– ?Existe alguna posibilidad de que vosotros os hagais cargo del caso?
El hombre que lo preguntaba, un tipo rubio de unos cuarenta anos, era uno de los empleados del cuerpo, al igual que el tipo moreno vestido con vaqueros y jersey. El tercer hombre, un tipo mayor vestido con un traje de franela, estaba vinculado a la Brigada de Informacion de la Policia y tenia los codos apoyados sobre la mesa, mientras entrechocaba las puntas de los dedos a toda velocidad.
– Demasiado tarde -constato brevemente-. Habria sido posible hace un mes, antes de que el caso creciera tanto. Ahora, sin duda, es demasiado tarde. Llamaria mucho la atencion, mucho mas de lo que nos podemos permitir.
– Pero ?hay algo que podamos hacer?
– No creo. Mientras ni siquiera nosotros tengamos clara la envergadura del caso, solo puedo recomendaros que mantengais la relacion con Peter Strup, que no perdais de vista a nuestro buen amigo y que, por lo demas, intenteis adelantaros a todos los demas. ?Como hacerlo? No tengo ni idea.
No habia nada mas que anadir. Las patas de las sillas chillaron en protesta cuando los tres hombres se levantaron al mismo tiempo. Antes de dirigirse a la puerta, el invitado estrecho lugubremente la mano de sus dos anfitriones, como si acabaran de estar en un entierro.
– Esto no esta bien, no esta nada bien. Ruego a Dios que os esteis equivocando. Buena suerte.
Diez minutos mas tarde estaba de vuelta en las plantas superiores e invisibles de la jefatura. Su jefe lo escucho durante media hora. Luego se quedo mirando a su experimentado empleado durante mas de un minuto, sin decir palabra.
– Menuda mierda -concluyo.
La comisaria principal estaba un poco molesta por la insistencia del secretario de Estado. Por otro lado, quiza solo estaba usando el caso como una excusa para contactar con ella, la idea la halagaba. Se miro al espejo y, lo que vio, le hizo fruncir la boca en un gesto poco favorecedor. Era deprimente, cuanto mas flaca estaba, mas vieja parecia. Durante los ultimos meses cada vez esperaba con mas preocupacion la siguiente menstruacion, que ya no era tan fiel como antes. Vacilaba un poco, le venia cuando le parecia, y se habia reducido desde una cascada de cuatro dias a un riachuelo de dos. En su lugar, habia registrado aterrorizada cierta tendencia hacia los sofocos. En el espejo veia a una mujer a la que la naturaleza habia colocado, sin piedad, en la clase de las abuelas. Puesto que tenia una hija de veintitres anos, la posibilidad no era en absoluto una cuestion teorica.
Un estremecimiento le recorrio la espalda al pensarlo, tenia que intentarlo.
De un cajon del escritorio saco una crema hidratante para la cara, Visible Difference.
Volvio al espejo y se aplico la crema sobre la piel con mucho detenimiento. No sirvio de nada.
Al parecer, el secretario de Estado seguia casado. Al menos la prensa rosa no habia informado de otra cosa, aun asi, mantenia la posibilidad abierta. Una vez de vuelta en el sillon del jefe, le echo otra mirada al telefax antes de marcar el numero de telefono. El fax estaba firmado por el ministro en persona, pero se le indicaba que llamara al secretario de Estado.
El hombre tenia una voz profunda y agradable. Era de Oslo, pero acentuaba algunas palabras de un modo muy particular, cosa que tornaba su voz especial y muy facil de reconocer, era casi cantarina.
El secretario de Estado no le propuso una cena, ni siquiera un triste almuerzo. Fue breve y estuvo poco implicado, y se disculpo por el fax. Era el ministro quien habia insistido. ?Podria proporcionarle un pequeno resumen del estado de la situacion? La prensa habia empezado a acosar al ministro de Justicia. Queria que mantuvieran una reunion, con la propia comisaria o con el jefe de grupo. Pero no queria cenar.
En fin, si el secretario de Estado queria mostrarse distante, ella tambien podia hacerlo.
– Te envio el texto de la acusacion. Y punto.
– Esta bien -respondio el secretario de Estado y, para decepcion de la comisaria, ni siquiera se tomo la molestia de discutirlo-. A mi, en realidad, me importa un bledo, pero no acudas a mi en busca de ayuda cuando el ministro empiece a dar la lata. Yo me lavo las manos. Adios.
La comisaria se quedo muda, mirando fijamente el aparato. Que bajon. No pensaba proporcionarle ni un dato, ni un puto dato.
Miercoles, 25 de noviembre
El ruido la pillo tan desprevenida que, del susto, casi se cae de la cama. Seguia sentada, leyendo, pese a que eran cerca de las dos de la madrugada. No es que el libro fuera especialmente emocionante, sino que se habia echado una siesta de tres horas despues de comer. Sobre la mesilla, que habia fabricado ella misma muchos anos atras, habia una vela y un vaso de vino tinto. La botella estaba medio vacia, y Karen, medio borracha.
Se levanto y se golpeo la cabeza contra el techo inclinado sobre la cama, aunque no se hizo demasiado dano. El telefono movil se estaba cargando en el enchufe junto a la puerta. Lo cogio y volvio a meterse entre los edredones antes de pulsar la tecla de descolgar y responder.
– Hola, Hakon -dijo, sin saber quien la llamaba. Corria un gran riesgo, puesto que lo mas probable era que fuera Nils, pero sus instintos no fallaron.
– Hola -sono debilmente en la otra punta del telefono-. ?Como estas?
– ?Como estas tu? ?Que ha dicho el tribunal?
Asi que ya lo sabia.
– No han conseguido acabar hoy. Bueno, ayer. Todavia hay esperanzas. Dentro de algunas horas vuelve a empezar la jornada laboral y supongo que la resolucion no tardara en llegar. La verdad es que no puedo dormir.
Le llevo media hora explicarle a Karen lo que habia pasado no intento disimular su desastrosa actuacion.
– Seguro que no fue para tanto -dijo ella, sin demasiado convencimiento-. Al fin y al cabo has conseguido que el tribunal encarcele al principal sospechoso.
– Si, mientras dure… -respondio el en tono hosco-. Manana se ira todo a la mierda. Esta bastante claro. Y no tengo ni idea de que vamos a hacer despues. Y encima te he liado para que cometas un delito: faltar a la confidencialidad.
– Eso te lo puedes tomar con mucha calma -dijo ella descartando la idea-. Me plantee el problema de antemano y lo hable largo y tendido con el mas experimentado y sabio de mis colegas del bufete.
Hakon estuvo tentado de mencionar que el juez del caso no carecia precisamente de experiencia y que tampoco Christian Bloch-Hansen era un novato en el oficio, mientras que la competencia de Greverud & Co en ese campo estaba mucho menos clara, pero se callo. Si ella no estaba preocupada, seria mejor no preocuparla.
– ?Por que no me avisaste de que te marchabas? -pregunto de pronto, con un claro tono de reproche.
Ella no respondio, no sabia exactamente por que. Ni sabia por que no le habia avisado ni por que era incapaz de responder. Por eso no dijo nada.
– ?Que es lo que quieres de mi, en realidad? -pregunto Hakon, molesto por su prolongado silencio-. Me siento como un yoyo. Me das ordenes y me pones prohibiciones; intento acatarlas como puedo, ?pero tu no lo haces! ?Que quieres que piense?
No habia una respuesta clara para aquello. Karen se quedo mirando una pequena litografia que estaba colgada sobre la cama, como si la solucion al enigma estuviera escondida en el paisaje azul grisaceo. Pero no lo estaba. Aquello era demasiado para ella. No tenia fuerzas para hablar con el. En vez de decirselo, pulso el boton de cortar con un dedo fino. Cuando solto, todos los reproches habian desaparecido. En la habitacion solo se oia un debil zumbido tranquilizador, mezclado con los ruidos del boxer, que estaba acurrucado a su lado, sobre la alfombra.
El telefono se hizo notar con un sonido lastimoso. Lo dejo sonar mas de diez veces antes de contestar.
– Esta bien -dijo una voz muy lejana-. No hace falta que hablemos mas sobre nosotros. Cuando te apetezca, puedes hablarme del asunto. En cualquier momento. -Karen parecio no captar el sarcasmo-. La cosa es que necesitamos un nuevo interrogatorio. ?Podrias volver a la ciudad?