Los restantes, entre los que se contaba Sally, comenzamos a dar cuenta de las pastas en la cocina de la granja. La senora Lockwood dijo que mantendria caliente la segunda hornada que destinaba a los demas, si bien nunca llegaron a consumirla. Pasados unos quince minutos, volvieron los americanos e informaron de que no habian podido encontrar a Barbara.

La cosa era de lo mas incomprensible, porque antes de irse, habia dicho que iba a ordenar las vacas. Siguieron una serie de comentarios confusos entre Bernard y Harry acerca del campo al que habian ido pero, como indico Duke, no habia mas que un rebano de vacas y Barbara no estaba con ellas. Era, pues, evidente para todos que todavia no habian sido ordenadas.

El senor Lockwood dijo que daria un vistazo por los alrededores asi que hubiera cargado nuevamente el molino. Al poco rato todos estabamos ocupados en su busqueda. La senora Lockwood aventuro la idea de que la sidra de la comida se le hubiera indigestado y que estuviera descansando en alguna parte.

No pienso hacer del suceso una historia de intriga. Aquello que el destino depara a los que uno ama, cuando es tan angustioso, tan profundamente perturbador, es dificil de expresar con palabras. Yo descubri a Barbara. El instinto o la intuicion me condujeron a uno de los graneros mas pequenos, algo apartado del conjunto de elementos que componian la granja.

A primera vista, era un sitio donde su presencia resultaba un tanto inverosimil, porque el granero estaba lleno de paja hasta las tres cuartas partes de su capacidad. Pero oi un ruido, demasiado fuerte para ser producido por una rata. Procedia del desvan, que estaba debajo del tejado y que cubria la mitad del granero. En el tambien se guardaban balas de heno. Como no encontre ninguna escalera, me servi de las balas de heno como de peldanos. Ya en el desvan, encontre ante mis ojos un muro de heno de metro y medio de altura, pero algo me decia que, detras de el, habia alguien, puesto que ahora llegaban hasta mi, perfectamente audibles, movimientos muy energicos, de hecho tan activos que me hicieron desistir de solicitar ayuda.

No podia creer que fuera Barbara.

Recorri la barrera de heno hasta un espacio triangular donde la ultima bala tocaba el angulo formado por el tejado. Introduciendome de lado entre las alfardas y el heno, consegui penetrar lo suficiente para tener una vision reducida del otro lado.

Lo que se ofrecio a mis ojos fue mi pobre, mi amable amiga Barbara, violada por Cliff Morton. Y cuando digo violada, estoy empleando un vocablo de adultos para designar un acto que, a la edad en que hube de presenciarlo, no me resulto comprensible como me resulta ahora. Una agresion violenta, indecente y humillante, perpetrada por un hombre fuerte contra una mujer indefensa. La penetraba como un animal en celo mientras ella luchaba y jadeaba, golpeando con los punos el suelo del desvan. Tenia la blusa desabrochada hasta la cintura y el mono y las bragas bajados y enrollados alrededor de una pierna por debajo de la rodilla.

No podia hacer otra cosa que saltar a tierra desde el desvan y echar a correr freneticamente hasta encontrar a alguien, a quien fuera… Quiso el destino que fuera Duke.

Salia del cobertizo donde se guardaban los aperos de la granja. Le grite al punto que Barbara estaba en el granero pequeno, que Cliff la habia desnudado y que estaba haciendole dano. Duke no respondio palabra, pero atraveso la era como un rayo en direccion al granero. Yo corri llorando a la granja, donde estaba la senora Lockwood hablando con Sally y, con palabras entrecortadas, explique lo que acababa de ver. Les dije tambien que Duke habia ido al granero. Ya no podia hacer mas.

La senora Lockwood echo a correr, dejandonos a Sally y a mi en la cocina. A los cinco minutos volvia con Barbara, a la que rodeaba con el brazo. Barbara sollozaba histericamente. Las dos juntas fueron directamente al dormitorio de Barbara.

De aquel dia solo recuerdo otra cosa, mucho mas tarde, cuando ya estaba en cama: la senora Lockwood inclinada sobre mi, ofreciendome una bebida. Y que yo le preguntaba como estaba Barbara y que ella me decia que todo iba bien, que todo se solucionaria y que yo debia dormir.

El dia siguiente me tuvieron todo el dia en casa. Asi que me levante, pregunte por Barbara y se me dijo que estaba descansando, pero yo observe que las cortinas de su dormitorio no estaban corridas. Aquella noche habia escuchado sus sollozos.

Ya no la volvi a ver nunca mas. El otro recuerdo que tengo es el martilleo del domingo por la manana: hubo que echar abajo la puerta de su cuarto. Y recuerdo tambien los gritos al encontrarla muerta: se habia cortado el cuello con la navaja de su padre.

Aquella manana, algo mas tarde, mi tutor, el senor Lillicrap, vino a recogerme. El lunes, uno de los maestros me acompano en tren a Londres y a casa. Habia dejado de ser un refugiado.

7

Lo demas es del dominio publico, de modo que, si usted conoce el famoso libro titulado Procesos ingleses notables o El asesinato de Christian Gifford, de James Harold, tal vez podria saltarme ese capitulo. Con todo, para dejar la historia terminada, voy a ponerla al dia, pese a que gran parte de lo que seguira a continuacion sera de segunda mano, sacado de las declaraciones de la policia y de otros testigos. Por fortuna, mi intervencion en esta parte es breve.

Continuare como antes, exponiendo los hechos tal como se los conte a Alice. Esta mantuvo su promesa y me dejo seguir sin hacer ninguna interrupcion, excepto para proferir un «?Oh, Dios mio!» cuando llegue al suicidio de Barbara, acerca del cual nada sabia por los recortes de prensa que habia encontrado entre los papeles de su madre.

Una tarde de octubre de 1944, casi un ano despues de los tragicos acontecimientos que acabo de describir, en un bar de Frome, el Shorn Ram, un hombre pidio una pinta de sidra local, bebida que gozaba de las preferencias del publico en tiempo de guerra debido a la mala calidad de la cerveza, que era entonces una especie de mejunje aguado indigno de ese nombre. A la gente no le importaba Deber en tarros de mermelada en aquellos tiempos en que escaseaba la vajilla, pero seguia siendo quisquillosa con el contenido de los mismos. Asi que, cuando el cliente se quejaba de que la sidra era correosa, la reclamacion adquiria tintes muy serios. El tabernero acababa de empezar un nuevo barril, un tonel grande, adquirido en casa de los Lockwood, fabricantes de sidra de toda confianza. Retiro una pequena parte que se reservo para el y la cato.

Vale la pena hacer una pausa para puntualizar que si el tabernero hubiera admitido que la sidra no estaba en buenas condiciones, posiblemente Duke Donovan no habria sido sometido nunca a juicio. Pero aquellos eran dias de austeridad, tiempos en los que se podia imponer una multa a una persona por el solo hecho de dar pan a los pajaros. Tirar algo cuando existia la posibilidad, por remota que fuera, de poderse consumir equivalia a boicotear los esfuerzos que imponia la guerra. En consecuencia, el tabernero cato la sidra y, pese a admitir que tenia un sabor un poco mas amargo que la del barril anterior, la juzgo aceptable y continuo sirviendola a sus clientes durante el resto de la semana. Fueron muchos los que la bebieron, pocos los que pidieron un segundo vaso.

Al llegar el final de semana, dos de los habitantes de Shorn Ram enfermaron como consecuencia de envenenamiento de tipo alimentario. Se hablo de la sidra como posible factor causante de la infeccion y circularon desagradables rumores acerca de los fabricantes locales que dejaban destapado el barril despues de la fermentacion. Se dijo que, si uno examinaba con detenimiento la zona pegajosa que rodeaba el agujero, podian observarse huellas de ratas. Las huellas iban en direccion al agujero, pero nunca regresaban del mismo.

El lunes se presento en el bar un inspector del Ministerio de Sanidad, el cual se llevo una muestra de la sidra para someterla a analisis. La sidra era, en verdad, correosa, no por causa del sabor de ratas muertas, sino debido a contaminacion de algun tipo de metal.

Por fin se abrio el tonel. Al retirar la tapadera y verter lo que quedaba de liquido en el desague del patio trasero, todo el mundo esperaba encontrar en el poso algun elemento de metal que hubiera quedado en el fondo del barril. Podia muy bien ser que algun bracero descuidado hubiera dejado caer alguna herramienta en el tonel en el momento de fijar la tapadera.

Lo que encontraron, en cambio, fue un craneo humano con un agujero de bala que lo atravesaba de parte a parte.

El proceso de identificar a la victima es una historia que se ha expuesto graficamente en otros lugares. Personalmente, cuando manejo libros acerca de ciencia forense, me da la impresion de que llevo guantes de goma. Confie en mi; pasare rapidamente por encima de los detalles mas desagradables y dire tan solo que el

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