A la mente de Sarah acudian, alternandose, los rostros de Pericles y de Friedrich Hingis, que habian perdido la vida en la busqueda de aquel ultimo gran misterio que ahora se hallaba en manos del enemigo. Sarah habia vuelto a perder y sus enemigos habian triunfado.

?Era ese su destino?

La joven ansiaba que saliera el sol. Segun el almanaque de su diario, era San Martin, patron de los que practicaban el ascetismo.

Muy adecuado, penso Sarah con amargura. Entonces un grito rompio el silencio de la noche. Un alarido cargado de dolor y suplicio, que penetro en Sarah hasta las entranas como si fuera un punal.

Se levanto horrorizada y se acerco a toda prisa a la puerta de la capilla, que estaba cerrada por fuera. El grito se repitio, esta vez mas fuerte, y Sarah creyo saber de que garganta procedia.

– ?Polifemo…?

Un nuevo grito, el clamor agudo de alguien que soportaba un martirio indescriptible, y Sarah se convencio de que se trataba del ciclope. Por lo visto, le habia llegado la hora del castigo con que Ludmilla de Czerny lo habia amenazado y que debia pasarle cuentas por su traicion…

Sarah calculo que serian las tres de la madrugada. No entendia por que la condesa lo torturaba precisamente a esas horas. ?O tal vez la tortura venia durando toda la noche? ?Acaso el ciclope no habia flaqueado hasta entonces frente al dolor y ahora rugia por el sufrimiento y el martirio?

Un nuevo alarido rompio el silencio, seguido por unas risas groseras, y Sarah no lo soporto mas.

– ?Basta! -bramo, y golpeo con los punos atados la puerta de su encierro-. ?Basta ya!

Nadie atendio a sus gritos, pero se oyo un nuevo alarido que parecio no tener fin. Oir aullar de sufrimiento a quien le habia salvado la vida y saber que ella era el motivo descompuso a Sarah. Aquello iba en contra de todo lo que el viejo Gardiner le habia ensenado sobre sus deberes y obligaciones hacia sus allegados.

– ?No! -grito fuera de si, y volvio a aporrear la puerta-. ?Dejadlo en paz! ?Me ois? ?Dejadlo en paz, canallas…!

Los golpes que daba contra la puerta se fueron debilitando, sus fuerzas se agotaron, igual que su voz. Exhausta, se dejo caer apoyandose en la tosca madera de la puerta y se acurruco en el suelo sollozando.

Tardo un poco en darse cuenta de que los gritos habian cesado y habian dejado paso a un silencio gelido en el que solo se oia el aullido del viento.

Polifemo habia enmudecido…

Sarah, que imaginaba lo que aquello significaba, sintio rabia y pena a partes iguales. Volvio a golpear la puerta con todas sus fuerzas, como si la vieja madera tuviera la culpa de lo que acababa de ocurrir… De repente, fuera se oyo el ruido de unos pasos que se acercaban.

Sarah se aparto de la puerta cuando oyo que descorrian el cerrojo. La puerta se abrio chirriando y en la antigua capilla penetro la luz clara de la luna, que dibujo las siluetas de dos encapuchados armados con revolveres.

– Acompanenos -le ordeno uno de ellos.

Sarah se levanto y salio, firmemente convencida de que seria la siguiente en afrontar un destino atroz.

Cruzaron el patio interior alumbrado por la luz de la luna y la condujeron a un edificio donde antiguamente los monjes tambien habian dispuesto de celdas. Por dentro lo recorria un pasillo largo con puertas a ambos lados. Una de estas estaba abierta y la luz macilenta de una lampara de gas irrumpia en el corredor a traves de ella.

– Adelante -le indico uno de los guardias.

Sarah se acerco al cuarto abierto y entro. Lo que vio era tan terrorifico que se quedo sin respiracion.

Lo primero que distinguio fue a Polifemo, pero no orgulloso y erguido como lo recordaba en su memoria, sino desnudo excepto por una especie de taparrabos y basculando cabeza abajo del techo. Lo habian encadenado por los pies a una viga y los brazos le colgaban muertos. Oscilaba pesadamente como un pendulo y tambien giraba, con lo que Sarah pudo ver las atroces heridas que le habian infligido. El cuerpo musculoso estaba banado en sangre y en el suelo se habia formado un charco de un color rojo intenso.

Tenia clavadas decenas de cuchillas en los brazos y en las piernas, en la espalda y en el torso. No cabia duda de que aquello era obra de alguien que poseia conocimientos precisos de anatomia humana. Un medico que habia traicionado su juramento y se habia convertido en una deshonra para el gremio…

Sarah hizo una mueca de asco al ver a Cranston de pie en una esquina, con todo un arsenal de herramientas de tortura desplegado ante el. La condesa de Czerny estaba a su lado. Las salpicaduras de sangre le habian estropeado el vestido de seda, pero no parecia molestarle.

– El ciclope queria verte, Kincaid -se limito a decir.

Sarah se volvio hacia Polifemo, que, tal como comprobo entonces, aun seguia con vida, aunque estaba muy cerca de la muerte. Su unico ojo se abrio y le dirigio una mirada que inspiraba compasion y casi le rompio el alma.

– Perdoname, Inanna -murmuro el ciclope con voz casi inaudible-. Prometi protegerte…

– Y lo has hecho -afirmo Sarah-. Lo has hecho…

El titan nego con la cabeza.

– He fracasado… Pero no he hablado, ?me oyes? No les… he dicho nada.

Se le contrajo el rostro y se le quebro la voz. El sufrimiento debia de ser terrible…

– Comprendo -dijo Sarah, aunque en realidad no sabia de que le estaba hablando el ciclope. Tal vez el suplicio le habia confundido los sentidos y deliraba…

– Tammuz -dijo jadeando-. Tienes que buscarlo, ?me oyes? Tienes que liberarlo…

La ultima palabra se ahogo en un estertor apagado. La mirada de su unico ojo, que mantenia fijada en Sarah, se enturbio y se volvio inexpresiva.

– ?Polifemo?

El ciclope tenia la boca abierta, pero de sus labios no salio palabra alguna. Estaba muerto.

Sarah le cerro el ojo y guardo un momento de recogimiento silencioso. La pena la embargaba, pero era incapaz de verter una sola lagrima. La ira era demasiado grande, y demasiado incontrolable el deseo de vengar la muerte de su amigo…

– No te preocupes -comento Ludmilla de Czerny, magnanima-, pronto lo seguiras.

– ?Vibora! -bramo Sarah-, ?Serpiente miserable! ?Como pude siquiera suponer que nos pareciamos?

– Porque es asi. Te guste o no, hermana, tu y yo somos dos caras de una misma moneda.

– Eso no es verdad -la contradijo Sarah, y la voz le temblo de ira-. Yo no soy en absoluto como usted, porque jamas me rodearia de hipocritas repugnantes dispuestos a traicionar sus ideales por dinero.

– Probablemente eso va por mi -dijo Cranston encogiendose de hombros y senalando el cuerpo sin vida del ciclope-. Para torturar a un hombre no se requieren menos

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