que seguia siendo dueno de la situacion, aunque en realidad no lo era-. Te sere sincera, creo que te conviene ayudarme -prosiguio infatigable la subinspectora-. Quiza lo hicieras por tu cuenta, tal vez fuera un encargo, puede incluso que te presionaran para hacerlo, lo cual significa que nos encontramos ante una serie de circunstancias que pueden ser de vital importancia para tu futuro.
La mujer detuvo el flujo constante de palabras, encendio otro cigarrillo y miro a los ojos del detenido, que seguia sin dar senales de querer hablar. Wilhelmsen suspiro elocuentemente y apago la maquina de escribir.
– No me toca a mi decidir tu condena, si es que eres culpable. Pero cuando tenga que testificar en el juzgado seria muy importante para ti que yo pudiera decir algo bueno y positivo sobre tu disposicion a cooperar con nosotros.
Sand volvio a experimentar esa sensacion de cuando era pequeno y le dejaban ver la serie policiaca en television. Nunca se atrevia a ir al bano por si se perdia algo emocionante.
– ?Donde lo encontrasteis?
La pregunta del holandes pillo completamente por sorpresa a Sand y pudo advertir por primera vez una leve inseguridad en el rostro de su companera.
– En el sitio donde lo mataste -contesto ella de un modo exageradamente lento.
– Contesta a mi pregunta. ?Donde encontrasteis al tipo?
Ambos policias vacilaron.
– A la altura de la cabeza del puente Hundremann, al otro lado del rio Aker. Pero eso ya lo sabes -dijo Hanne, mientras mantenia sus ojos clavados en el para no perderse un solo matiz de su rostro.
– ?Quien encontro el cuerpo? ?Quien lo denuncio a la Policia?
La vacilacion de Wilhelmsen se convirtio en un vacio que Sand tuvo que rellenar.
– Fue una paseante, una abogada, amiga mia, por cierto, y seguro que fue una experiencia bastante jodida.
Wilhelmsen estaba furiosa, pero Sand se percato demasiado tarde de lo que habia hecho. Cuando empezo a hablar, no se dio cuenta que ella le estaba avisando con la mano de lo que estaba ocurriendo. Se sonrojo fuertemente bajo la intensa mirada de reproche de la subinspectora.
Van der Kerch se levanto.
– Pues ahora si que quiero un abogado -dijo, como si fuera una declaracion-. Quiero a esa mujer; si conseguis que venga, me pensare si hablo o no. Prefiero pasar diez anos aislado en la carcel de Ullersmo que tener a otro defensor.
Se dirigio por iniciativa propia hacia la puerta, franqueando las piernas de Sand como si fuesen un obstaculo, y espero educadamente a que le acompanaran de vuelta a su celda. Wilhelmsen lo siguio sin mirar al todavia muy ruborizado fiscal adjunto.
Se habian acabado el cafe; no estaba muy bueno, y eso que estaba recien hecho. Sand explico que era descafeinado. En un horroroso cenicero de color naranja habia seis colillas.
– Despues tenia un cabreo de la hostia conmigo, y con razon. Creo que va a pasar algun tiempo hasta que me permitan volver a estar presente en un interrogatorio. Pero el tio es firme, dijo que te queria a ti o a nadie. -El fiscal adjunto no parecia ahora menos cansado que cuando Karen Borg llego, se froto las sienes y se revolvio el pelo ya seco-. Le pedi a Hanne que le pusiera al chico todo tipo de reparos y objeciones, pero dice que es inquebrantable. La he cagado y la cosa mejoraria algo si consiguiera que me ayudaras en esto.
Karen suspiro, durante seis anos de su vida practicamente no hizo otra cosa que hacerle favores a Hakon. Sabia que tampoco esta vez iba a ser capaz de negarse, pero pensaba ponerselo muy dificil.
– Solo te prometo que voy hablar con el -dijo brevemente, y se levanto.
Ambos salieron por la puerta, ella delante y el detras, como en los viejos tiempos.
El joven holandes habia insistido en hablar con Karen Borg, no sin insinuar cierta apertura. Pero en ese momento parecia que se le habia olvidado, estaba malhumorado y agrio como el vinagre. Karen se habia cambiado a la silla de Hakon, mientras que este, con buen juicio, se habia retirado. El despacho de los abogados en el patio trasero tenia un aspecto bastante tetrico, asi que Sand habia puesto su oficina a disposicion de Karen por temor a que se retractara de su promesa de hablar con el joven holandes.
El muchacho tenia un aspecto agradable pero soso, cuerpo atletico y pelo rubio oscuro. El crecimiento del cabello de las ultimas tres o cuatro semanas habia estropeado lo que en su dia fue un corte de pelo carisimo. Las manos eran refinadas, casi femeninas. ?A lo mejor tocaba el piano? «Las manos de un amante», penso Karen, que en ese momento no tenia la menor idea de como afrontar la situacion. Ella estaba acostumbrada a los consejos de administracion y a las juntas directivas, a los muebles de roble en las salas de juntas y a los despachos amplios con cortinas de quinientas coronas el metro. Sabia como manejarse entre hombres trajeados, llevaran corbatas elegantes o espantosas, y entre alguna que otra mujer con maletin y perfume de Shalimar. Dominaba a la perfeccion el derecho mercantil y la creacion de empresas y, hacia tan solo tres semanas, se habia hecho merecedora de 150.000 coronas de honorarios tras haber revisado un extenso contrato para uno de sus mayores clientes. Aquello, basicamente, consistia en leerse contratos de quinientas paginas, verificar que mantenian lo que prometian y poner un OK en la cubierta: 75.000 coronas por letra.
Como es obvio, las palabras del reo eran igual de valiosas.
– Querias hablar conmigo -dijo Karen-. No entiendo por que. ?Tal vez podamos comenzar por ahi? -El detenido la examinaba pero seguia sin decir nada, y balanceaba una y otra vez la silla, cosas que a ella la ponian nerviosa-. Lo cierto es que no soy el tipo de abogada que necesitas. Conozco a unos cuantos, podria hacer algunas llamadas y conseguirte a uno de los mejores en un periquete.
– ?No! -Las patas delanteras de la silla golpearon el suelo con fuerza, se inclino hacia delante y la miro por primera vez a los ojos-. No, te quiero a ti, no llames a nadie.
De repente la abogada se dio cuenta de que se encontraba a solas con un presunto asesino; ademas, el cadaver sin rostro no habia dejado de aterrarla desde que lo descubrio el viernes por la noche. Hizo un esfuerzo para controlar sus nervios, nunca en este pais un abogado habia muerto a manos de su cliente, y menos en la propia jefatura. Respiro hondo y se tranquilizo con ayuda del cigarrillo.
– ?Y bien! ?Que es lo que quieres de mi? -El detenido seguia sin contestar-. Esta tarde ordenaran tu ingreso en prision y me niego a presentarme alli si no tengo la menor idea de lo que vas a decir. -Tampoco las amenazas surtieron efecto en el chico, aunque la abogada advirtio una ligera preocupacion en sus ojos, y lo volvio a intentar por ultima vez-. Ademas me queda muy poco tiempo -dijo mirando su Rolex con premura y notando que la ansiedad iba dejando paso a una creciente irritacion. El holandes se percato de ello y empezo a bascular la silla-. ?Basta ya con la silla! -Las patas de la silla golpearon el suelo por segunda vez, la mujer empezaba a dominar la situacion-. No te estoy pidiendo que me digas la verdad. -Su voz era mas serena-. Solo quiero saber lo que vas a decir en el juzgado, y lo tengo que saber ahora.
La poca experiencia que Karen Borg tenia con criminales que no llevaran cuellos de camisa blancos y corbatas de seda se limitaba al caco que un dia bajo pedaleando por la calle Mark sobre la bicicleta de quince marchas que ella misma acababa de estrenar. Pero veia la television y se acordo de lo que habia dicho el abogado defensor Matlock: «No quiero oir la verdad, quiero saber lo que vas a decir en el juicio». No lo solto de modo tan convincente como el personaje televisivo, en ella sono mas bien vacilante, pero quiza aquello fuera suficiente para provocar en el detenido algun tipo de desahogo oral.
Habian pasado muchos minutos y, en vez de columpiarse, el detenido restregaba el suelo de linoleo con las patas de la silla. El ruido era insoportable.
– Fui yo quien mato al hombre que encontraste.
Karen se sintio mas aliviada que sorprendida, pues sabia que habia sido el. «Dice la verdad», penso, y le ofrecio una pastilla para la garganta. El chico mostraba cierta predileccion por fumar con una pastilla en la boca, igual que la abogada. Ella inicio ese ritual muchos anos antes, convencida de que prevenia el mal aliento, pero con el tiempo tuvo que reconocer que no servia de nada, aunque a esas alturas ya habia empezado a gustarle.
– Fui yo quien mato al tio ese -lo dijo como si tratara de convencer a alguien, algo que no era necesario-. No se quien es, quien era, quiero decir. Vamos, que se como se llama y el aspecto que tenia, pero no le conocia. ?Conoces tu a algun abogado defensor?
– Desde luego -contesto, esbozando una sonrisa de alivio que el no le devolvio-. Bueno, conocer, lo que se dice conocer, no tengo amistad con ninguno de ellos, si te refieres a eso, pero sera facil encontrarte un buen abogado. Me alegro de que empieces a entender lo que realmente necesitas.