con la familia de la casa, pero no fuera capaz de desprenderse. Entre las manchas de nieve del flanco resguardado de la casa, intuia los contornos de los parterres de flores del verano. El lugar estaba bien cuidado. No era propiedad del abogado Lavik, sino de su anciano y senil tio, que no tenia hijos. Mientras el viejo aun fue capaz de tener sentimientos, Jorgen habia sido su sobrino preferido. Cada verano, el chiquillo habia aparecido lealmente y se habian dedicado a pescar, a pintar la barca y a comer tocino frito con judias. El abogado se convirtio en el hijo que nunca habia tenido el viejo; la hermosa casa de verano acabaria en manos del sobrino en el momento, que no tardaria en llegar, en que el alzheimer tuviera que rendirse ante el unico contrincante que podia vencerlo, la muerte.

Lavik habia invertido bastante dinero en aquel lugar. El tio no era un hombre pobre y se habia encargado el mismo de la mayor parte de los arreglos, pero fue Jorgen quien instalo la banera con yacusi, la sauna y la linea telefonica. Ademas, para su setenta cumpleanos, le habia regalado a su tio una pequena barca, con la certeza de que en realidad iba a ser suya.

Durante el viaje hasta el extremo de Hurumlandet no habia visto una sola vez a sus perseguidores. Aunque constantemente habia tenido coches detras, ninguno de ellos se le habia pegado durante un tiempo sospechoso. Aun asi sabia que estaban alli. Y se alegraba de ello. Se tomo su tiempo para aparcar el coche y dejo claras sus intenciones de quedarse una temporada al meter el equipaje en varios viajes. Camino despacio de habitacion en habitacion encendiendo las luces y alivio la presion sobre la instalacion electrica prendiendo la estufa de aceite del salon.

Despues de comer salio a dar una vuelta. Paseo por el terreno familiar, pero tampoco entonces descubrio nada sospechoso. Por un momento se inquieto. ?Acaso no estaban ahi? ?Habian abandonado del todo? ?No podian hacer eso! Su corazon latia rapido e inquieto. No, tenian que andar por las inmediaciones. Seguro. Se tranquilizo. Quiza solo fueran extremadamente eficientes. Era probable.

Tenia unas cuantas cosas que preparar y sentia urgencia por ponerse manos a la obra. Se detuvo un rato delante de la puerta de entrada, se tomo tiempo para desperezarse y quitarse la nieve de las botas. Tardo mucho mas de lo estrictamente necesario.

Despues entro en la casa para dejarlo todo listo.

Lo peor era que todo el mundo intentaba animarlo. Le daban palmaditas en la espalda, «quien no se arriesga no gana», le decian. Y le sonreian y, con mucha amabilidad, le comunicaban su apoyo. Incluso la comisaria principal se habia tomado la molestia de llamar al fiscal adjunto Hakon Sand para decirle que estaba satisfecha con sus esfuerzos, a pesar del lamentable final que habia tenido el proceso. El le menciono la posibilidad de una demanda de indemnizacion, pero ella la descarto con desden. No pensaba que Lavik fuera a atreverse a hacerlo, al fin y al cabo era culpable. Probablemente estaba feliz de volver a estar en libertad y preferia dejarlo todo atras. Hakon podia estar de acuerdo en eso. Segun los hombres que lo seguian, Lavik se encontraba en una cabana en Hurumlandet.

Todo aquel apoyo no le ayudaba gran cosa. Se sentia como si lo hubieran metido en una lavadora automatica, con centrifugadora y todo, y sin pedirle permiso. El tratamiento habia hecho que se encogiera. En el escritorio, ante si, tenia algunos otros casos cuyos plazos eran endemoniados, pero estaba completamente paralizado y decidio esperar al menos hasta el dia siguiente.

Solo Hanne sabia como se sentia por dentro. A media tarde paso por su despacho con dos tazas de te ardiente. Al probarlo, Hakon tosio y escupio el contenido, creia que era cafe.

– ?Y ahora que hacemos, fiscal adjunto Sand? -le pregunto poniendo las piernas sobre la mesa. Unas hermosas piernas, era la primera vez que Hakon se fijaba.

– Si tu me preguntas a mi, yo te pregunto a ti.

Volvio a probar el te, esta vez con mas cuidado, en realidad estaba bueno.

– Desde luego no vamos a tirar la toalla. Vamos a coger a ese tipo. Aun no ha ganado la guerra, solo una batalla de mierda.

Era increible que consiguiera ser tan optimista. La verdad es que daba la impresion de que lo decia en serio. Tal vez esa fuera la diferencia entre ser solo policia y pertenecer a la fiscalia. El disponia de muchas otras posibilidades. Podia ser secretario tercero del Ministerio de Pesca, por ejemplo, y el pensamiento lo entristecio aun mas. Wilhelmsen, en cambio, se habia formado como policia y solo habia un sitio donde podia encontrar trabajo, en la Policia. Por eso nunca podia rendirse.

– Pero escucha, hombre -dijo ella volviendo a bajar las piernas de la mesa-. ?Tenemos muchas cosas con las que seguir trabajando! ?Ahora no puedes desanimarte! Es en las derrotas cuando se tiene la oportunidad de demostrar lo que se vale.

Una banalidad, pero tal vez fuera cierto. En tal caso era un pusilanime. Estaba claro que no podia encajar aquello. Queria irse a su casa. Tal vez fuera lo bastante hombre como para encargarse de las tareas del hogar…

– Llamame a casa si pasa algo -dijo, y abandono tanto a la cansada subinspectora como el te que casi no habia tocado.

– You win some, you lose some -le grito cuando bajaba por el pasillo.

Los agentes, seis en total, habian comprendido que iba a ser una noche larga y fria. Uno de ellos, un hombre competente de hombros estrechos y ojos inteligentes, habia comprobado la parte de atras de la casa roja. A solo tres metros de la pared, en direccion al mar, una empinada cuesta descendia hacia una cala con una playa de arena. La cala no tenia mas de quince o veinte metros de ancho y estaba delimitada por una valla de alambre de espino asegurada con pilares en ambos extremos. «El derecho de propiedad privado siempre se acentuaba junto al mar», penso el agente con una sonrisa. Al otro lado de las vallas, una pared de montana de cinco o seis metros de alto subia por cada lado. Seguro que se podia remontar el repecho, pero no era facil. Como minimo, Lavik tendria que salir al camino que pasaba junto a la casa. El cabo estaba completamente aislado de la carretera que habia que atravesar para salir de alli.

Dos de los agentes se colocaron en sendos extremos del pequeno camino que separaba el cabo de la tierra firme; otro se situo en medio, y tampoco era tan largo como para que no pudieran vigilar visualmente la extension de unos doscientos metros que los separaba. Lavik no podia pasar por alli sin que lo vieran. Los otros tres agentes se distribuyeron por el terreno para vigilar la casa.

Lavik estaba dentro disfrutando de la idea de que los hombres del exterior, fueran cuantos fueran, tenian que estar pasando un frio de muerte. Dentro de la casa se estaba caliente y a gusto, y el abogado se sentia animado y exaltado por todo lo que estaba haciendo. Tenia ante si un viejo despertador al que le faltaba el cristal que cubria las manecillas. Con un poco de esfuerzo, consiguio amarrar un palito a la manecilla mas corta y conecto el telefax a la red y metio una hoja para comprobar que funcionaba. Luego puso el despertador algo antes de las tres, coloco la manecilla ahora alargada sobre la tecla de enviar del fax, marco el numero de su propio despacho y se quedo mirandolo. Paso un cuarto de hora sin que sucediera nada. Al cabo de unos minutos mas, empezo a preocuparse por si todo acababa siendo un fracaso. Pero, en ese momento, cuando la manecilla salto sobre el numero tres, todo funciono. El palito que alargaba la manecilla rozo levemente la tecla electronica de enviar y con eso basto: el aparato obedecio, se trago la hoja de papel y envio el condescendiente mensaje.

Animado por el exito, se dio una vuelta por la casa colocando los pequenos programadores que se habia traido de su casa. Alli los utilizaban para ahorrar electricidad: apagaban los radiadores a media noche y los volvian a encender a las seis de la manana, para que la casa estuviera caliente cuando se levantaban.

No le llevo mucho tiempo, estaba familiarizado con aquellos pequenos aparatos. Le quedaba lo mas dificil. Necesitaba algo que produjera movimiento mientras estaba fuera, no bastaba con que se encendieran y se apagaran luces. Lo habia planeado todo, pero no habia probado para ver si funcionaba. Era dificil saber si se podria llevar a cabo en la practica. Al resguardo de las cortinas corridas, extendio tres cordeles a traves del salon. Amarro un cabo de todos ellos al pomo de la puerta de la cocina; los cabos opuestos los fue enganchado en diversos puntos de la pared de enfrente. Despues amarro un trapo de cocina, un banador viejo y una servilleta de sus respectivos cordeles. Le llevo un poco de tiempo colocar correctamente las velas. Tenia que situarlas muy cerca de los cordeles, tan cerca como para que la cuerda se prendiera cuando la vela se hubiera consumido. A continuacion partio las velas a diferentes alturas y las fijo sobre unos cuencos de porcelana con un monton de cera. La vela junto al cordon de la servilleta era la mas corta, se alzaba pocos milimetros por encima del tenso cordel. Se quedo mirandolo, expectante.

Funciono. Al cabo de pocos minutos la llama habia bajado lo suficiente como para empezar a prender la cuerda. El hilo se rompio y la servilleta cayo al suelo, dibujando sombras en las cortinas de la ventana que daba al

Вы читаете La Diosa Ciega
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату