con la que parecia querer impresionarla con todo lo que sabia sobre el caso, cosa que de hecho consiguio. Luego vinieron las preguntas.
– ?Ha dado alguna explicacion sobre por que mato a Sandersen?
– No.
– ?Ha explicado por que se conocian?
– No.
– ?Tiene la Policia alguna teoria al respecto?
– No lo se.
– ?Es cierto que el holandes no tiene mas abogados que tu?
– Hasta cierto punto.
– ?Conocias al abogado asesinado, Hansa Olsen?
Le comunico que no tenia mas que aportar, le dio las gracias por la conversacion y colgo.
?Hansa Olsen? ?Por que le habia preguntado eso? Habia leido en la prensa del dia los sanguinolentos detalles del caso, pero no le habia dado mayor importancia. No era de su incumbencia y no conocia en absoluto al hombre. No se le habia pasado por la cabeza que el caso tuviera algo que ver con su cliente. En realidad tampoco tenia por que tener relacion, podia ser un palo de ciego del periodista. Algo irritada, decidio tranquilizarse con eso. En la pantalla del ordenador que tenia enfrente vio que nueve personas habian intentado contactar con ella aquel dia, y por los nombres comprendio que tendria que emplear el resto del dia en su cliente mas importante: Produccion Petrolera Noruega. Saco dos de las carpetas del cliente, que eran de color rojo chillon con el emblema de PPN. Despues de servirse un cafe, comenzo con la ronda de llamadas. Si acababa rapido, tendria tiempo de hacer una visita a la Comisaria General antes de irse a casa. Era viernes y tenia mala conciencia por no haber visitado a su cliente encarcelado desde la primera vez que se vieron. Desde luego pretendia hacer algo al respecto antes de tomarse el fin de semana libre.
Casi una semana en prision preventiva no habian vuelto mas locuaz a Han van der Kerch. Habian instalado en su celda un colchon impregnado en orina y le habian dado una manta de borra. En uno de los rincones de la elevacion a modo de catre, el holandes habia colocado una pila de libros baratos sin encuadernar. Tenia permiso para darse una ducha al dia y habia empezado a acostumbrarse al calor. Se quitaba la ropa en cuanto entraba en la celda y, por lo general, iba en calzoncillos. Solo en las raras ocasiones en que lo sacaban para ventilarlo o interrogarlo, se tomaba la molestia de vestirse. Una patrulla habia pasado por su habitacion en Kringsja y le habian traido ropa interior, articulos de aseo e incluso un pequeno reproductor portatil de CD.
Ahora se habia vestido y estaba con Karen Borg en un despacho de la tercera planta. No mantenian exactamente una conversacion, era mas bien un monologo en el que la contraparte a veces introducia murmullos.
– A principios de semana me llamo Peter Strup. Dijo que conocia a uno de tus companeros y que te queria ayudar. -No hubo reaccion, solo un gesto aun mas oscuro y cerrado en torno a los ojos-. ?Conoces al abogado Strup? ?Sabes de que companero habla?
– Si. Yo te quiero a ti.
– Esta bien.
Karen se estaba desanimando. Tras un cuarto de hora intentando sonsacar a aquel hombre, estaba a punto de tirar la toalla. De pronto el holandes se echo hacia delante en la silla. Con un movimiento desvalido, apoyo la cara en las manos y los codos sobre las rodillas separadas, se restrego la cabeza, alzo la mirada y hablo.
– Entiendo que estes confusa. Yo tengo una confusion de la hostia. El viernes pasado cometi el error de mi vida. Fue un asesinato frio, planeado y espantoso. Me pagaron por hacerlo. Mejor dicho, me prometieron dinero por hacerlo. Aun no he visto la guita y no creo que en los proximos anos vaya a estar muy activo en el frente de los creditos. Llevo una semana en una celda sobrecalentada preguntandome que me paso.
De repente rompio a llorar. Fue tan brusco e inesperado que Karen se vio completamente desarmada. El chico, que ahora parecia un adolescente, mantenia la cabeza entre las piernas, como si estuviera practicando las medidas de seguridad de un avion en caso de accidente, y en la espalda parecia tener convulsiones.
Al cabo de unos segundos se reclino en la silla para respirar mejor. Tenia manchas rojas en la cara, se le caian los mocos y, a falta de nada que decir, Karen saco unos Kleenex de su cartera y se los tendio. El chico se seco la nariz y los ojos, pero no dejo de llorar. Karen no sabia como consolar a un asesino arrepentido, pero se acerco un poco con la silla y le cogio la mano.
Permanecieron asi diez minutos. Dio la impresion de ser una hora, y ella penso que era probable que ambos lo hubieran sentido asi. Pero por fin la respiracion del joven empezo a estabilizarse. Karen le solto la mano y aparto un poco la silla, sin hacer ruido, como si quisiera borrar aquel ratito de cercania e intimidad.
– Tal vez ahora quieras decir algo mas -dijo en voz baja, y le ofrecio un cigarrillo que el cogio con mano temblorosa, como un mal actor.
Ella sabia que el temblor era autentico. Le dio fuego.
– No tengo ni idea de que decir -tartamudeo el chico-. Una cosa es que haya matado a un hombre, pero es que he hecho muchas cosas mas, y no me gustaria hablar tanto como para conseguir una cadena perpetua. No se como contar lo uno sin revelar lo otro.
Karen no sabia que decir. Estaba acostumbrada a tratar la informacion con la mayor discrecion y confidencialidad. Si no fuera por esa cualidad, no habria tenido muchos clientes. Pero hasta ahora, su discrecion habia abarcado asuntos de dinero, secretos industriales y estrategias comerciales. Nunca le habian confesado algo abiertamente criminal; de hecho, no estaba segura de que se podia callar sin transgredir ella misma la ley. Antes de pensar bien sobre aquel problema, tranquilizo a su cliente.
– Lo que me digas a mi, queda entre nosotros. Soy tu abogada y estoy obligada a mantener el secreto profesional.
Tras otros dos o tres suspiros, el holandes se sono con los Kleenex empapados y conto su historia:
– He estado en una especie de liga. Digo «una especie» porque la verdad es que no se gran cosa sobre ella. Conozco a un par de personas mas que estan implicadas, pero son gente a mi nivel, nosotros recogemos y entregamos, y a veces vendemos un poco. Mi contacto tiene una empresa de coches usados en Sagene. Pero el tinglado entero es bastante grande. Al menos eso creo. Nunca he tenido problemas a la hora de cobrar los trabajos que he hecho. Un tipo como yo puede viajar con frecuencia a Holanda, no tiene nada de sospechoso. Cada vez que voy, visito a mi madre. -Al pensar en su madre, se volvio a derrumbar-. Nunca antes he estado en contacto con la Policia, ni aqui ni en casa. Joder. ?Cuanto tiempo voy a tener que pasar en la carcel? -Karen sabia perfectamente lo que le esperaba a un asesino, que tal vez fuera tambien correo, pero no dijo nada; se limito a encogerse de hombros-. Calculo que habre hecho unos diez o quince viajes en total -continuo el hombre-. Es un trabajo muy sencillo, en realidad. Antes de salir me dan una direccion en Amsterdam, cada vez es distinta. La mercancia siempre esta ya embalada. En plastico. Yo me trago los paquetes, aunque en realidad no se lo que contienen. -Se interrumpio un momento antes de continuar-. Bueno, siempre he pensado que era heroina. En realidad lo he sabido. Unos doscientos gramos por vez, que son mas de dos mil dosis. Todo ha salido siempre bien y, al entregarlo, me dan mis veinte mil coronas. Ademas de cubrirme los gastos.
La voz sonaba espesa, pero se explicaba con correccion. No paraba de desgarrar los panuelos, que estaban ya a punto de desintegrarse. En ningun momento aparto la vista de sus manos, como si tuviera que constatar con incredulidad que eran precisamente aquellas manos las que habian matado a otro ser humano hacia justo una semana.
– Creo que debe de haber bastante gente implicada, aunque yo no conozco a mas de dos o tres. Es un asunto demasiado grande, un pringado de Sagene no puede llevar todo eso el solo, no parece lo bastante listo. Pero yo no he preguntado. Yo he hecho el curro, he cogido el dinero y he mantenido la boca cerrada. Hasta hace diez dias.
Karen estaba abatida, se sentia atrapada en una situacion que no controlaba en absoluto. Su cerebro registraba la informacion que recibia, al mismo tiempo que luchaba febrilmente con la pregunta de que hacer con ella. Se dio cuenta de que se habia sonrojado y de que el sudor corria por sus axilas. Sabia que el holandes iba a empezar a hablar de Ludvig Sandersen, el hombre al que ella misma habia encontrado la semana anterior, un hallazgo que desde entonces la perseguia por las noches y la atormentaba por el dia. Se aferro a los reposabrazos de la silla.
– El martes pasado me pase a ver al tipo de los cochesusados -continuo Han van der Kerch, que estaba mas