Despues de que los monjes fueran abandonando sus solitarias residencias, se habian convertido en refugio de fugitivos de la justicia y de salteadores de caminos, y los guerrilleros griegos los habian utilizado de base durante las luchas por Tesalia. Por lo visto, la Hermandad del Uniojo tambien habia descubierto las ventajas que ofrecia un lugar tan retirado y practicamente inexpugnable.
– Esta impresionada -senalo con una sonrisa burlona Cranston, que habia detenido su caballo junto a ella.
Sarah nego con la cabeza.
– Espere y vera -le recomendo displicente el medico-. Pronto estara
Se llevo la mano a la pistolera que llevaba sujeta al cinto, la abrio, desenfundo la pistola del ejercito y disparo al aire. El tiro resono como un latigazo por los campos y reboto en los farallones circundantes. Al poco, Sarah vio que, muy por encima de sus cabezas, algo se soltaba de debajo del tejado de una torre cuadrada y bajaba lentamente. A medida que se acercaba, se iba distinguiendo mas claramente que se trataba de una cesta envuelta en una red, que colgaba de una soga del grosor de un brazo y que probablemente suponia la unica posibilidad de subir a lo alto de forma medianamente comoda.
– Un elevador -explico Cranston innecesariamente-. Sumamente primitivo, pero muy util.
Una vez mas, Sarah lo dejo sin respuesta. No le apetecia admirar los monumentos de la zona. Espero inmovil a que la desataran de la silla y bajo de la montura deslizandose a un lado. Una mirada a Polifemo le revelo que el ciclope estaba tan agotado como ella; con todo, la mirada que le devolvio desde su unico ojo parecia querer transmitirle consuelo y esperanza: dos cosas que Sarah habia perdido en algun sitio durante la larga cabalgada…
La red llego al suelo. Dos hombres de Cranston la agarraron por el gancho y la abrieron para poder entrar en la cesta con forma de gota. Cranston fue el primero, seguido por Sarah, a la que empujaron dentro rudamente. Tropezo y se hubiera caido de no ser porque pudo agarrarse a la tosca malla. La acompanaron dos de los hombres, de quienes Sarah ya no era capaz de decir si se trataba de soldados turcos comprados o de asesinos contratados por la Hermandad. Probablemente eran una mezcla de ambas cosas.
Volvieron a enganchar la red, la cuerda se tenso y la cesta se elevo del suelo.
– Fascinante, ?verdad? -pregunto Cranston mientras ascendian colgando junto a la escarpada roca, envueltos por un tejido de malla basto que partia la luz rojiza del atardecer en tallos refulgentes-. Todo lo necesario tiene que subirse de esta manera: personas, material, provisiones, incluso los animales. ?Ha visto alguna vez un caballo colgando en el aire? Una vision edificante, se lo aseguro.
Sarah no atendia a su perorata. Dirigia la mirada hacia el sur, a la vasta llanura que se extendia hacia alli y que se perdia en las brumas del crepusculo. A medida que ascendian, el viento arreciaba y se volvia mas frio. Rafagas de aire gelido circulaban por la pared de roca, arrastraban la red y la hacian bascular. Los hombres de Cranston reaccionaron emitiendo gritos sordos.
– Controlaos, ?timoratos! -los amonesto el medico-. ?Que pensara de vosotros lady Kincaid? ?O a usted tampoco le sienta bien el paseo, milady?
Se habia fijado en que el semblante de Sarah habia ido palideciendo desde que se habian elevado del suelo. La joven habia cometido el error de mirar abajo a traves de la red y, al no ver sino el vacio mas absoluto, el mareo que ya sentia aumento casi hasta el infinito.
Tuvo que contenerse para no vomitar otra vez. Cerro los ojos y penso en otro sitio, en un lugar muy lejano, lo cual arranco una risa maliciosa a Cranston.
– Como medico -dijo serenamente-, puedo asegurarle que apenas notaria algo al chocar contra el suelo si la cuerda cediera. ?Le sirve de consuelo?
Sarah no escuchaba. Para tranquilizarse y volver a ser duena de si misma, recurrio a un ritual que le habia ensenado el viejo Gardiner y que era casi tan antiguo como la humanidad: rezo una oracion. Una suplica breve e informal, en la que pedia perdon por su arrogancia, por su soberbia y por todas las vidas humanas que cargaba en su conciencia.
Se pregunto por que no habia hecho caso de las advertencias de Hingis. ?Por que no habia dado media vuelta cuando aun estaba a tiempo? Ahora, su amigo estaba muerto, igual que Du Gard y su padre. Y ya no habia esperanza para Kamal, que se encontraba en la lejana Salonica. Una vez mas se habia confirmado la vieja norma de que todos los que tenian vinculos con ella lo pagaban con la muerte. Era como una maldicion que pesaba sobre ella y de la que no era facil deshacerse…
El temerario recorrido tocaba a su fin. Divisaron los viejos edificios del monasterio, parcialmente derruidos, y se deslizaron pegados al muro de la torre debajo de cuyo tejado estaba instalado el brazo de madera por donde corria la cuerda. Cinco hombres, nada menos, se ocupaban de accionar el sistema de poleas que recuperaban o soltaban cuerda, y el trayecto termino con un fuerte chirrido.
Se les acercaron unos hombres vestidos con bombachos y tunicas de color negro, que tambien llevaban turbantes negros. Sin duda eran esbirros del Uniojo, puesto que tambien vestian asi los guerreros con los que Sarah se las habia tenido en la busqueda del fuego de Ra. Hacia mucho de aquello, y en ese momento a la joven le dio la impresion de que jamas habia ocurrido…
No ofrecio resistencia cuando abrieron la red y la empujaron fuera. De inmediato se presentaron dos hombres armados para vigilarla mientras volvian a bajar la red.
– Un escondite ideal, ?no? -pregunto Cranston buscando su aprobacion. Se habia acercado al ventanal y paseaba la mirada por los extensos campos sumidos en la oscuridad-. ?A quien se le ocurriria buscarnos aqui?
– Si -dijo Sarah quedamente-, a quien.
– Sinceramente -senalo el medico volviendose hacia ella-, nunca pense que fuera tan mala perdedora. Tomeme como ejemplo y vealo como un desafio deportivo. A veces atrapamos al zorro, a veces se nos escapa. Asi es la caza.
Sarah levanto la vista y le dirigio una mirada cargada de odio desde su rostro ojeroso, que permitia intuir lo mal que se encontraba.
– Es usted un idiota, Cranston -certifico con voz apagada, pero firme-. Su «desafio deportivo» les ha costado la vida a unos buenos hombres. Y por lo que respecta a Kamal…
– Espere y vera -le recomendo el medico-. Ya le he dicho que quedara impresionada.
– ?Con que?
– Ya se lo he dicho: espere y vera.
Puesto que no parecia dispuesto a anadir nada mas y ella no tenia animos ni paciencia para seguir insistiendo, Sarah se callo y decidio esperar. Pasaron unos minutos hasta que volvieron a soltar la cuerda y a recogerla. Esta vez, dentro de la cesta iba Polifemo en compania de dos guardias.
Para evitar que ofreciera resistencia, lo habian atado de pies y manos con cadenas. Sin embargo, el estado en que se encontraba el ciclope demostraba que no habria hecho falta encadenarlo: estaba fisicamente hundido y su ojo miraba abatido. La marcha de dos dias por las montanas habia agotado sus energias y habia provocado que su rostro deforme y desfigurado por el fuego tuviera un aspecto aun mas grotesco. Parecia incapaz de moverse por sus propias fuerzas.
Cuando sus verdugos le ordenaron a punta de fusil que saliera de la red, lo hizo arrastrandose de cuatro patas. Sarah quiso acudir en su ayuda, pero los hombres que la vigilaban se lo impidieron. Le dirigio una mirada tan furiosa a Cranston, que el medico les indico que se lo permitieran. Sarah se precipito hacia el ciclope que tantas veces la habia protegido y le habia salvado la vida, y lo ayudo tanto como le permitieron sus propias ataduras. Apoyandose en ella, el titan se puso torpemente en pie. Respiraba jadeando entre estertores y no estaba en condiciones de hablar.
– Una imagen digna de atencion -comento Cranston con toda la malicia-. La bella y la bestia. Casi como en el cuento, aunque mucho me temo que para ustedes dos no habra un