– Buen trabajo -dijo Spiken por encima de Annika, que alzo la vista y se encontro con la mirada de su jefe.

– Gracias -respondio.

Este se sento en el borde de la mesa.

– ?Que hacemos hoy?

A Annika la embargo una extrana calidez. Ahora ya era una de ellos. Spiken le estaba haciendo preguntas.

– Habia pensado en ir a ver a su companera de piso, la chica que la identifico.

– ?Crees que hablara?

– Quiza. He intentado establecer contacto -anuncio ella.

Supo instintivamente que no debia mencionar el encuentro con Patricia en el parque. Si lo hacia, Spiken se enfadaria porque no habia escrito un articulo de inmediato.

– Okey -dijo el redactor jefe-. ?Quien se ocupa de la investigacion policial?

– Lo haremos entre las dos -contesto.

– Bien. ?Algo mas? ?Crees que el padre y la madre querran llorar sus penas?

Annika se retorcio.

– No me parece adecuado molestarlos ahora -respondio ella.

– El pobre hablo con el Konkurrenten -replico Spiken-. ?Que te dijo cuando llamaste?

Annika se sonrojo.

– El… yo… pense que no era buena idea llamar justo despues…

Spiken se levanto y se fue sin decir una palabra. Annika deseo llamarle, explicarle que era lo que le parecia mal, que no se podian comportar de esa manera. Pero el grito se congelo, su boca abierta. Tenia que aceptarlo, ella no era quien mandaba. La enorme espalda de Spiken se alejo, luego su corpachon cayo pesadamente sobre la silla junto a la mesa de redaccion. A pesar de la distancia, Annika oyo un fuerte crujido.

Introdujo rapidamente el cuaderno, el boligrafo y la grabadora en el bolso y se dirigio a la mesa de los fotografos. No habia ninguno disponible y, por lo tanto, ningun coche. Llamo a un taxi.

– A Vasastan, Dalagatan.

Deseaba saber de que forma habia vivido la fallecida.

La suave mano de su esposa sobre el hombro le desperto de una sacudida.

– Christer -murmuro-. Es el primer ministro.

Se incorporo con una extrana sensacion de desorientacion. La cama se balanceaba ligeramente, el cuerpo le dolia de cansancio. Se levanto con la respiracion agitada y se encamino a su despacho.

– Lo cogere aqui.

La voz del primer ministro en el auricular era firme y clara. Llevaba despierto muchas horas.

– Bueno, Christer, ?llegaste bien a casa?

El ministro de Comercio Exterior se hundio en la silla junto a su mesa y se paso la mano por el pelo.

– Si -contesto-. Pero fue una paliza conducir hasta aqui arriba. ?Y tu, como estas?

– Bien. Estoy en Harpsund con la familia. ?Como fue todo?

Christer Lundgren carraspeo.

– Como era de esperar. No son bailarines de ballet a la hora de negociar.

– El escenario no es nada operistico -dijo el primer ministro-. ?Que hacemos ahora?

El ministro de Comercio Exterior ordeno rapidamente los pensamientos en su turbio cerebro. Cuando hablo fue lo suficientemente estructurado y claro. Mientras conducia hasta Lulea habia tenido muchas horas para pensar.

Despues permanecio sentado a la mesa, acodado sobre una carpeta. Representaba un mapamundi antes de la caida del telon de acero. Busco con la mirada sobre las anonimas manchas amarillas de las republicas, sin ciudades ni fronteras.

Su esposa entreabrio la puerta con cuidado.

– ?Quieres un poco de cafe?

Volvio la cabeza y sonrio.

– Si, gracias -respondio, la sonrisa crecio-. Pero primero te quiero a ti.

Ella tomo su mano y lo condujo de vuelta al dormitorio.

Patricia se sobresalto al oir el timbre de la puerta. La policia aun tardaria unas horas en llegar. Se le seco la boca. ?Y si fueran los padres de Jossie?

Se dirigio rapidamente al recibidor y miro a traves de la mirilla. Reconocio a la mujer de ahi fuera, era la de aquella manana en el parque. Abrio sin mas.

– Hola -dijo Patricia-. ?Como me encontraste?

La periodista sonrio. Parecia cansada.

– Ordenadores -respondio-. Hoy en dia hay registros para todo. ?Puedo pasar?

Patricia dudo.

– Esta un poco revuelto -anuncio-. La policia estuvo aqui y lo puso todo patas arriba.

– Te prometo que no limpiare -contesto Annika.

Patricia dudo durante unos segundos mas.

– Okey -dijo y abrio la puerta de par en par-. Pero generalmente no suele estar asi de desordenado. ?Como te llamas?

– Annika. Annika Bengtzon.

Se dieron la mano.

– Pasa.

La periodista entro en el oscuro recibidor y se descalzo.

– ?Uf, que calor hace! -exclamo Annika.

– Si -respondio Patricia-. Apenas he podido dormir esta noche.

– ?A causa de Josefin?

Patricia asintio.

– Bonito vestido -dijo Annika y senalo con la cabeza.

Patricia se ruborizo, paso la mano sobre la tela fucsia y brillante.

– Era de Josefin. Me lo han regalado -anuncio.

– Te pareces a la princesa Diana -dijo Annika.

– Bah -replico Patricia-. Yo soy demasiado morena. Me voy a cambiar. Espera…

Desaparecio hacia su cuarto, cruzo el salon, y colgo el vestido de una percha. Busco durante un rato un clavo del que sostenerla, no encontro ninguno y al final la engancho en uno de los goznes de la puerta. Rapidamente se puso un short y una camiseta.

La periodista estaba en la cocina cuando regreso.

– En realidad es una guarrada que no recojan tras el registro -dijo Annika y senalo con la cabeza hacia la pila de platos del fregadero.

– Voy a tener que pasarme el dia limpiando -anuncio Patricia-. ?Quieres un te?

– Si, gracias -respondio Annika y se sento en una silla.

Patricia encendio la cocina de gas, lleno de agua una cacerola de aluminio y volvio a colocar rapidamente lo que habia dentro de esta en su sitio habitual de la despensa.

– Jossie tenia los astros en su contra -senalo Patricia-. No se encontraba en un momento favorable. Tenia el sol en Saturno desde hacia mas de un ano, ultimamente lo habia pasado mal.

Callo, parpadeo entre lagrimas. La periodista la miro sorprendida.

– ?Crees en estas cosas? -pregunto.

– No es que crea, entiendo de esto -respondio Patricia-. Tengo Lipton y Earl Grey.

Annika eligio Lipton.

– He traido el periodico -dijo y coloco la primera edicion del dia del Kvallspressen sobre la mesa.

Patricia no lo toco.

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