las dos, pero sin soltar nunca el arma, que apuntaba siempre hacia el hombre. Afortunadamente, habia previsto dicho problema y se habia traido cuatro trozos de cuerda, cortados de antemano. Por fin, consiguio atarlo. Las piernas abiertas estaban atadas a sendas patas traseras de la silla. Tenia los brazos apresados detras, donde acaban los reposabrazos y empezaba el respaldo. La silla no pesaba mucho y el hombre sufria por mantener el equilibrio. La postura vertical y ligeramente inclinada hacia delante hacia que pudiera caerse de bruces en cualquier momento. Haverstad cogio un televisor de gran tamano, que descansaba encima de una pequena vitrina con ruedas, arranco los cables y se sirvio de el para asegurarse de que el hombre no cayera.

Entro en la cocina y empezo a abrir unos cuantos cajones. Al tercer intento, encontro lo que buscaba. Un cuchillo grande de trinchar, de fabricacion finlandesa. Dejo correr el pulgar por el filo y regreso al salon.

El hombre se habia desplomado y colgaba como una marioneta muerta. Las cuerdas impedian que se cayera al suelo y se habia quedado sentado en una posicion absurda, casi comica; las piernas separadas, las rodillas flexionadas y los brazos flexionados. Haverstad acerco una silla y se sento frente a el.

– ?Te acuerdas de lo que hiciste el 29 de mayo?

El hombre mostraba una manifiesta ignorancia.

– ?Por la noche? ?El sabado, hace una semana?

El policia descifro lo que le habia parecido reconocer en el hombre. Los ojos. «La tia de Homansbyen.»

Hasta ese momento, habia pasado mucho miedo, temia por la herida de su brazo, y tenia miedo de ese tio grotesco que hallaba un placer perverso en torturarlo. Pero no pensaba que iba a morir. Hasta entonces.

– Tranquilo -dijo Haverstad-. Todavia no te voy a matar, solo vamos a hablar un poco, tu y yo.

Se levanto y lo agarro por el jersey. Metio el cuchillo debajo de la prenda y rajo el pijama de dentro hacia fuera, con lo que convirtio el jersey en una suerte de chaqueta. Un harapo de chaqueta. A continuacion, atrapo el pantalon con una mano y con la otra secciono la goma. La parte de abajo del pijama cayo y se detuvo a la altura de medio muslo, debido a la abertura de las piernas. El hombre estaba desnudo e indefenso.

Finn volvio a sentarse en la silla.

– Ahora vamos a hablar -dijo, con la pistola austriaca en una mano y el cuchillo de cocina fines en la otra.

Aunque, en un principio, tenia pensado esperar otra media hora, se levanto y empezo a caminar. Esperar se habia convertido en una pesadilla.

Tardo menos tiempo de lo previsto. Tras un minuto escaso a paso ligero, se incorporo a la calle que pasaba por delante de la casa del violador. Parecia deshabitada. Freno la marcha, empezo a tiritar y se encamino hacia la casa.

– Apaga las sirenas.

Se encontraban bastante mas alla de su propio termino municipal. Salomonsen era un conductor ducho. Incluso por esas carreteras secundarias con cruces cada veinte metros, conducia con velocidad y presteza, sin demasiados patinazos ni esfuerzo. La mujer le hizo un rapido relato de la situacion y, a traves de la radio, les llego el permiso para el uso de armas.

Observo los digitos luminosos del salpicadero, eran casi las dos.

– Pero no levantes el pie del acelerador -dijo Hanne.

– Realmente, ?tienes idea de lo que has hecho?

El policia, atado en su propio salon, tenia una ligera sospecha. Habia cometido una terrible equivocacion, nunca tenia que haber ocurrido. Habia metido la pata, hasta un punto insospechado. Le quedaba el consuelo de saber que nadie jamas se habia vengado de esa manera.

Al menos, no en Noruega, penso. Nunca en Noruega.

– Has destrozado a mi hija -bramo el hombre, que se sento en el borde de la silla para acercarse-. ?Has destrozado y violado a mi pequena!

La punta del cuchillo rozo las partes intimas del violador, que solto un quejido, temeroso.

– Ahora tienes miedo -le susurro, jugueteando con el cuchillo alrededor de su ingle-. A lo mejor tienes tanto miedo como tuvo mi hija, pero eso no te importo mucho.

Ya no pudo reprimirse. Respiro hondo y exhalo un chillido estridente, capaz de despertar a los muertos.

Finn se abalanzo sobre el y movio el cuchillo de abajo hacia arriba, en un arco desde atras que unio fuerza y velocidad. La punta alcanzo la horcajadura del hombre, se hundio hasta horadar los testiculos, perforo la musculatura a la altura de la ingle y subio por la cavidad peritoneal, donde la punta se detuvo en una arteria principal.

El alarido ceso tan de repente como se inicio. Se hizo un silencio escalofriante. El violador se desplomo del todo. La silla amenazaba con volcarse hacia delante, a pesar del peso del televisor encajado en el asiento.

Alguien subio corriendo por las escaleras. Finn se giro poco a poco cuando oyo los pasos, un tanto sorprendido por lo rapido que habian reaccionado los vecinos. Y entonces la vio.

Ninguno de los dos dijo nada. Kristine se arrojo de repente sobre el. Su padre, creyendo que lo iba a abrazar, abrio y extendio los brazos. Finn perdio el equilibrio. Ella le arano el brazo intentando coger la pistola. El arma cayo al suelo. Kristine la atrapo antes de que el lograra levantarse.

Era mucho mas corpulento que ella e infinitamente mas fuerte. Sin embargo, no pudo evitar que el revolver se disparara en el momento en que la cogio del brazo firmemente, aunque no demasiado fuerte, para no lastimarla. El estallido hizo que se sobresaltaran. Del susto, ella solto la pistola, y el solto a su hija. Se quedaron durante unos segundos mirandose. Finalmente, Kristine empuno el mango del cuchillo, que asomaba de la entrepierna del violador, como si fuera una suerte de extrano y petreo pene de reserva. Al sacar el cuchillo, la sangre mano a borbotones.

Hanne y Audun se extranaron de no ver a sus colegas de Asker y B?rum en el lugar que habian convenido. La calle dormia en la oscuridad y el silencio de la noche, sin las esperadas luces azules. El coche se detuvo en seco delante del adosado. Cuando subian corriendo hacia la entrada, oyeron las sirenas de la Policia a pocas manzanas de distancia.

La puerta habia sido forzada y estaba abierta de par en par. Llegaban demasiado tarde.

Cuando Hanne subio las escaleras, se topo con una imagen que supo que la perseguiria para siempre.

Atado a una silla, con los brazos hacia atras, las piernas muy separadas y el menton pegado al pecho, colgaba su colega Olaf Frydenberg. Estaba casi desnudo y parecia una rana. Del bajo vientre manaba un riachuelo de sangre que desembocaba en un creciente charco entre sus piernas. Antes de comprobarlo, supo que estaba muerto.

Aun asi, siguio apuntando, aferrando la pistola con las dos manos. Senalo una esquina de la sala de estar y mando a Kristine y a su padre alejarse de la victima. Acataron la orden ipso facto, mirando al suelo como dos ninos obedientes.

No hallo el pulso de la victima. Levanto el parpado y el globo ocular la observo fijamente, con una mirada muerta y vacia. Desato las cuerdas alrededor de las munecas y de los tobillos.

– Vamos a intentar reanimarlo -dijo, obstinada, a su colega-. Ve por el equipo de primeros auxilios.

– Yo lo hice -irrumpio Finn de repente, desde su esquina del salon.

– ?Fui yo! -La voz de Kristine resono como furiosa.

– ?Miente! ?Fui yo!

Hanne se giro para escrutarlos mejor. No sintio enfado, ni siquiera decepcion; solo una inmensa y abrumadora tristeza.

Tenian la misma expresion que el primer dia, cuando ambos se sentaron en su despacho. Era un aire de impotencia y afliccion que, ahora tambien, parecia mas acentuada en el giganton que en su hija.

Kristine seguia sosteniendo el cuchillo en la mano; su padre, la pistola.

– Dejad las armas -les pidio con cierta amabilidad-. ?Alli!

Senalo una mesa de cristal junto a la ventana. Acto seguido, Salomonsen y ella intentaron reanimar a aquel hombre que yacia en la silla. Fue inutil.

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