Dicho esto, hizo girar a su caballo y lo espoleo.

Sarah se quedo atras en silencio. Y dio las gracias porque en ese momento se puso a llover y las gotas que le caian en la cara disimularon las lagrimas amargas que le rodaban por las mejillas formando un reguero zigzagueante.

Capitulo 11

Diario de viaje de Sarah Kincaid, anotacion posterior

El viaje continua. Nuestros verdugos espolean a los caballos y solo descansan lo justo para que se recuperen los animales o ellos mismos. Sigue lloviendo y el camino de tierra se ha convertido en un lodazal, por lo que avanzamos mas despacio que ayer.

Con todo, proseguimos la marcha hacia el este entre las cumbres blancas del Lakmos, al norte, y las de los Atamanes, al sur. Cruzando un puerto de montana que secciona como un cuchillo la cordillera, hemos llegado a la vasta llanura de Tesalia, que se extiende ante nosotros a la palida luz del atardecer. A la izquierda, limita con unas paredes de roca enormes que se elevan centenares de metros y parecen haber sido esculpidas en la montana por la mano de un titan.

A los pies de esos colosos de piedra se arropa una espesa arboleda, que ya ha adoptado los tonos otonales. Sin embargo, contra todas las leyes de la naturaleza, pueden verse unos muros de color ocre y unos tejados rojos en lo alto de las cuspides peladas: unos edificios suspendidos en el aire que fueron construidos hace mucho tiempo.

Los monasterios de Meteora…

Al mirar el semblante de Cranston, veo una sonrisa de confianza y empiezo a sospechar cual es el destino de nuestro viaje…

Meteoro, Tesalia, 9 de noviembre de 1884

– ?Y bien?

El semblante palido de Ludmilla de Czerny estaba tenso. Miraba fijamente el rostro inmovil y consumido por la fiebre de Kamal Ben Nara, y esperaba una reaccion.

El mensajero habia llegado hacia rato y le habia entregado la cantimplora con el agua. Costaba creer que aquella sustancia poco llamativa y turbia tuviera propiedades extraordinarias, pero la condesa habia aprendido a relegar las dudas. Para ella era creible lo que hacia justicia a sus derechos.

Y tenia mas de un derecho que reclamar…

Sus dedos cubiertos de anillos volvieron a acercar a los labios de Kamal el tubo de ensayo que habia llenado con parte del agua y vertieron las ultimas gotas en su garganta, esperando impaciente un cambio.

Y se produjo.

Cuando el torax de Kamal Ben Nara se hincho y, por primera vez despues de muchas semanas, no respiro debil y apagadamente, sino profunda y sonoramente, la condesa supo que su superior no se habia equivocado. En un gesto silencioso de triunfo, cerro el puno con tanta fuerza que el tubo de ensayo se rompio y los anicos causaron cortes en la palma de su blanca mano.

Ludmilla de Czerny apenas se dio cuenta.

Miraba hechizada el rostro de Kamal, al que de pronto parecio volver la vida. No fue, como la condesa esperaba, una curacion milagrosa que lo sanara instantaneamente, pero se notaba que la fiebre habia comenzado a remitir. El semblante de Kamal se relajo y su torax subia y bajaba con una respiracion regular. Abrio la boca y se humedecio los labios con la lengua. De manera inexplicable, ya no parecia un moribundo, sino alguien que se encontraba en fase de mejoria. Los musculos de su rostro se movian, y ya no se trataba de contracciones involuntarias, sino de la gesticulacion de alguien que despierta paulatinamente de un profundo sueno.

La condesa no se aparto de su lado.

Si hubiera sido por Cranston, el tambien habria presenciado ese proceso memorable, por interes cientifico, habia dicho. Pero ella no juzgo necesario tener al medicastro a su lado. A sus ojos, Cranston era un criado, una herramienta util, nada mas. Si el contaba con que tenia perspectivas de ascender en la jerarquia de la organizacion, era cosa suya. Ella, Ludmilla de Czerny, tenia un puesto fijo en el nuevo orden…

Una sonrisa cargada de dulzura se deslizo por su semblante palido y la condesa se quito las dos horquillas que le recogian el cabello. La melena rubia y suelta le ondeo sobre los hombros y la hizo resplandecer de belleza juvenil. Se inclino sobre Kamal y lo beso suavemente, primero en la frente, luego en los ojos y, finalmente, en los labios.

– Despierta -le susurro, y el rostro del durmiente se movio de nuevo.

Le acaricio carinosamente el semblante barbudo y le aparto un mechon de pelo de la frente, y fue ese contacto lo que lo hizo volver en si. Kamal Ben Nara regreso igual que un naufrago que ha pasado semanas en el mar y ya ha perdido la esperanza de ver de nuevo la costa de su tierra.

Respirando profundamente, abrio los ojos y vio el rostro encantador de Ludmilla de Czerny. La sonrisa de aquella mujer parecia prometer la felicidad absoluta, sus lagrimas, todo el gozo del mundo, y su belleza, toda la seduccion.

– Bienvenido, amor mio -susurro la condesa.

– Ya hemos llegado.

Fue al atardecer del segundo dia cuando Horace Cranston hizo la senal liberadora. Hacia horas que Sarah sabia adonde conducia el viaje, pero, casi inexplicablemente, le daba lo mismo.

?Que importaba adonde la llevaban? Todo, lo habia perdido todo; ya no vislumbraba ninguna esperanza. Solo le quedaba la rabia, una ira irrefrenable que se le concentraba en el abdomen y que casi creia notar fisicamente. Seguia teniendo nauseas, pero apenas les hacia caso. Lo poco que los hombres de Cranston le habian dado de comer los dos dias anteriores, basicamente pan duro, lo habia vomitado enseguida, para regocijo de la jauria.

Se sentia miserable de un modo que jamas habia experimentado. El dolor por la muerte de Hingis y la perdida del agua de la vida, que significaba la ultima esperanza para Kamal, habian sido demasiado para ella. Montaba hundida a lomos de su caballo y no le importaba lo que le ocurriera.

El convoy se detuvo a los pies de un imponente farallon que se alzaba en la llanura. Sobre sus cabezas, en lo alto de las rocas de color ceniciento que se estiraban en el cielo encapotado y atravesado por vetas de un rojo candente, se distinguian las adustas siluetas de unas cuantas torres: se trataba de uno de aquellos monasterios que se habian construido suspendidos en el aire en el siglo XIV y a los que la gente de los alrededores habian bautizado con el nombre de meteora.

Rocas colgantes…

Existian un total de veintitres monasterios semejantes, que abarcaban aquellas tierras desde las cimas peladas de las montanas. Para no ser molestados y poder dedicarse con toda el alma a la contemplacion, algunos monjes habian optado por ese exilio voluntario que les permitia estar mas cerca del cielo. Pero, evidentemente, los monasterios de Meteora tambien habian sido un escondite ideal.

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