El edificio parecia ser de finales del siglo XX. Descansaba en uno de los mejores barrios al oeste de la ciudad y estaba reformado con devocion. Nada que ver con los inmuebles famelicos del este, que chillaban unos mas que otros, con sus colores morados y rosas y otros que, probablemente, no existian cuando se construyeron. Esta finca era de color gris perla. Las ventanas y puertas estaban ribeteadas en azul oscuro y la rehabilitacion tuvo que llevarse a cabo hacia muy poco tiempo.

Hanne aparco la moto en la acera. Erik el Rojo se apeo de la moto con las piernas separadas. Lo hizo antes que ella, orgulloso, sudado y aturdido.

– ?Podemos tomar un desvio a la vuelta?

– Ya veremos.

El portero automatico mostraba dos columnas con cinco nombres cada una. En la primera planta vivia K. Haverstad, un rotulo conciso y neutro, aunque a la pobre chica de poco le sirvio la medida de seguridad. En la planta baja vivia alguien recien llegado, porque la placa con el nombre ni era uniforme ni estaba colocada de un modo reglamentario debajo del cristalito, sino que estaba sujeta con celo. Un apellido raro, el unico del bloque que confesaba su origen foraneo. Hanne llamo a los vecinos de planta de K. Haverstad.

– ?Hola?

La voz era la de un hombre mayor.

Ella se presento y el hombre mostro una alegria tan desbordante por recibir una visita que mantuvo pulsado el boton de apertura el tiempo que tardaron los agentes en entrar y subir un buen trecho de la escalera. Al llegar a la primera planta, el anciano los recibio con las manos extendidas y una amplia sonrisa, como si llegaran a alguna fiesta.

– Entrad, entrad -pio con voz de pajaro, aguantando la puerta abierta.

Debia de tener casi noventa anos y media poco mas de un metro sesenta. Ademas, era giboso, lo que obligaba a uno a sentarse frente a el con la esperanza de lograr un contacto visual.

El soleado salon estaba muy bien cuidado y en el predominaban dos jaulas enormes. Cada una encerraba un loro colorido de gran tamano; entre los dos armaban bastante alboroto. Unas plantas verdes adornaban toda la estancia, y de las paredes colgaban cuadros de marcos dorados. El sofa era durisimo, como una piedra, e incomodo. Erik no sabia muy bien que hacer y se quedo de pie junto a uno de los papagayos.

– ?Solo un momento y preparo un poco de cafe!

El anciano estaba emocionado. Hanne intento evitar el cafe, pero comprendio que era inutil. Al poco rato, se enfrentaron a un par de tazas de porcelana y una pequena fuente con pastitas. La mejor maestra es la experiencia, asi que ella rechazo amablemente las pastas, aunque se atrevio a tomar media taza de cafe. Erik no era tan curtido y se sirvio con avidez. Basto con un solo trozo. Le embargo el panico y busco con desesperacion algun lugar para deshacerse de los tres trozos que habia echado en su propio plato. No hallo salida alguna y se paso el resto de la visita intentando tragar las galletitas.

– ?Tal vez sepa por que estamos aqui?

El hombre no contesto a la pregunta. Se limito a sonreir e intento colocarle un pastel de almendras.

– Somos de la Policia -dijo, esta vez mas alto-. Lo entiende, ?verdad?

– La Policia, si.

Su cara irradiaba felicidad.

– La Policia. Gente muy maja, si, chica muy maja.

La mano arrugada y seca del anciano tenia la piel sorprendentemente suave y le acaricio varias veces el dorso de la mano. Ella le cogio la mano con delicadeza y logro cazarle la mirada. Los ojos eran de color azul celeste y tan palidos que se confundian con el globo ocular. Las cejas eran fuertes y pobladas y se alzaban como un arco optimista en el centro, donde el pelo era mas largo. Parecian las diminutas astas de un pequeno, agradable y bienintencionado diablillo.

– Un crimen, tuvo lugar un crimen en el piso de al lado, la noche del sabado a domingo.

Hanne se sobresalto al oir el eco que salio de una de las jaulas.

– ?Noche sabado, noche sabado!

Erik se asusto aun mas y solto la bandeja de pastelitos, pues tenia el pico del loro pegado a su oido. Se sintio mal por el destrozo, pero feliz porque el pedazo de pastel restante yaciera ahora junto a los fragmentos de porcelana en el suelo. Se disculpo entre balbuceos y con la boca llena.

El anciano seguia tan contento y fue por una escoba y un recogedor seguido de Erik, que insistia en limpiarlo el. El hombre tapo las jaulas con sendos manteles negros y se hizo un silencio repentino.

– Asi. Ahora podemos hablar. No necesitan levantar la voz; oigo bien.

Volvieron a situarse uno frente al otro.

– Un crimen -murmuro para si-. Un crimen. Ocurren tantas cosas de esas ahora. En los periodicos, todos los dias. Yo me mantengo, por lo general, en casa.

– Desde luego, es lo mejor -aseguro Hanne-. Lo mas seguro.

El apartamento era calido. Un reloj de mesa palpitaba pesada y fatigadamente. Ella permanecio sentada a esperar hasta que se percato de que se estaban acercando a las cuatro. Vacilante y con un tremendo esfuerzo sonaron cuatro golpes huecos.

– Estamos comprobando con los vecinos si han visto u oido algo.

El hombre no contesto, solo sacudio la cabeza.

– Hay algo que no va bien en este reloj, antes no era asi, el sonido ha cambiado, ?no cree?

Hanne suspiro.

– Es dificil saberlo, nunca lo habia oido antes. Pero estoy de acuerdo, sono algo…, algo triste. ?Tal vez deberia llevarselo a un relojero para que lo vea?

Es posible que no estuviera conforme porque no dijo nada, solo siguio con el ligero movimiento de cabeza.

– Oiste…, ?oyo usted algo desde aqui, la madrugada del domingo? Es decir, la noche de ayer…

Aunque el anciano habia dejado claro que no tenia problemas de audicion, ella no pudo evitar levantar la voz.

– No, oir algo… no lo creo, pienso que no oi nada, salvo lo que oigo todas las noches, claro esta. Los coches y el tranvia, claro, cuando pasa, aunque no suele pasar por las noches, asi que seguro que no lo oi.

– Suele usted…

– Tengo el sueno muy ligero, ?sabe? -interrumpio-. Es como si hubiese dormido ya todo lo que tenia que dormir a lo largo de mi extensa vida. He llegado a los ochenta y nueve anos, mi mujer murio a los sesenta y siete. Tome, sirvase otro pastelito. Los ha hecho mi hija…, no, quiero decir, mi nieta. A veces mezclo un poco esas cosas, de hecho mi hija murio, ?asi que no pudo haber hecho estos pasteles!

Sonrio y dibujo una hermosa y timida sonrisa, como si hubiese comprendido que el tiempo no solo lo habia alcanzado, sino que lo habia dejado atras hacia mucho tiempo.

Viaje en balde. Hanne apuro su cafe, agradecio amablemente la invitacion y finalizo la conversacion.

– ?Que tipo de crimen se ha cometido? -pregunto, de repente interesado, mientras los policias recogian sus cascos y cazadoras de cuero en el pasillo que daba a la puerta de salida.

Ella se volvio hacia el y dudo por un instante si molestar a ese encantador anciano contandole cosas del lado oscuro y cruel de la capital. Pero se dijo: «ha visto tres veces mas de la vida que yo».

– Violacion. Ha sido una violacion.

Se estremecio e hizo aspavientos con los brazos.

– Y esa preciosa joven… -dijo-. ?Es terrible!

La puerta se cerro tras ellos y el anciano arrastro los pies hasta sus amigos plumiferos y destapo las jaulas. Fue recompensado con una cacofonia agradecida e introdujo el dedo en una de las jaulas para que uno de ellos lo mordisqueara con delicadeza.

– Violacion, es espantoso -le dijo al papagayo, que asintio con la cabeza para mostrar que estaba de acuerdo-. ?Es posible que haya sido alguien de este edificio! No, ha tenido que ser alguien de fuera. Tal vez fue aquel hombre del coche rojo, no habia visto ese vehiculo antes.

Retiro el dedo y procedio lentamente a sentarse en su desgastado y confortable butacon, situado cerca de la ventana. Solia reposar en el cuando las noches en vela lo sacaban del calor de su lecho. La ciudad era su amiga, siempre y cuando se quedara dentro de sus seguras paredes. Habia vivido en el mismo piso toda su vida y habia visto como eran sustituidos los carruajes por ruidosos automoviles, los faroles de gas por luz electrica, y como los

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