Era suyo. Este era su sitio. En lo alto se divisaba la estela del avion que volaba en direccion al norte.
Karsten entro en la casa.
Yngvar Stubo paro el coche en cuanto le parecio que estaba fuera del campo de vision de Asli. Aferro el volante con todas sus fuerzas. La sensacion de cercania con la nina habia sido tan intensa, tan arrolladora, que lo unico que impidio que registrara la casa de arriba abajo fueron sus veinticinco anos de experiencia. No habia base legal para algo asi. No tenia nada.
Nada mas que sentimiento. Ni un solo jurista de toda Noruega habria dictado una orden de registro sobre la base de una intuicion.
– Piensa -mascullo-. Piensa, joder.
Tardo menos de ochenta minutos en llegar a Oslo. Aparco delante del piso de Lena Baardsen. Era la noche del lunes 5 de junio y eran ya mas de las ocho y media. Temia que el tiempo se le estuviera acabando.
54
Aksel Seier estaba de pie en el salon ante un espejo desportillado. Se paso una mano por la cabeza. Olia a naranjas. Se habia cortado el cabello, y los pelos de la nuca le pinchaban los dedos. En opinion de la senora Davis, el, por una vez, tenia pinta de venir de una sociedad civilizada. Al fin y al cabo iba a irse de viaje, a un pais en el que la gente, por lo que habia oido la senora Davis, pensaba que los norteamericanos eran unos vulgares barbaros. Eso solian pensar los europeos. Lo habia leido en el
Su propiedad en Ocean Avenue, en cambio, la habia vendido por 1,2 millones de dolares.
Tal y como estaba.
No habia tardado mas de una hora en elegir las cosas que se iba a llevar. Los soldaditos de cristal, que le habian costado cuatro anos de trabajo, se habia decidido a regalarselos a la senora Davis. El riesgo de que se quebraran al cruzar el oceano era demasiado grande. Ella se conmovio y le prometio no permitir que ninguno de sus nietos jugara con ellos. Al gato lo querria como si fuera suyo, declaro la mujer en voz muy alta. Matt habia hecho una reverencia cuando Aksel le ofrecio el tablero de ajedrez y el gran tapiz. La condicion era que le mandara el mascaron de proa a Aksel en cuanto tuviera direccion en Noruega.
El mascaron de proa le recordaba a Eva.
A Aksel no le gustaba su nuevo peinado. Le hacia parecer mas viejo; le resaltaba mas las facciones, las arrugas y los poros, y era como si sus dientes amarillentos y torcidos, que habria debido arreglarse hacia mucho tiempo, estuviesen mas salidos ahora que habia desaparecido su flequillo y el tenia la cara desnuda y al descubierto. Intento ocultarse tras un par de gafas viejas de montura marron. La graduacion ya no era la correcta y lo mareaban un poco.
Habia estado en el banco. El importe de la venta ascendia a unos diez millones de coronas. Cheryl, que habia crecido en Harwichport y que habia empezado a trabajar en el banco solo un par de semanas antes, le habia sonreido y le habia susurrado «You lucky son of a gun» antes de explicarle que el comprador le pagaria el resto del dinero a plazos durante las siguientes seis semanas. Aksel tenia que ponerse en contacto con un banco en Noruega, abrir una cuenta corriente, y todo estaria arreglado a no ser que las autoridades le pusieran muchas trabas. Pero seguro que todo saldria muy bien, aseguro ella, riendose de nuevo.
Diez millones de coronas.
Para Aksel era una cifra astronomica. Se decia una y otra vez que hacia siglos que no se enteraba de lo que valia una corona y de que Noruega al fin y al cabo era un pais muy caro. De eso si que se habia enterado al leer esporadicamente articulos que trataban sobre su pais. Pero un millon largo de dolares era al fin y al cabo un millon largo de dolares, fuera a donde fuera en el mundo. Incluso en Beacon Hill en Boston habria conseguido una casa por ese precio. Oslo no podia ser mas caro que Beacon Hill.
La senora Davies lo habia acompanado a Hyannis cuando fue a comprarse ropa. Aksel, muy a su pesar, no se fiaba del todo del criterio de ella. Sobre todo le resultaban incomodos los pantalones a cuadros de K-mart. La senora Davies pensaba que los cuadros y el color pastel lo hacian parecer rico, que es lo que era, por otra parte. Cuando murmuro algo sobre el centro comercial del cabo Cod, ella alzo los ojos y le dijo que las tiendas de alli te clavaban en cuanto entrabas por la puerta. Lo que no se vendiera en K-mart no merecia la pena ser comprado. Ahora Aksel tenia una maleta llena de ropa nueva que no le gustaba. La senora Davies le habia confiscado las viejas camisas de franela y los vaqueros. Lo iba a lavar todo antes de darselo al Ejercito de Salvacion.
Aksel penso que tenia que acordarse de llamar a Patrick.
Se alejo un paso del espejo. Bajo aquella luz, que entraba oblicuamente por la ventana, tenia verdaderos problemas para reconocerse en el espejo lleno de manchas. No era solo el pelo lo que resultaba extrano. Intento estirar la espalda, pero algo en la nuca y en los hombros se lo impedia. Llevaba demasiados anos mirando al suelo. Aksel se habia quedado asi tras pasar miles de dias doblando el espinazo, trabajando apartado de todos los demas, y largas veladas encorvado sobre sus manualidades y sus propios pensamientos.
Volvio a levantar la cabeza. Algo le pinchaba entre los omoplatos. Le daba la impresion de estar mas delgado. Se estaba obligando a mantener la postura. Luego se paso la mano por la chaqueta marron del traje y empezo a preguntarse si debia ponerse corbata. Una corbata inspiraba mucho respeto. En eso, por lo menos, la senora Davies tenia razon.
Si le sobraba algo de dinero, pensaba pagarle a Patrick un viaje al otro lado del oceano. Aunque su companero ganaba bastante en la temporada de verano, la mayor parte se le iba en el mantenimiento del tiovivo y los gastos para vivir durante los largos meses de invierno en los que apenas tenia ingresos. Patrick nunca habia vuelto a Irlanda. Podia visitarlo en Oslo, quedarse una semana o dos, y pasar por Dublin en el viaje de vuelta, si le apetecia.
De pronto Aksel se dio cuenta de que tenia miedo. Todavia le quedaba un monton de cosas por hacer antes de partir. Tenia que ponerse en marcha.
Nunca habia subido a un avion, pero no era eso lo que le asustaba.
Quizas Eva no queria que fuera para alla. En realidad no se lo habia pedido. Aksel Seier se quito la chaqueta nueva y empezo a empaquetar los soldaditos de cristal en el papel de seda que le habia conseguido la senora Davies.
Se hizo un corte en el dedo con un pequeno cristal azul. Eran los restos del general que habia roto Inger Johanne Vik. Aksel se llevo el dedo a la boca. Quiza la joven habia perdido el interes por el cuando el se largo sin avisar.
No habia tenido tanto miedo desde 1993, cuando por fin dejo de sonar con el policia de los ojos llorosos y el manojo de llaves.
55
– Estaba completamente loco -dijo ella-. Como una autentica cabra.
Cuando Lena Baardsen abrio la puerta parecia asustada, aunque en realidad no era tan tarde. Los ojos enrojecidos por el llanto y las ojeras casi moradas contrastaban con la palidez de su rostro. El aire del piso estaba humedo y viciado, aunque era evidente que la mujer intentaba mantener el orden. No le ofrecio nada de beber, aunque sostenia un buen vaso de cocina que contenia un liquido que Yngvar identifico como vino tinto. Como si se hubiera dado cuenta de lo que estaba pensando, la mujer levanto el vaso y dijo: