– No, no quiero. No puedo. Quiero decir… Simplemente no tengo fuerzas. Tengo dos semanas de vacaciones y no pienso ver a nadie mas que al viejo de la tienda. Por favor. Ahorramelo.

El suspiro de hastio no desaparecio entre los ciento veinte kilometros de lineas telefonicas, pero Karen no quiso pensar en eso. Habia hecho mas de lo que le correspondia en aquel caso tan espantoso. Ahora queria olvidarlo todo, olvidar al pobre holandes, olvidar el cadaver horriblemente desfigurado, olvidar la droga, los asesinatos y todos los horrores del mundo. Queria pensar solo en si misma y en su vida. Con eso tenia mas que suficiente, mucho mas.

Despues de pensarselo, Hakon le propuso una alternativa.

– Entonces te mando a Hanne Wilhelmsen. El viernes. ?Te va bien?

El viernes no le iba nada bien, y el jueves o el sabado tampoco, pero si la alternativa era ir a Oslo, tendria que aceptarlo.

– Esta bien -dijo-. Tu sabes como llegar. Dile que le voy a marcar la salida con una bandera noruega. Asi no se perdera.

Por supuesto que Hakon conocia el camino. Habia estado alli cuatro o cinco veces, junto con diversos novios de Karen. En mas de una ocasion, habia tenido que recurrir a los tapones de oido para evitar escuchar los dolorosos sonidos de la habitacion contigua, los suspiros del sexo y el crujido de la cama. Paciente como un perro, se habia acurrucado en la estrecha cama de la cabana y se habia metido los tapones tan adentro que a la manana siguiente le habia costado sacarselos de las orejas. Nunca habia dormido gran cosa en la cabana de los padres de Karen, pero muchas veces habia desayunado alli solo.

– Entonces le digo que este alli sobre las doce. Que sigas teniendo buena noche. No estaba siendo una buena noche; por tanto, tampoco podia seguirlo siendo, pero la de Hakon mejoro un poco cuando ella finalizo la conversacion diciendo:

– No te rindas conmigo, Hakon. Buenas noches.

Viernes, 27 de noviembre

No tenia sentido intentar que le cubrieran los gastos del viaje. Doscientos cuarenta kilometros en un triste coche de servicio, sin radio ni calefaccion, le resultaron tan poco tentadores que decidio irse en su propio automovil. Una solicitud de ayuda por kilometros recorridos tendria que pasar por infinitas instancias y lo mas probable era que fuera rechazada.

Tina Turner berreaba un poco demasiado alto «We don't need another hero». Le sono bien, no se sentia precisamente heroica. El caso estaba atascado. La comision del tribunal de apelaciones habia aceptado la puesta en libertad de Roger y habia reducido la prision preventiva de Lavik a una raquitica semana. La primera alegria provocada porque la comision se mostrara de acuerdo en que habia razones para catalogar a Lavik como un criminal se le habia pasado en unas pocas horas; el pesimismo no habia tardado en asomar su fea sonrisa por los rincones, y al poco tiempo se habia apoderado de ellos de modo pegajoso y desagradable. En ese sentido estaba encantada de poder alejarse de todo durante un dia. Cuando el pesebre esta vacio, los caballos empiezan a morder, se dice, y en su grupo todo el mundo habia empezado a pegar mordiscos. El final del plazo, el lunes por la manana, era como un muro para todos ellos. Nadie se sentia lo bastante fuerte como para saltarlo. En la reunion matinal, a la que Hanne habia acudido antes de meterse en el coche, solo Kaldbakken y Hakon habian mostrado cierta confianza en que aun tenian alguna posibilidad. En el caso de Kaldbakken probablemente la confianza era sincera, aquel hombre nunca se rendia antes de que fuera imprescindible, pero Hanne pensaba que las debiles energias que mostraba Hakon eran en realidad pura apariencia. El fiscal tenia los ojos enrojecidos y la cara demacrada por falta de sueno, y debia de haber perdido peso, aunque esto le habia sentado bien.

En total, habia catorce investigadores trabajando en el caso; cinco de ellos eran del grupo de drogas. Hubieran podido ser cien, porque el reloj avanzaba inexorablemente hacia el lunes, el plazo implacable que les habian impuesto los tres vejestorios del tribunal de apelaciones. La decision judicial habia sido brutal: si la Policia no podia aportar mas de lo que tenia hasta ese momento, Lavik volveria a ser un hombre libre. Las investigaciones tecnicas, los informes de las autopsias, varias listas de viajes al extranjero, una gastada bota de invierno, hojas codificadas e incomprensibles, los analisis de la droga de Frostrup…, todo estaba apilado en la sala de emergencias, como retazos de una realidad cuyo aspecto conocian perfectamente, pero que eran incapaces de armar de modo que pudiera convencer a alguien que no fuera de la Policia. El analisis de la letra de la nota que amenazo la vida de Van der Kerch tampoco habia proporcionado una respuesta clara. La habian comparado con un par de notas encontradas en el despacho de Lavik, ademas de con una nota que le habian hecho escribir con el mismo texto. El abogado la habia escrito sin protestar y aparentemente sin comprender, pero el experto vacilaba. Le parecia apreciar ciertos rasgos en comun aqui y alla, pero llego a la conclusion de que no se podia decir nada con certeza. Subrayo que no era imposible que Lavik fuera el autor de la nota, podia haber previsto la situacion y haber cambiado su propia letra. Un rinconcito en la parte alta de la T y un extrano garabato en la U podian indicar algo asi, pero eso desde luego no tenia valor como prueba.

Se salio de la carretera principal a la altura de Sandefjord, una pequena ciudad de veraneo que, bajo la niebla de noviembre, no resultaba nada encantadora. La ciudad estaba como adormilada. Solo algun que otro valiente vestido de otono se atrevia a enfrentarse al viento y a la lluvia que practicamente entraba en horizontal desde el mar. El viento era tan fuerte que varias veces tuvo que agarrar el volante con firmeza, puesto que el coche perdia estabilidad y amenazaba con acabar en la cuneta.

Despues de recorrer durante quince minutos una carretera sinuosa, vio la banderita que, al modo de un testarudo homenaje a la madre patria, se golpeaba en blanco, rojo y azul contra el tronco de un arbol que no se dejaba perturbar por la paliza. Que manera tan rara de marcar un camino del bosque. Por alguna extrana razon sintio que era una irreverencia dejar la bandera del pais abandonada contra las fuerzas de la naturaleza y se tomo el tiempo necesario para parar y recogerla.

No le resulto dificil encontrar el sitio. De las ventanas salia una luz acogedora que contrastaba calidamente con la tristeza de las cabanas vecinas, cerradas durante el invierno.

Casi no la reconocio. Karen llevaba puesto un chandal del ano de la polca. No pudo evitar sonreir al verlo. Era azul con unas hombreras blancas que se reunian en dos picos sobre el pecho. Ella habia tenido uno igual de adolescente, que habia ido haciendo las veces de prenda para jugar, ropa deportiva y pijama, hasta que acabo deshaciendose y fue imposible encontrar otro igual.

En los pies, Karen llevaba unas zapatillas de lana viejisimas, agujereadas en ambos talones, y daba la impresion de que no se habia peinado ni maquillado. La abogada guapa y aseada se habia escondido. Hanne se pillo a si misma buscandola por la habitacion.

– Tendras que disculparme por la vestimenta -sonrio Karen-, pero parte de la libertad que siento aqui reside en tener este aspecto.

Le ofrecio a Hanne un cafe, pero ella prefirio un vaso de zumo. Se quedaron charlando durante media hora, despues de lo cual la abogada le enseno la cabana y ella expreso la debida admiracion. La subinspectora nunca habia echado raices en ningun sitio en el campo, sus padres siempre habian preferido viajar al extranjero durante las vacaciones. El resto de los ninos de la calle la habian envidiado, pero ella les habria cambiado sus viajes por dos meses en el campo con una abuela, puesto que la unica que tenia ella era una actriz fracasada y alcoholizada que vivia en Copenhague.

Al final se instalaron a la mesa de la cocina. Hanne saco una maquina de escribir portatil de una funda gris y se preparo para el interrogatorio. Les llevo cuatro horas. En tres paginas, la abogada hablo sobre el estado mental de su cliente, sobre su relacion con ella y sobre como interpretaba la propia Karen los verdaderos deseos del chico. A continuacion redactaron una declaracion de cinco hojas que, a grandes rasgos, era igual a lo que ya tenian. Firmaron detenidamente en el margen de cada hoja, ademas de al final de la ultima de ellas.

Se habia hecho tarde. Hanne miro su reloj antes de aceptar la invitacion a comer. Estaba muerta de hambre y calculo que le daria tiempo a comer y estar de vuelta en la ciudad antes de las ocho.

La comida no fue especialmente refinada. Albondigas precocinadas en salsa, con patatas y una ensalada de pepino. La ensalada no pegaba nada, penso Hanne para sus adentros, pero no se quedo con hambre, sin duda.

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