adonde queria ir. Por una u otra razon se sintio intranquila. Por supuesto que habia ninos en el vecindario que aparecian de la nada de vez en cuando, pero los adultos que pasaban por esas calles residenciales siempre tenian un destino. Despues de tantos anos de vivir en esa callecita, conocia a un buen numero de ellos.

El hombre deambulaba hacia delante, con las manos en los bolsillos. La gorra le caia hasta taparle los ojos y la bufanda le rodeaba el cuello para ocultarle la parte inferior del rostro. Habia, sin embargo, algo en la forma en que se movia que le decia que no era tan joven.

Sacudio de nuevo la mano izquierda. El reloj estaba muerto, debia de ser la pila. Tal vez tenia prisa. Estaba a punto alejarse de la ventana cuando el hombre se detuvo ante el cubo de basura.

«Su» cubo de basura.

Inger Johanne sintio que el miedo la traspasaba, como sucedia cada vez que la embargaba la impresion de no tener el control total sobre Kristiane. Por un instante se quedo quieta sin saber si debia correr hacia abajo o quedarse mirando. Sin realmente elegir, se quedo inmovil.

Quizas el las estaba llamando.

En todo caso las ninas miraron al hombre, y a pesar de que Ragnhild estaba dandole la espalda, los movimientos que hacia con los brazos delataban que estaba hablandole. El hombre respondio algo y le hizo un gesto para que se acercara. En lugar de hacerlo, la nina retrocedio un paso.

Inger Johanne salio corriendo.

Paso como volando por el apartamento y a traves de la sala, llego a la entrada y al vestibulo que se habia convertido en el cuarto de juego de las ninas; corrio, por poco no resbalo en las escaleras y salio al frio sin zapatos ni pantuflas.

– ?Kristiane! -grito, intentando que su voz sonara normal-. ?Ragnhild! ?Estais ahi?

Las vio en cuanto rodeo la esquina de la casa.

Ragnhild estaba otra vez en cuclillas frente al pequeno muneco de nieve. Kristiane miraba un pajaro o un avion. Miraba hacia arriba, al aire, y sin preocuparse por su madre sacaba la lengua tratando de atrapar algunos de los livianos copos de nieve que empezaban a caer.

No habia rastros del hombre.

– Mama -dijo Ragnhild estricta-. ?No se puede salir asi de casa!

Inger Johanne se miro los pies.

– ?Caramba! -dijo y sonrio-. ?Habrase visto una mama mas tonta!

Ragnhild se rio entusiasmada, apuntandola con una palita de juguete roja.

Kristiane todavia atrapaba copos de nievo.

– ?Quien era ese hombre? -pregunto Inger Johanne como si nada.

– ?Que hombre?

Ragnhild se sorbio los mocos que le caian en surcos desde la nariz.

– Ese que hablaba con vosotras. El que…

– No lo conozco -dijo Ragnhild-. Mira que bonito el muneco de nieve que hemos hecho. ?Sin nada de nieve!

– Es precioso. Ahora teneis que entrar, las dos. Vamos a una fiesta de Navidad. ?Que os ha preguntado?

– Dam-di-rum-ram -dijo Kristiane, y sonrio al cielo.

– Nada -dijo Ragnhild-. ?Tenemos que ir a la fiesta? ?Vendra papa con nosotras?

– No, el esta en Bergen. Pero ?ese hombre que os dijo? He visto que…

– Solo pregunto si habiamos pasado una bonita Navidad -dijo Ragnhild-. ?No tienes los pies congelados, mama?

– Si. Venid, las dos. ?Vaaamos, venid!

Sorprendentemente, Kristiane empezo a caminar. Inger Johanne tomo la mano de Ragnhild y la siguio.

– ?Y que contestaste? -pregunto.

– Le dije que era una magnifica Navidad con crema.

– ?Queria…, trato de hacer que te acercaras?

Llegaron al sendero de piedrecillas y siguieron la pared de la casa hasta las escaleras. Kristiane hablaba consigo misma, pero parecia contenta y satisfecha.

– Bueeeno…

Ragnhild se solto.

– Pero eso ya lo sabemos, mama, que nunca debemos acercarnos a extranos. O seguirlos, o cosas asi.

– Perfecto. Bien, mi nina.

Inger Johanne estaba a punto de congelarse los dedos de los pies. Hizo una mueca cuando dejo el sendero y apoyo el pie sobre la piedra helada de la escalera.

– Me pregunto si me habian regalado cosas bonitas -dijo de pronto Kristiane, mientras abria la puerta-. Solo a mi. A Ragnhild no.

– ?Si? ?Como sabes que te preguntaba solo a ti?

– Porque lo dijo. Dijo…

Las tres se quedaron paradas. Kristiane tenia esa extrana mirada, como si se volviese hacia dentro, como si buscase en un archivo de dentro de su cabeza.

– «?Estais aqui, ninas? ?Habeis pasado una buena Navidad? Y a ti, Kristiane ?te han regalado algo bonito?»

La voz era neutra, y se hizo un completo silencio.

– Tal cual -dijo Inger Johanne finalmente, y forzo una sonrisa-. Que amable, ?no? Ahora tenemos que ponernos elegantes bien rapido. Vamos a casa de la abuela y del abuelo, Kristiane. Papa vendra enseguida a buscarnos.

– Oh…

Ragnhild se sento de nalgas en el suelo y comenzo a rezongar.

– ?Por que Kristiane ha de tener a su papa con ella cuando yo no tengo al mio?

– Ya te dije que papa tiene que trabajar. ?Y tu lo pasas siempre tan bien en casa de los abuelos de Kristiane…!

– ?No quiero! ?No quiero!

La chiquilla se alejo y comenzo a deslizarse escaleras abajo con la cabeza hacia delante y los brazos extendidos al frente, como si fuese a nadar. Inger Johanne la atrapo de un brazo y la atrajo hacia si, algo mas rudamente de lo que hubiese querido. Ragnhild grito.

Lo unico que a Inger Johanne se le ocurria pensar era que Kristiane recordaba mal lo que habia sucedido.

– ?Quiero a mi papa! -chillaba Ragnhild, y trataba de soltarse del abrazo de la madre-?Papa! ?Mi papa! ?No el tonto papa de Kristiane!

– ?Oye, asi no hablamos en esta familia! -gruno Inger Johanne, que empujo a Kristiane a traves de la puerta mientras arrastraba a su hija menor detras de ella-. ?Esta claro?

Ragnhild ceso abruptamente de llorar, muy impresionada por la furia de su madre. En lugar de ello empezo a reirse.

Sin embargo, Inger Johanne pensaba solo en una cosa: Kristiane nunca recordaba mal. Jamas.

– Todos podemos equivocarnos. No te enfades tanto por eso.

Marcus Koll junior sonrio a su hijo, que arrugaba las instrucciones.

– Ven aqui, a ver si juntos podemos arreglarlo.

El muchacho refunfuno un momento antes de acercarse con desgana y arrojar el pequeno folleto sobre la mesa de la sala. El helicoptero descansaba, aun a medio montar, sobre la mesa del comedor.

– Rolf prometio que me ayudaria -dijo el muchacho adelantando el labio inferior.

– Tu sabes como pueden ser los clientes de Rolf.

– Ricos, tontos y con perros pequenos y feos.

El padre trato de ocultar una sonrisa.

– Bueno. Cuando una bulldog inglesa decide tener cachorros en Navidad, estos tienen que nacer en Navidad.

Вы читаете Noche cerrada en Bergen
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату