consistido en una reforma deleznable a un precio descabellado. Como consecuencia, los gastos de comunidad se quintuplicaron en tres anos; los menos acomodados tuvieron que mudarse y, si no hubiera sido porque a los acreedores no les convenia declarar la comunidad de vecinos en quiebra, las cosas hubieran ido muy mal. Sin embargo, Karen vendio el piso a tiempo, justo antes de la gran caida del precio de la vivienda en 1987, y habia salido del asunto con suficientes recursos economicos para hacerse con una nueva vivienda: un atico en el edificio contiguo. Este se habia librado del plan de renovacion porque los propios inquilinos se habian encargado de llevar a cabo las reformas que exigia el Ayuntamiento en esa zona.

Karen y Nils se plantearon seriamente mudarse del barrio, pero algunos anos atras, en una maravillosa noche de sabado, habian analizado sus propios motivos. Hicieron una lista con los pros y los contras, como si tuvieran que responder a un examen de selectividad. Al final llegaron a la conclusion de que era mejor usar el dinero para ampliar su pequeno apartamento y de paso reforzaron las finanzas de la comunidad de vecinos al comprar el resto de la planta del atico, de casi 200 metros cuadrados. Cuando estuvo acabado, se habia convertido en un piso magnifico, y caro. Nunca se habian arrepentido. Despues de que ambos, de forma sorprendentemente serena, hubieran asumido que nunca iban a tener hijos, una especie de reconocimiento silencioso que habia surgido entre ellos despues de que llevaran cuatro o cinco anos sin usar medios anticonceptivos sin que eso tuviera la menor consecuencia, empezaron a olvidar todas las objeciones que sus amigos ponian al contaminado centro de Oslo. Tenian una azotea, una piscina jacuzzi y una barbacoa, se libraban de las labores de jardineria y podian darse un paseo hasta el cine mas cercano sin llegar a cansarse. Tenian coche, un Ford Sierra que compraron de segunda mano pensando que era una tonteria gastar mucho dinero en un coche que iba a estar aparcado al aire libre, pero por lo general iban en tranvia o a pie.

Karen se habia criado en Kalfaret, un barrio bueno de Bergen. Tuvo una infancia marcada por el sofisticado servicio de vigilancia de las amas de casa, agentes que se asomaban por detras de las cortinas, siempre perfectamente informadas del mas minimo detalle sobre todo el mundo, desde los suelos sin lavar hasta las relaciones extramatrimoniales. Un par de veces al ano, cuando pasaba unos dias en casa de sus padres, siempre la embargaba una claustrofobia insoportable que no acababa de entender, sobre todo porque nunca habia tenido nada que ocultar.

Por eso, para ella, Grunerlokka era un lugar de libertad. Se habian quedado alli, y no tenian la menor intencion de irse.

Se detuvo ante el pequeno quiosco cuya puerta daba a la parada del tranvia. La prensa amarilla se agolpaba ante ella.

«Brutal asesinato vinculado al mundo de la droga asola a la Policia.»

El titular del periodico Dagbladet llamo su atencion. Agarro un ejemplar, entro en la tiendecita leyendolo y lanzo siete coronas sobre el mostrador sin mirar al vendedor. Cuando salio, el tranvia acababa de llegar. Marco su bonobus y se sento en un asiento plegable que estaba libre. La portada remitia a la pagina cinco. Debajo de una foto del cadaver que ella misma habia encontrado apenas cuatro dias antes, el texto informaba de que «el brutal asesinato de un hombre de unos treinta anos, no identificado hasta ahora, responde a un ajuste de cuentas por asuntos de drogas, segun la policia».

No se indicaban las fuentes, pero la historia coincidia inquietantemente con lo que le habia contado Sand.

Estaba cabreada. Hakon habia recalcado que lo que hablaran entre ellos no debia salir de alli. Por otro lado era una advertencia por completo superflua, poca gente le gustaba menos a Karen Borg que los periodistas. Por eso la irritaba aun mas la dejadez de la Policia.

Penso en su cliente. ?Veria los periodicos en el calabozo? No, habia aceptado la prohibicion de recibir cartas y visitas, y Karen creia recordar que eso implicaba tambien la prohibicion de periodicos, television y radio. Pero no estaba segura.

«Esto tiene que asustarlo aun mas», penso, y luego se abstrajo con el resto del periodico mientras el tranvia traqueteaba a traves de las calles de la ciudad, al modo de los tranvias modernos.

En la otra punta de la ciudad un hombre tenia miedo a morir.

Hans A. Olsen era tan ordinario como su propio nombre. El aire inconfundible de la ingesta abusiva de alcohol durante un numero excesivo de anos habia hecho estragos en su rostro. Su palida piel grisacea era grasienta, con los profundos poros bien visibles, y nunca parecia seca del todo. En esos momentos sudaba con fuerza y aparentaba mas de los cuarenta y dos anos que tenia. La amargura habia colaborado con el abuso del alcohol y habia proporcionado a su cara un aire descontento y furibundo.

Hans A. Olsen era abogado. Al comienzo de sus estudios habia mostrado prometedores modales y por eso habia tenido algunos amigos. Sin embargo, la infancia en un ambiente pietista al sudoeste del pais habia encadenado fuertemente toda la voluptuosidad y alegria de vivir que alguna vez hubiera tenido. Habia perdido la fe de su infancia a los pocos meses de llegar a la capital, pero el joven no habia encontrado nada con lo que sustituirla. Nunca se habia librado del todo de la imagen de un dios vengativo e implacable, y el desgarro entre su yo primitivo y el sueno sobre una epoca de estudios repleta de vino, mujeres y logros academicos no habia tardado en llevarlo a buscar consuelo en las tentaciones de la gran ciudad. Ya en aquellos tiempos, sus companeros de estudios afirmaban que Hans A. Olsen nunca habia usado sus organos sexuales mas que para mear. Era una verdad a medias. El chico aprendio pronto que el sexo se puede comprar. Su falta de encanto y su inseguridad habian hecho que no tardara en comprender que las mujeres no eran lo suyo, asi que habia frecuentado la zona del Ayuntamiento y acumulado mucha mas experiencia de la que le atribuian sus companeros.

El consumo de alcohol, que aumento a tal velocidad que ya a los veinticinco anos se decia que era alcoholico -cosa que medicamente no era correcta-, le impidio licenciarse con los resultados que hubieran correspondido a un talento original. Se licencio en Derecho con un expediente medio y encontro trabajo en el Ministerio de Agricultura. Permanecio alli durante cuatro anos, antes de establecerse por su cuenta tras dos anos de practicas en un juzgado del norte de Noruega, un tiempo que recordaba con horror y que no consideraba mas que un mal necesario en el camino hacia la habilitacion y la libertad que sentia haber estado siempre buscando.

Despues encontro a otros tres abogados que tenian un espacio libre en el despacho que compartian y que llegaron a la conclusion de que era un hombre retraido y dificil, con una furia incontrolable. Sin embargo, lo aceptaron tal y como era, en gran medida porque, a diferencia de los demas, siempre y sin excepcion estaba al dia en el pago del alquiler y el resto de los gastos comunes, aunque sus companeros lo atribuyeran mas bien a su infimo gasto de dinero que a sus capacidades de ganarlo. Hans A. Olsen era simple y llanamente tacano. Tenia debilidad por los trajes grises; poseia tres. Dos de ellos tenian mas de seis anos, y se notaba. Ninguno de sus colegas lo habia visto jamas vestido de otra manera. Usaba el dinero en una sola cosa: alcohol.

Para sorpresa de todos, durante un breve periodo habia florecido. El asombroso giro de su vida se manifesto en que se lavaba el pelo con mas frecuencia, en que empezo a usar un after shave de lujo -que durante un rato ocultaba el olor gris y desalinado de su cuerpo, que tambien impregnaba su despacho- y en que una manana aparecio con unos zapatos italianos que, en opinion de la secretaria, eran muy elegantes. La causa de la transformacion fue una mujer que estaba dispuesta a casarse con el. La ceremonia tuvo lugar a las tres semanas de que se conocieran, cosa que en realidad implicaba unas cincuenta cervezas en el Gamla.

La mujer era mas fea que el demonio, pero quienes la conocian decian que era buena, inteligente y calida. Era diacono, pero eso no habia supuesto ningun impedimento en el corto camino hacia su divorcio y ruptura definitiva.

Sin embargo, Hans A. Olsen tenia un punto fuerte: los criminales se entusiasmaban con el. Se esforzaba por sus clientes como pocos. Al tener sentimientos tan fuertes hacia ellos, detestaba a la Policia, la odiaba sin restricciones y nunca lo ocultaba. Su furia incontrolable habia irritado a incontables miembros de la Policia judicial durante el transcurso de los anos y como consecuencia sus clientes permanecian en prision preventiva durante mucho mas tiempo que la media. Olsen odiaba a la Policia, y esta lo odiaba a el. Como es natural, eso afectaba a los prisioneros a los cuales representaba.

En aquel momento, Hans A. Olsen estaba muerto de miedo. El hombre que tenia ante el lo apuntaba con una pistola que sus escasos conocimientos sobre armas le impedian identificar. Pero parecia peligrosa, y habia visto suficientes peliculas como para reconocer el silenciador.

– Has cometido una enorme tonteria, Hansa -dijo el hombre de la pistola.

Hans A. Olsen odiaba el sobrenombre de Hansa, aunque fuera consecuencia natural de que siempre se presentara con la «a» intercalada.

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