de gato llegaba hasta la segunda planta.

– Odio a esos animales medio salvajes -dijo, y se sento.

– ?Podrias ayudarme? -Ahora habia intensidad en la voz de Yngvar, casi insistencia-. ?Eres capaz de sacar algo en claro de todo esto?

– Tengo demasiado poco. Ya lo sabes. Tengo que revisarlo todo… Necesito… -Luego se rio, abatida, y abrio las manos-. Por Dios. Claro que no os puedo ayudar. ?Tengo una nina recien nacida a la que cuidar! ?Estoy de baja! Claro que podemos hablarlo un poco por encima…

– No hay nadie en este pais que sepa hacer esto tan bien como tu. Aqui no hay verdaderos profilers, y nosotros…

– Yo no soy una profiler -se enfado ella-. ?Cuantas veces te lo tengo que decir? Estoy harta de que…

– Vale -la interrumpio el ensenandole las palmas de las manos en senal de paz-. Pero, joder, no veas lo que sabes de trazar perfiles para no ser una profesional. Y tampoco conozco a nadie mas que haya aprendido de uno de los tipos mas destacados del FBI…

– ?Yngvar!

La noche antes de que se casaran, al final habia prometido por lo mas sagrado y con la mano sobre el corazon que nunca preguntaria por el pasado de Inger Johanne en el FBI. Se habian peleado, dura y extranamente, ella con palabras que el no hubiera creido que ella supiera usar, el verdaderamente enfurecido por el hecho de que un periodo importante de la vida de ella fuera a quedar en la oscuridad.

Pero Inger Johanne no queria compartirlo. Nunca, y con nadie. Cuando era una jovencisima estudiante de Psicologia en Boston, tuvo ocasion de participar en uno de los profiler courses de la Agencia Federal de Investigacion. El director del curso era Warren Scifford, una leyenda ya a los cincuenta anos, tanto por su pericia como por seducir sin escrupulos a las estudiantes mas prometedoras. Lo llamaban The Chief, e Inger Johanne habia confiado en el viejo jefe de tribu, que le sacaba mas de treinta anos. Con el tiempo empezo a creer que era algo especial. Que la habian seleccionado, tanto el como el FBI, y que por supuesto se iba a divorciar de la mujer en cuanto los ninos crecieran un poco.

Todo salio mal, y casi le costo la vida. Se metio en el primer avion que salia para Oslo, tres semanas mas tarde empezo a estudiar Derecho y, en tiempo record para Noruega, se licencio. Warren Scifford era un nombre que llevaba casi trece anos intentando olvidar. El tiempo que paso en el FBI, los meses con Warren y el catastrofico suceso que obligo a The Chief a retirarse medio ano al escritorio de su despacho hasta que todo cayo en el olvido y volvio a ser uno de los chicos grandes era un capitulo de su vida que alguna vez le cruzaba la mente, involuntariamente y provocandole siempre mareos, pero sobre el que nunca, bajo ninguna circunstancia, queria hablar.

El problema era que Yngvar conocia a Warren Scifford. La ultima vez que se habian visto habia sido el verano anterior, cuando Yngvar fue a un encuentro internacional de policias en Nueva Orleans. Al volver a casa menciono su nombre de pasada durante la cena y a Inger Johanne le dio un violento ataque de rabia en el que rompio dos platos. Y luego salio corriendo hacia el cuarto de invitados, cerro la puerta con llave y se quedo dormida entre sollozos. Durante tres dias no le dirigio mas que monosilabos.

Ahora, de nuevo, estaba peligrosamente cerca de romper su promesa.

– Yngvar -repitio ella cortante-. Don't even go there!

– Relajate. Si no quieres ayudar, no ayudes y ya esta. -Yngvar se recosto en la silla y le sonrio con indiferencia-. Al fin y al cabo, esto no es problema tuyo.

– No seas asi -le dijo ella con hartazgo.

– ?Asi, como? Me limito a constatar lo evidente. No es problema tuyo que anden por ahi matando y mutilando a alguna que otra mujer famosa a las afueras de Oslo.

Vacio la copa y volvio a dejarla sobre la mesa, un poco demasiado fuerte.

– Tengo hijos -dijo Inger Johanne con vehemencia-. Tengo una nina de nueve anos que requiere mucha atencion y un bebe de un par de semanas, y un monton de cosas de las que ocuparme, como para encima tener que asumir un monton de responsabilidades en una investigacion policial complicada.

– ?Esta bien! Que esta bien, te digo. -Yngvar se levanto de pronto y fue a buscar dos cuencos para el postre-. Macedonia, ?quieres?

– Yngvar, francamente. Sientate. Podemos… Estoy completamente dispuesta a hablar de tus asuntos. Asi, por la noche, cuando las ninas se hayan acostado. Pero los dos sabemos lo mucho que exige hacer un perfil, lo absorbente…

– ?Sabes? -la interrumpio el, plantando el cuenco de plastico sobre la mesa con tanta fuerza que se salpico la nata montada-. A la muerte de Fiona Helle no le falta riesgo: Tragico. Casada, con una nina pequena y demasiado joven para morir. Es verdad que Vibeke Heinerback no tenia hijos, pero creo, quiza, que veintiseis es un poco pronto para abstenerse. Pero aparte de todo esto. Estan muriendo personas. Las estan asesinando.

– Si…, ya lo se…

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