– No se -dijo el medico por enesima vez mientras observaba desconcertado el semblante inmovil de Kamal Ben Nara.
– ?Que es lo que no sabe, doctor? -pregunto Sarah, que estaba a punto de perder al paciencia.
Cuatro medicos se ocupaban de examinar a Kamal desde hacia horas. Intercambiaban miradas elocuentes y hacian malabarismos con palabras en latin, igual que hacian los golfillos en las calles con manzanas podridas, pero no llegaban a un resultado definitivo.
Norman Sykes, el director de la prision, se habia negado a trasladar a Kamal desde Newgate mientras no le presentaran un diagnostico claro sobre su estado. Por lo tanto, a Sarah no le habia quedado mas remedio que consultar con unos cuantos especialistas externos y pedirles que fueran a Newgate. Ademas de James Billings, el medico de la prision, que tenia la nariz demasiado roja para el gusto de Sarah y que parecia mucho mas entendido en tabernuchas del barrio londinense de East End que en la anatomia de sus pacientes, tambien estaban presentes el doctor Raymond Markin, un ex medico de la Armada Real y especialista en enfermedades tropicales, asi como el doctor Lionel Teague, un medico de Mayfair amigo de sir Jeffrey que, por amistad, se habia mostrado enseguida dispuesto a acudir presto a Newgate con el.
El cuarto medico era Horace Cranston, un hombre delgado de unos cuarenta anos, que llevaba una elegante levita y el cabello rubio bien peinado con raya. El bigote, perfectamente recortado, la tez palida, los pomulos marcados y unos rasgos delicados completaban la imagen del caballero perfecto. Sarah no habria adivinado que tras aquellos ojos grises habia un psiquiatra. A diferencia de sus colegas, Cranston no se dedicaba a examinar dolencias fisicas, sino mentales, y formaba parte del equipo medico del hospital Saint Mary of Bethlehem, cosa que a Sarah no le hizo ninguna gracia. Aun asi, debia estarle agradecida al doctor, que habia ido a Newgate por otros motivos pero, a instancias de Sykes, se habia declarado enseguida dispuesto a examinar a Kamal…
– Como ya he dicho, caballeros -dijo Cranston, tomando la palabra-, no creo que esto tenga nada que ver con un fenomeno fisico. Las causas parecen encontrarse mas bien en la cabeza del paciente.
– ?En la cabeza? -pregunto Sarah-. ?Que insinua?
– Nada. Solo digo que deberiamos buscar el motivo de su estado en su mente.
– ?Y? ?Que pretende? ?Abrirle el craneo?
– Eso podria contribuir a la solucion del enigma, efectivamente -asintio Cranston, que por lo visto no habia captado el sarcasmo en la voz de Sarah.
– ?Abominable matasanos! -mascullo Sarah-. ?No se atreva a ponerle un solo dedo encima!
– Sarah, por favor -intervino sir Jeffrey, tranquilizador-. Estoy seguro de que el doctor Cranston solo quiere lo mejor para su paciente.
– Y a mi me gustaria remarcar que el doctor Cranston no solo es un gran experto en su campo, sino que tambien tiene buen corazon. Cuando es necesario, realiza dictamenes medicos a los presos de Newgate y se ocupa de que los trasladen a Bedlam; de este modo evita que los ejecuten. Hoy tambien ha venido por ese motivo.
– Esta bien, director -comento Cranston visiblemente azorado-, pero eso ahora no viene a cuento.
– Tal vez -admitio Sykes-. Solo queria asegurarme de que lady Kincaid lo apreciara como es debido.
– Yo… probablemente me he precipitado al juzgar -reconocio Sarah-, y le pido disculpas si lo he ofendido. Es solo que… Llevan horas discutiendo, senores, sin resultados concretos.
– Eso no es del todo cierto -objeto el doctor Teague, un hombre de aspecto robusto y avejentado, de la edad de sir Jeffrey-. Hemos podido constatar que el estado del paciente no se debe a un acto de violencia. En el examen, ni mis colegas ni yo mismo hemos podido descubrir ningun indicio que apuntara en esa direccion.
– ?No era usted especialista en enfermedades raras?
– Debo de serlo; al fin y al cabo, he escrito dos trabajos importantes sobre el tema. Pero nunca me habia topado con un caso como este. Las funciones corporales del paciente se han reducido a la minima expresion, seguramente a consecuencia de la fiebre, pero parecen bastar para mantenerlo con vida.
– ?No es eso habitual en los pacientes que pierden el conocimiento debido a una fiebre alta? -pegunto Sarah.
– A veces si -admitio Markin-. El cuerpo reduce la actividad con el fin de ahorrar fuerzas para luchar contra la enfermedad. Sin embargo, en esos casos hay un precedente, una infeccion provocada por un germen, por ejemplo, o una intoxicacion de la sangre. Pero, aqui, ambas posibilidades quedan excluidas, puesto que el paciente se encontraba bien y en plena forma unos minutos antes.
– Cierto -confirmo Sarah-. Kamal parecia completamente despierto y sano. Su estado actual tiene que estar relacionado con algo que le han hecho esos extranos…
– Ya que habla de ellos -dijo el director Sykes carraspeando como si le resultara poco agradable lo que iba a decir-, no estamos seguros de que se tratara de extranos como usted supone.
– ?Que quiere decir con eso?
– Lady Kincaid -Sykes sonrio timidamente-, comprendo que todo esto le resulte extrano y agobiante. Teniendo en cuenta lo que ha sufrido, no seria de extranar que viera usted enemigos…
– Escucheme bien, senor director -dijo Sarah energicamente-, ni estoy histerica ni he perdido la razon. Pero algo me dice que esos hombres han tenido algo que ver con lo que le ha ocurrido a Kamal.
– ?Aunque fueran simples carceleros? -Sykes meneo la cabeza-. En Newgate trabaja mucha gente, lady Kincaid. Ni siquiera yo los conozco a todos. Por lo tanto, es muy posible que usted se haya encontrado con una simple patrulla de guardias camino del relevo.
– No lo creo -replico Sarah-. ?Que dice el guardia que me acompanaba?
– El tampoco esta seguro de nada en lo tocante a esos supuestos intrusos.
– ?Y los demas presos?
– Nadie ha notado nada sospechoso que permita concluir una entrada no autorizada en la seccion de las celdas.
– ?Y quien ha dibujado esas letras en la frente de Kamal? -pregunto Sarah-. ?Quien le ha puesto el trozo de papel en la boca?
– Seamos francos, lady Kincaid, hablando en rigor, podria haberlo hecho el propio mister Ben Nara.
– Tonterias -insistio Sarah categoricamente-. Esa gente era tan real como usted y yo… ?Y aquel halo! Pude sentir que… -Se interrumpio como si notara las miradas de incomprension que le dedicaban tanto el director de la carcel como los medicos y sir Jeffrey. Sarah comprendio que lo mejor era callarse si queria que continuaran tomandola en serio, y recibio ayuda por un lado que no esperaba.
– No veo motivos para dudar de las afirmaciones de lady Kincaid, caballeros -dijo el doctor Cranston, que no le guardaba rencor-. Puesto que, por un lado, hemos constatado que el estado del paciente no se debe a un acto violento y, por otro, sabemos que se ha declarado en un tiempo muy breve, solo nos queda suponer la posibilidad de una manipulacion intencionada.
– ?Que insinua, estimado colega? -La voz del doctor Teague sono acre, casi enojada-. A este paciente no lo han narcotizado sin mas, sino que se le han reducido las funciones corporales. ?Pretende hacernos creer que hay alguien capaz de llevar a alguien a ese estado instantaneamente?