Cogio el control remoto en una mano y en la otra el helicoptero, con cuidado, como si no pudiese creer que se mantuviera de una pieza.
– Hace mucho frio. Demasiado frio. Como te dije ayer, es posible que tengamos que esperar unas semanas antes de sacar el aparato al aire libre.
– Pero, papa…
– Lo prometiste, Marcus. Prometiste no insistir. ?No podrias, en cambio, llamar a Rolf y averiguar si vendra al gran almuerzo?
El nino dudo un momento antes de dejar los objetos que portaba, sin decir nada. Una sonrisa subita le ilumino la cara.
– Ahora vienen la abuela y todos los demas -grito, y salio corriendo.
La puerta se cerro de un portazo detras del muchacho. El ruido resono en sus oidos, hasta que solo el debil ronquido de los perros impasibles y el chisporroteo del fuego llenaron la enorme sala. Los ojos de Marcus reposaron en la hoguera antes de recorrer todo el contorno del cuarto.
Vivia realmente en un cliche.
La casa de Asen.
Grande, pero discretamente alejada del camino, con solamente el piso superior visible para los transeuntes. Cuando la compro decidio rehacer el absurdo revestimiento rustico exterior, junto con la turba de los techos y el porton frente al garaje que parecia anunciar -tallado en tablas rusticas con cabezas de dragon en ambos extremos- que viajar era bueno, pero que era mejor quedarse en casa. Poco antes de que se pusiera manos a la obra, Rolf llego a su vida y a la del pequeno Marcus. No pudo creer la primera vez que vio aquella enorme casa y se nego a mudarse hasta que Marcus le prometio conservar lo original y rustico (por decirlo de alguna manera) de la propiedad.
– Somos una familia convencional pero con una pizca de sal -se reia Rolf al comentar como vivian.
«Algo mas ricos que el resto», solia pensar Marcus, pero no decia nada.
Rolf no pensaba en el dinero. Pensaba en la vida familiar, con el pequeno Marcus en medio de un enorme circulo de tios y tias, primos y primas, el abuelo materno, amigos que iban y venian y que estaban casi siempre ahi en la casa de Asen; pensaba en los perros y en la semana de caza anual en el otono, con amigos, viejos amigos; los muchachos con quien Marcus habia crecido y a quienes nunca abandono; Rolf se reia siempre y con ganas apreciando la vida, feliz y normal que vivia.
Rolf estaba siempre contento.
Todo habia funcionado tal como Marcus esperaba.
Hasta logro hacer algo bueno con el dinero de su padre, que lo condeno a la miseria y lo creia arruinado. Paradojicamente, al dar por perdido el futuro de su hijo, Georg Koll le otorgo uno. Los terribles anos iniciales habian quedado atras, y Marcus evito la enfermedad que elimino tan brutalmente a muchos de sus conocidos con dolor, verguenza y, en muchos casos, en soledad. Estaba profundamente agradecido por ello, y cuando quemo la carta de su padre, decidio que Georg Koll se equivocaba. De manera basica, fundamental. Marcus seria lo que su padre nunca logro ser: un hombre.
– ?Papa!
El chiquillo entro corriendo en la sala y junto las manos en un aplauso.
– ?Todos vienen! Rolf dijo que la perra ha tenido tres cachorros, y el esta de camino a casa, ansioso por…
– Bueno, bueno.
Marcus se rio y se puso de pie para seguir al muchacho al vestibulo.
Escucho el ruido de varios automoviles frente a la casa, las visitas llegaban.
Se detuvo un momento en el comedor y penso en su pasado.
Por fin se habia librado de la duda que lo habia obsesionado durante varias semanas. Tenia un agudo instinto y habia creado una fortuna con solo seguirlo. A principios del verano de 2007, resistio durante semanas el deseo de desprenderse de todo en el mercado de acciones. Sentado, despierto noche tras noche, frente a analisis e informes, el unico indicio de que algo andaba mal fue el enfriamiento del mercado norteamericano de viviendas. Cuando mas tarde, durante el verano, llego la primera caida de paquetes de obligaciones relacionadas con los prestamos
Entonces Marcus Koll compro propiedades, justo cuando todo era barato.
Al cabo de pocos anos, el redito de las ventas seria formidable.
Marcus debia protegerse el mismo y a los suyos.
Tenia ese derecho. Era su deber.
Georg Koll habia intentado destruir la vida de Marcus de nuevo, en esta ocasion desde el mas alla, pero no iba a lograrlo.
– ?Puedo?
Yngvar Stubo indico con la cabeza el sillon amarillo frente al televisor. Erik Lysgaard no dio senales de reaccionar. Estaba sentado ahi sin mas, en un sillon similar al otro, pero de color mas oscuro, mirando fijamente hacia delante, las manos sobre el regazo.
Yngvar reparo entonces en el tejido y en los largos cabellos grises, casi invisibles, adheridos al reposacabezas sobre el respaldo del sillon. Cambiando de idea, tomo una silla de las que rodeaban la mesa de comedor y se sento en ella.
Respiraba con pesadez. Un asomo de resaca lo molestaba desde que se habia despertado a las cinco y media, y tenia sed. El vuelo de Gardermoen a Bergen habia sido cualquier cosa menos agradable. Es cierto que el avion estaba casi vacio, pues no habia tanta gente ansiosa por viajar de Oslo a Bergen a las 7.25 de la manana del dia de Navidad, pero durante el viaje se produjeron muchas turbulencias y apenas habia dormido.
– Esto no es un interrogatorio -dijo cuando no se le ocurrio nada mejor-. Eso lo haremos mas tarde, en la comisaria. Cuando se sienta…
«Cuando se sienta mejor», estuvo a punto de decir, pero se detuvo.
La sala era luminosa y agradable. No era ni moderna ni antigua. Algunos de los muebles estaban muy usados, como los dos sillones orejeros frente al televisor. El comedor tambien parecia heredado. El salon, por su parte, que estaba al lado, era de color crema y estaba lleno de almohadones coloridos; Yngvar habia visto precisamente lo mismo en un folleto de Bohus que Kristiane queria leer en la cama como si fuese una cosa de vida o muerte. Habia estantes para libros alrededor de las ventanas, a lo largo de toda la pared. Estaban llenos de titulos que indicaban que el matrimonio Lysgaard tenia variados intereses y manejaba varios idiomas. Un volumen grande con caracteres cirilicos en la tapa reposaba sobre la pequena mesa de cafe entre los dos sillones. En las paredes, las pinturas colgaban tan cerca una de la otra que era dificil obtener una impresion aislada de cada una. La unica que llamaba de inmediato la atencion era una copia del
De cualquier modo, la gran atraccion era el enorme pesebre navideno que vio sobre el aparador. Debia de tener mas de un metro de ancho, y quiza medio metro de alto, y lo mismo de profundidad. Estaba dentro de una especie de caja con un vidrio encima, como en un cuadro. En medio de angeles y pequenos pastores, de las ovejas y los tres reyes magos, el nino Jesus yacia en un lecho de paja. Dentro del humilde establo brillaba una luz, tan ingeniosamente simulada que parecia como si Jesus tuviese un halo.
– Es de Salzburgo -dijo Erik Lysgaard, tan de improviso que Yngvar se sobresalto.
Volvio a quedarse callado.
– No era mi intencion quedarme mirando -contesto Yngvar, que sonrio con prudencia-. Pero es verdaderamente cautivador.
El viudo levanto la vista por primera vez.