– Creo que es posible, suponiendo que se utilicen los medios adecuados.

– ?Y cuales serian? -inquirio el doctor Markin, que parecia compartir tan poco como su colega la opinion de Cranston.

– Caballeros -replico el medico de Bedlam-, me recuerdan ustedes a los cazadores en la caza del zorro.

– ?A que se refiere? -pregunto Sarah.

– ?Ha participado usted alguna vez en la caza del zorro?

– No -nego Sarah meneando la cabeza-. Francamente, nunca he comprendido que le encuentra la gente a todo ese jaleo de perros ladrando y gente gritando «tally- ho». Ademas, tiendo a simpatizar con el zorro.

– Eso nos diferencia -replico el doctor-. Yo soy un apasionado cazador y ansio que empiece la temporada la semana que viene. Pero tiene usted razon al adjudicarle al zorro un papel esencial, puesto que sin el no existiria el deporte ni el acontecimiento social, ?no es asi?

– Cierto -admitio Sarah-, pero sigo sin ver…

– La mayoria de la gente que participa en la caza del zorro ha perdido de vista el verdadero sentido de la caceria. Para ellos solo se trata de pasear al aire libre, de exhibir sus caballos y sus dotes como jinetes o, simplemente, de dejarse ver. Para ellos, el zorro es una parte tan obvia de la caceria que ya no le dan importancia, aunque realmente sea el elemento principal. Lo mismo ocurre con el cerebro humano. Si bien es cierto que acabamos de empezar a investigar esa fascinante zona del cuerpo humano, sabemos que es el organo de control principal. Y aunque pueda parecemos insignificante en comparacion con otros organos, considero posible que, manipulando el cerebro, se pueda provocar un estado febril en un tiempo brevisimo.

– Que disparate -se acaloro el doctor Markin-. En todos mis anos ejerciendo de medico de la Armada Real jamas me he encontrado con nada parecido, y tenga por seguro que he visto mas mundo que usted, estimado colega.

– No se lo discuto -aseguro Cranston con serenidad-. Pero si partimos de la base de que el cerebro no solo controla la circulacion sanguinea, la respiracion, el aparato motor y el digestivo, sino tambien funciones como el aumento y el descenso de la temperatura corporal…

– Eso es una teoria arbitraria que no se puede corroborar -espeto Markin.

– Al contrario, querido colega. En Bedlam he tratado en repetidas ocasiones a pacientes cuyas funciones cerebrales habian resultado danadas por la aparicion de coagulos de sangre causados por una herida en la cabeza. Los ataques de fiebre descontrolados solian ser la consecuencia.

– Pero aqui no nos enfrentamos ni a un ataque de fiebre ni a una herida en la cabeza -senalo el doctor Teague.

– Cierto -admitio Cranston-, pero eso no cambia que mi teoria sea en principio correcta. La diferencia entre este caso y otros que he examinado es unicamente que el estado febril no se ha producido a causa de una agresion violenta ni del trauma craneal resultante, sino por una manipulacion de otro genero.

– Comprendo -dijo Sarah, a quien convencian los argumentos de Cranston, a pesar de no entender mucho de medicina, o quiza por eso-. ?Y en que consistiria esa manipulacion?

– Veneno -dijo Cranston, y un murmullo se extendio entre sus colegas. Nadie se mostro de acuerdo, pero, a diferencia de antes, el medico de Bedlam no cosecho ninguna objecion.

– ?Veneno? ?Cree que esa gente le ha administrado un suero a Kamal?

– O eso o lo han infectado con un germen que ha afectado las regiones mas externas del cerebro y es el responsable de esta fiebre misteriosa.

– Cranston -mascullo el doctor Markin-, ?es consciente de lo que esta diciendo? En los ultimos anos, lady Kincaid, la investigacion medica ha realizado progresos importantes en ese campo, pero no estamos en condiciones de comprobar la validez de las hipotesis del doctor Cranston y, aunque tuviera razon, no podriamos hacer nada.

– ?Y que propone usted, doctor? -pregunto Sarah con acritud-. ?Que me adhiera a una teoria mas comoda? No creo que eso le hiciera ningun favor a Kamal -afirmo, y paseo una mirada llena de pesar y compasion por el cuerpo inmovil de su amado, que yacia cubierto con un trapo sobre una litera. Solto un leve suspiro y recupero el dominio-. De tratarse de un suero, o de un germen, habria tenido que hacer efecto muy deprisa -prosiguio-. Los autores solo dispusieron de unos minutos.

– En efecto -la secundo Markin-. Esa es otra de las razones por las que no comparto la teoria del doctor Cranston.

– ?Por que no, doctor? -pregunto Cranston-. Conocemos venenos que provocan la muerte en pocos segundos. ?Por que no pueden influir tambien masivamente en la actividad cerebral?

– Porque nunca se ha descrito un caso semejante -objeto Markin torpemente.

– Eso no significa que no sea posible, ?verdad? -inquirio Sarah escrutando al grupo-. Caballeros, si alguno de ustedes puede ofrecer una explicacion mejor o mas plausible sobre lo que le ha ocurrido a mister Ben Nara, me gustaria oirla. De lo contrario, debo considerar unicamente la teoria del doctor Cranston.

Los medicos dieron la callada por respuesta. A Markin le temblaba el labio superior de franca indignacion, pero guardo silencio. Y, por lo visto, Billings y Teague tambien preferian mirar fijamente al suelo, avergonzados, a presentar una contrapropuesta.

– Aclarado, pues -dijo Sarah, y volvio a dirigirse a Cranston-. ?Que tipo de veneno podria ser? ?Tiene alguna idea, doctor?

– No -reconocio Cranston abiertamente-. Ademas, como ya he comentado, no estoy seguro de que se trate realmente de un veneno. Naturalmente, la fiebre elevada podria ser una especie de reaccion de defensa frente a una sustancia danina, pero tambien podria ser el resultado de una infeccion. Por lo tanto, no sabemos que le han administrado al paciente. Podria tratarse tanto de una sustancia extraida de plantas como de un veneno de origen animal. Puesto que, como ha senalado el doctor Markin, nunca se ha descrito un caso como este, buscamos a ciegas.

– No obstante, si realmente se trata de un veneno, con toda probabilidad existira un antidoto -interrumpio la conversacion el doctor Teague.

– Eso es mucho decir -objeto Cranston-. Y considero que es una irresponsabilidad prometerle algo asi a lady Kincaid.

– ?Prometerme que? -Sarah enarco sus finas cejas-. ?De que esta hablando?

– Me refiero a la teoria de que hay un antidoto para cualquier veneno que exista en la naturaleza -respondio el medico de Mayfair.

– Una teoria sumamente cuestionable, que aun no cuenta con pruebas concluyentes -critico Cranston.

– Nunca habra una prueba definitiva -resoplo Teague con desden-, la cantidad de venenos que se encuentra en la naturaleza es demasiado grande. No obstante, ciertos puntos corroboran la certeza de la teoria…

– …y otros tantos la rebaten -objeto Cranston.

– Eso no viene al caso.

– Pues claro que si…

La discusion entre los dos medicos continuo, y Sarah tuvo que respirar

Вы читаете Las puertas del infierno
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату