Sea o no sea fea.

– Rolf dice que la bulldog esta agotada de tanto parir. Que no pueden tener crias.

– Que no «puede» tener crias.

– No tendrian que dejarlos. Es abuso de animales.

– De acuerdo. ?Dejame ver!

Tomo el folleto de instrucciones y lo hojeo mientras se trasladaba hasta la lujosa mesa del comedor. Habia hecho traducir el cuadernillo por un traductor tecnico autorizado, para facilitarle las cosas a su hijo. El modelo que tenia frente a el era tan grande que por un instante se arrepintio. A pesar de que el chico mostraba un talento inusual para la mecanica, aquello era algo exagerado. El vendedor de la tienda de Boston le habia precisado que el limite de edad aconsejado para el juguete era de dieciseis anos, no menos, en razon de que pesaba casi un kilo y de que apenas estuviese en el aire ser convertiria en un riesgo para todo lo que se hallase en las inmediaciones.

– Hmm -dijo el padre rascandose la barba-. No lo entiendo del todo.

– El problema esta en el rotor -dijo el muchacho-. ?Mira aqui, papa!

Los dedos ansiosos trataban de armar las aspas, pero algo no estaba bien. El muchachito se rindio pronto y con un gemido apagado alejo de si el rotor todavia desmontado. Su padre le alboroto con suavidad los cabellos.

– ?Un poco mas de paciencia, pequeno Marcus! ?Paciencia! Querias esto como regalo de Navidad, ?no?

– No me llames asi, te lo dije. Y ademas no soy yo quien esta haciendo algo mal. Hay algun fallo en las instrucciones.

Markus Koll acerco una silla, se sento y extrajo las gafas del bolsillo delantero. El muchacho se sento a su lado, entusiasta. El cabello rubio y ensortijado cosquilleo la cara del padre cuando el hijo se inclino sobre las instrucciones. El debil aroma a jabon y galletitas de jengibre hizo que se sonriera y hubo de contenerse para no abrazar al muchacho, apretarlo contra si y sentir el calor de ese hijo que habia logrado tener a pesar de todo y de todos.

– Tu eres lo mejor que tengo -dijo despacio.

– Si, si, ?que pesado! ?Que quiere decir esto? «Pase la varilla mas larga a traves del anillo recortado en el extremo inferior del aspa numero cuatro.» ?Si hay una sola varilla! ?Por que pone «la mas larga»? ?Y donde esta ese condenado anillo?

El sol de diciembre arrojaba una luz blanca y silenciosa dentro de la sala. Fuera el dia era claro y frio. Los arboles estaban cubiertos de cristales de escarcha, como si los hubiesen laqueado con aerosoles para la Navidad. El podia ver el fiordo de Oslo entre las ramas blancas mas alla de la ventana, gris azulado y quieto, sin un signo de vida. El chisporroteo del fuego que ardia en el hogar se mezclaba con los ronquidos de dos setter ingleses que estaban echados juntos dentro de un cesto enorme, al lado de la puerta. Empezaba a percibirse el olor a pavo que salia de la cocina; una costumbre sobre la que Rolf habia insistido una vez que finalmente se dejo persuadir para mudarse a vivir en aquella casa, hacia ya cinco anos.

Marcus Koll junior vivia su vida en un cliche, y la adoraba.

Cuando nueve anos atras murio su padre, poco antes de que el mismo cumpliese los treinta y cinco, al principio se nego a aceptar la herencia. Georg Koll nunca habia procurado a su hijo otra cosa que un buen nombre. El nombre era el de su abuelo, y eso hizo posible que Marcus Koll junior decidiera que no tenia padre; de muchacho no podia entender que este no quisiera verlo mas que los fines de semana. Ya a los doce anos comenzo a entender que su madre no recibia ni siquiera la manutencion que le correspondia por el y sus hermanos menores. Cuando cumplio quince anos, decidio no hablar jamas con quien era su padre. El tipo habia tenido su oportunidad. Fue el ano que Marcus recibio por correo y como regalo de cumpleanos cien coronas dentro de una tarjeta plegada, con cinco palabras escritas con una caligrafia que sabia que no era la de su padre. Marcus metio ese dinero en un sobre y lo envio de vuelta con la tarjeta.

Cortar toda comunicacion fue sorprendentemente facil. Se veian tan poco que le fue posible evitar las dos o tres visitas anuales. Sentimentalmente, ya se habia decidido por otro padre: Marcus Koll senior. Cuando logro comprender que su padre real simplemente no queria serlo y que no cambiaria nunca de parecer, se sintio aliviado. Liberado. Mejorado.

Y no aceptaria la herencia.

Era significativa.

Georg Koll habia ganado mucho dinero con propiedades durante los anos sesenta y setenta. Mucho antes del gran derrumbe del mercado inmobiliario, durante la ultima crisis financiera del siglo xx, movio la mayor parte de su fortuna a otras areas mas seguras. Utilizo con creces y para hacer dinero el talento del que tanto carecia como padre y sosten de familia. Contrariamente a otros, aprovecho el periodo de los yuppies pava asegurar sus inversiones en lugar de arriesgarlas tratando de obtener posibles beneficios a corto plazo.

Cuando murio, dejo tras de si una empresa naviera de mediano porte y seis edificios centricos de oficinas con una situacion financiera optima, ademas de unas acciones reunidas con celo que representaban la mayor parte de sus beneficios en los ultimos cinco anos. Sin duda, la muerte lo sorprendio; tenia solamente cincuenta y ocho anos, era delgado y estaba bien entrenado cuando sufrio un infarto cerebral masivo camino de su casa viniendo desde la oficina, un tardio dia de agosto. Como no se habia vuelto a casar y tampoco dejo testamento, la fortuna fue a parar entera a manos de Marcus Koll, de su hermana, Anine, y de su hermano menor, Mathias.

Marcus no queria saber nada de la herencia.

A los quince anos habia devuelto el dinero a su padre, y a los veinte obtuvo su respuesta. Una carta. Habia llegado a oidos del padre que su hijo mayor era homosexual. Marcus habia dejado que su mirada corriese sobre la misiva y comprendio demasiado rapido lo que su padre deseaba. Por un lado tomaba distancia de su modo de vida explicitamente; un proceder no poco comun en el ambiente de 1984. Peor fue que su padre, que nunca tuvo nada que ver con ningun dios, dibujase, no obstante, un cuadro de su futuro parecido a los relatos mas siniestros de Sodoma y Gomorra. Ademas, le recordaba una nueva y terrible peste que venia de America y que atacaba solo a los homosexuales. Llevaba a una muerte dolorosa, con abscesos y sufrimientos iguales a los de la peste negra. Por supuesto que Georg Koll no creia que esto fuera un castigo divino. No, era la propia naturaleza la que reaccionaba. Esta enfermedad fatal era una manifestacion de la seleccion natural; dentro de un par de generaciones, aquellos que eran como su hijo habrian desaparecido. A menos que plegaran velas. Una vida como homosexual era una vida sin familia, sin seguridades, sin vinculos ni deberes y sin la alegria que surge de ser un buen ciudadano y una persona de provecho. Hasta que no comprendiese esto y pudiese garantizar que habia cambiado de parecer, su hijo quedaria desheredado.

Como la legitima de sus hijos era insignificante en relacion con la fortuna total de Georg Koll, habia algo de trasfondo en la amenaza. A Marcus no le importo. Quemo la carta e intento olvidar todo el asunto. Y cuando la herencia se hizo finalmente efectiva quince anos mas tarde, en 1999, salio a la luz que su padre, convencido de su propia inmortalidad, se habia olvidado de redactar un testamento.

Marcus siguio en sus trece: no queria saber nada del dinero de su padre.

Solo suavizo su postura cuando su abuelo, que generalmente nunca hablaba de su primogenito Georg, lo convencio de que el era el unico de los tres hermanos que podia hacerse cargo de la fortuna familiar de una manera profesional. Su hermano era maestro y su hermana trabajaba como empleada en una libreria. El mismo era economista, y cuando sus hermanos insistieron en que lo mejor era formar una nueva empresa que incluyese los valores de todos los bienes paternos y cuya propiedad se repartiese entre los tres, manteniendo a Marcus como jefe y administrador, se dejo convencer. «Al final esto parece un jodido chiste -habia bromeado Mathias-. El miserable regateo nuestro dinero y el de mama durante todo este tiempo, y seremos nosotros quienes disfrutaremos de la fortuna de la que tanto trato de alejarnos.»

«Ironico», penso Marcus. Una magnifica ironia.

– Papa -dijo el pequeno Marcus, impaciente-. ?Que pone aqui? ?Que significa esto?

Marcus Koll sonrio distraido y aparto la mirada del paisaje de la colina, del fiordo y del cielo blanco. Tenia hambre.

– Asi -dijo colocando en su lugar un tornillo pequeno-. Ahora el rotor esta terminado. Entonces podemos hacer simplemente asi… ?Quieres hacerlo tu?

El muchacho asintio con la cabeza y ensarto las cuatro aspas en sus lugares.

– ?Lo hicimos, papa! ?Lo hicimos! ?Podemos salir y hacer que vuele? ?Podemos ahora mismo?

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