telefono movil. Para encenderlo habia que apretar un boton; entonces se ponia a rechinar como en una vieja pelicula norteamericana de detectives. Despues se apretaba otro boton que establecia contacto directo con la Central de Operaciones de la Policia. Ella se llamaba BB 04, y el 01 era la Central de Operaciones era 01.
– Llevalo siempre encima -le ordeno Hakon-. No dudes en usarlo. La Central de Operaciones esta informada. La policia estara contigo en cinco minutos.
– Cinco minutos puede ser mucho tiempo -constato calladamente Karen.
Jueves, 15 de octubre
En una ocasion, hacia mucho, mucho tiempo, habia coqueteado descaradamente con el. Por aquel entonces, ella no era aun comisaria principal, sino funcionaria en el grupo de hurtos y carteristas, y acababa de empezar a trabajar en la fiscalia. Viajaron a Espana para reunir pruebas para un caso de contrabando de alcohol, fue su primer viaje al extranjero con ese trabajo. El hombre que ahora tenia enfrente, sentado en la silla de invitados, era en aquellos tiempos abogado defensor. Les habia llevado tres horas reunir las pruebas, el viaje duro tres dias. Comieron mucho y bien, y bebieron aun mas.
El hombre tenia todo lo que ella admiraba: era bastante mayor que ella, estaba forrado, tenia experiencia y exito. Ahora era secretario de Estado en el Ministerio de Justicia. Eso tampoco estaba mal. Durante aquel viaje, diez anos antes, nunca pasaron de darse unos besos, unas caricias y algun abrazo. No habia sido por eleccion de ella, por eso estaba un poco cohibida.
– ?Una taza de cafe? ?Te?
Acepto lo primero y rechazo un cigarrillo.
– Lo he dejado -dijo.
La comisaria principal tenia las manos humedas y se arrepintio de no haber sacado unos documentos o alguna otra cosa que hojear; acabo jugueteando con los dedos y moviendose inquieta en el enorme sillon.
– ?Enhorabuena por el nombramiento de comisaria principal! -se rio el-. ?No esta nada mal!
– No me lo esperaba -faroleo ella.
Lo cierto es que el antiguo comisario principal la animo a solicitar el puesto, por eso a nadie le sorprendio que se lo dieran.
El secretario de Estado echo un vistazo al reloj y fue al grano.
– El consejo de ministros esta preocupado por este caso de los abogados -la informo-. Muy preocupado. ?Que es lo que esta pasando en realidad?
Era cierto que hacia muchos anos se habia insinuado abiertamente a aquel tipo, y tambien que el hombre seguia entusiasmandola, el titulo de secretario de Estado no amortiguaba precisamente sus sentimientos, pero la comisaria principal era una profesional.
– Es un caso dificil y aun bastante confuso -respondio de modo abstracto-. Me temo que no tengo gran cosa que contar, mas alla de lo que ha salido en los periodicos. Parte de ello es verdad.
El hombre se enderezo la corbata y carraspeo elocuentemente, como para recordarle que el, en tanto que subordinado directo del ministro, tenia derecho a saber mas de lo que se publicaba en la prensa mas o menos fiable. No le sirvio de mucho.
– La investigacion se encuentra en una fase muy inicial y la Policia aun no esta preparada para dar informacion. En caso de que la investigacion sacara a la luz algo que creyeramos que debe saber la direccion politica del ministerio, yo te informaria de inmediato, como es obvio. Eso te lo puedo prometer.
No iba a conseguir sacarle nada mas, el hombre era lo bastante mayor como para saberlo, asi que ni siquiera lo intento. Cuando se iba, la comisaria principal se dio cuenta de que los kilos que habia cogido hacian que su trasero resultara bastante menos atractivo. Habria mas oportunidades. Una cana cayo silenciosamente sobre el escritorio y ella se apresuro a recogerla. Despues marco el numero de la secretaria.
– Pideme hora con mi peluquero -le ordeno-. Tan pronto como sea posible, por favor.
Han van der Kerch estaba empezando a perder la nocion del tiempo. Ciertamente apagaban la luz para informar a los detenidos de que era de noche, y ademas servian puntualmente la intragable comida empaquetada en plastico, lo que contribuia a descomponer la existencia en partes que luego formaban un dia; pero al no tener ocasion de ver el sol ni la lluvia, el aire o el viento, y disponiendo de mucho tiempo que no podia usar mas que para dormir, el joven holandes se habia derrumbado, entrando en un estado de apatia y de no-existencia. Una noche, en la que cinco horas de sueno diurno tornaron insoportable la eternidad que paso escuchando el doloroso llanto del chico de la celda contigua y los desgarradores chillidos de un marroqui con fuerte sindrome de abstinencia, que estaba alojado en una celda un poco mas alla, sintio que estaba a punto de volverse loco. Rogo a un Dios en el que no habia creido desde que iba a catequesis que volvieran a poner pronto la potente luz del techo. Resulto evidente que Dios se habia olvidado de el, del mismo modo que Han van der Kerch se habia olvidado de Dios, porque la manana no llegaba nunca. Estaba tan desesperado que habia arrojado contra la pared el reloj de pulsera que le habian devuelto al cabo de un par de dias. El reloj se habia machacado y ya no podia siquiera seguir el tiempo en su insoportable avance hacia un futuro en blanco, sin el menor contenido.
La desenvuelta mujer miope que traia el carrito con la comida de los presos le daba de vez en cuando un trozo de chocolate que el aceptaba en cada ocasion como un regalo de Nochebuena. Partia el chocolate en pedazos diminutos que despues dejaba que se le derritieran uno a uno en la boca. El chocolate no habia impedido que perdiera peso; en tres semanas de prision preventiva, habia perdido siete kilos. No le sentaba nada bien, pero tampoco tenia mayor importancia dada su situacion, a veces en calzoncillos y a veces desnudo del todo.
Ademas tenia miedo. La angustia que se le habia instalado en el estomago como un cactus creciente en el momento en que se inclino sobre el cadaver desfigurado de Ludvig Sandersen habia acabado extendiendose a todos sus miembros, y provocaba un desagradable temblor en sus brazos que le hacia derramar todo lo que bebia. Al principio habia conseguido abstraerse con los libros que le prestaban, pero a la larga fue perdiendo la capacidad de concentracion. Las letras danzaban y se agolpaban sobre el papel. Le habian dado pastillas, esto es, se las habian dado a los guardias que a su vez se las daban a el, siguiendo las instrucciones del medico, una a una y acompanadas de agua tibia en un vaso de plastico. Por la noche le daban unas diminutas pastillas azules, que le ayudaban a montarse en el tren de los suenos, y, tres veces al dia, pastillas blancas mas grandes. Aquello le procuraba un respiro en el que, por un rato, el cactus retraia sus espinas. Pero la certeza de que no tardarian en retornar, recien afiladas y de mayor tamano, era casi igual de terrible. Han van der Kerch estaba a punto de perder la nocion de su propia existencia.
Creia que era de dia. No podia saberlo a ciencia cierta, pero la luz estaba puesta y a su alrededor habia muchos ruidos. Acababan de servir una comida, aunque no sabia si era el almuerzo o la merienda. ?Tal vez fuera la cena? No, era demasiado pronto, habia demasiado jaleo.
Al principio no entendio lo que era. Cuando el pequeno trozo de papel cayo a traves de las rejas, tardo un buen rato en pensar en el. Siguio con los ojos la trayectoria del papelito, que era tan pequeno y ligero que tardo una eternidad en llegar al suelo. Se agitaba como una mariposa, oscilando de un lado a otro, mientras bajaba hacia el hormigon. El chico sonrio, el movimiento le resultaba gracioso y sentia que no le concernia.
Alli quedo tirado. Han van der Kerch lo dejo estar y alzo la mirada para fijarse de nuevo en las lineas rotas que le contaban lo que pasaba en el pasillo. Le acababan de dar una de las pastillas blancas y se sentia mejor que una hora antes. Al cabo de un rato intento levantarse. Estaba mareado y llevaba tanto tiempo tumbado en la misma postura que los brazos y las piernas se le habian dormido. Sentia incomodos picores, pero con movimientos entumecidos recorrio los pocos pasos que le separaban de la puerta. Se agacho y cogio la nota sin mirarla. Le llevo varios minutos sentarse en la postura adecuada, sin que las diversas partes del cuerpo se quejaran demasiado.
La nota tenia el tamano de una postal, plegada dos veces. La desdoblo sobre un muslo.
Era obvio que el mensaje iba dirigido a el, solo contenia unas pocas palabras escritas en mayusculas con un rotulador grueso: «El silencio es oro, hablar es la muerte». Era bastante melodramatico; se echo a reir. La risa fue estridente y tan alta que llego a asustarse y se callo. Acto seguido el miedo lo domino del todo. Si una nota era capaz de traspasar las rejas de su puerta, una bala tambien podria.
Empezo a reirse de nuevo, tan alto y tan estridentemente como hacia un instante. La risa retumbo en las paredes de ladrillo, reboto de aca para alla y danzo alrededor del hombre que la producia antes de desaparecer