Capitulo 8
?Es esta la suerte que debo sufrir una y otra vez? ?Igual que Prometeo, que, encadenado a las rocas del Caucaso, debe soportar eternamente el mismo tormento? ?O que Sisifo, condenado a realizar siempre el mismo esfuerzo sin perspectivas de exito ni de descanso? ?Me ocurre a mi lo mismo? ?Debo revivir una y otra vez mi pasado?
En mi ultimo encuentro con Mortimer Laydon, que tuvo lugar de manera tan inesperada entre los sombrios muros de Newgate, no estaba preparada para enfrentarme ni a mi pena ni a mis miedos. Me asalto el horror de nuevo y me prometi no volver a ver nunca al hombre que tanto sufrimiento nos habia causado a mi y a mi familia.
He cambiado de opinion, no por propia voluntad, sino porque la necesidad me obliga.
Hasta hace unos dias no me habria imaginado que existiera ningun poder lo suficientemente fuerte para obligarme a encararme de nuevo con el asesino de mi padre. Pero las cosas han cambiado y, con tal de salvar a Kamal, incluso miraria al ojo candente de un dragon que escupiera fuego. Por muy infimas que sean las perspectivas de exito, no puedo dejar de intentar nada, aunque eso signifique que deba encontrarme de nuevo con mi acerrimo enemigo.
Igual que un guerrero medieval se lanzaba a la batalla equipado con cota de malla y yelmo, yo tambien intento protegerme para la entrevista inminente. Sin embargo, por mucho que intento escudarme en mi interior, sospecho que al final no habra proteccion alguna contra las miradas de Laydon y el veneno de sus palabras.
Al fin y al cabo, sera su personalidad la que se enfrente a la mia, su locura a mi razon. Y aunque se que no me hare con la victoria en esa batalla, no puedo rehuir la lucha. Porque mi derrota significa esperanza para mi amado Kamal…
– ?Esta segura, mi querida amiga, de que realmente desea hacerlo? - Sir Jeffrey tenia el ceno fruncido y su voz sonora delataba una sincera preocupacion-. No quiero ni pensar como la afectara volver a encontrarse con ese asesino.
– Si he de serle sincera, sir Jeffrey, yo tampoco quiero pensarlo - replico Sarah-. Y, creame, si hubiera alguna otra posibilidad, me aferraria a ella sin dudarlo. Pero creo que Mortimer Laydon es la unica persona que puede darme informacion y no puedo dejar pasar esa oportunidad, ?me comprende?
– Por supuesto -aseguro el consejero real, a quien Sarah habia explicado sus motivos con todo detalle en las ultimas horas-, pero sigo sin entender por que tiene que hablar personalmente con el. Permitame que sea yo quien se encargue del asunto. O el doctor Cranston, o…
– Para mi, seria un placer -confirmo el medico de Bedlam, el unico de todos sus colegas que aun seguia alli: el doctor Billings, Markin y Teague se habian despedido ya por lo avanzado de la hora.
– Es usted muy amable, caballero -dijo Sarah- y le aseguro que me encantaria aceptar su oferta, puesto que me horroriza encontrarme con ese hombre. Pero no me queda mas remedio, puesto que, por un lado, conozco a Mortimer Laydon mucho mejor que ustedes y, por otro, tengo motivos para suponer que soy la unica que esta en condiciones de entender sus insinuaciones.
– ?Insinuaciones? -gruno el director Sykes-. Delirios de una mente enferma, nada mas. Al menos, haria bien en no presentarse sola delante de ese monstruo. Seguro que el doctor Cranston estara dispuesto a asistir con usted… Sobre todo porque conoce a Laydon mejor de lo usted piensa.
– ?Que quiere decir?
– El director se refiere a que Laydon es uno de los presos a los que he examinado.
– ?Y?
– No cabe duda de que nos enfrentamos a un hombre cuya cordura, como lo diria, se esta desintegrando. No he conseguido descubrir las causas, pero Mortimer Laydon tiene sin duda una de las personalidades mas siniestras y peligrosas con las que me he topado.
– Expliquenos algo que aun no sepamos -replico sir Jeffrey secamente-. Francamente, nos ha sorprendido mucho que Laydon estuviera encerrado aqui, en Newgate.
– No por mucho tiempo -aseguro Sykes.
– ?Por que lo dice? -inquirio Sarah.
– Como ustedes saben, Laydon fue condenado por el tribunal a cumplir internamiento de por vida en el hospital Saint Mary's of Bethlehem. Sin embargo, al poco de su ingreso se puso violento e hirio a un enfermero, de manera que fue trasladado a Newgate y sometido a regimen de aislamiento. Gracias a la rapida intervencion del doctor Cranston, que ha examinado en diversas ocasiones su estado mental y ha corroborado el dictamen del tribunal, contamos con que esta situacion pronto cambiara. El traslado de Laydon desde Newgate a Bedlam es cuestion de dias.
– Y justo antes de que llegue el momento se me presenta como la unica conexion con los autores -dijo Sarah en voz baja. Hablaba para si misma, pero Sykes la oyo.
– Lady Kincaid -replico-, le aseguro que cualquier relacion que imagine carece de fundamento. Nadie goza del poder de influir en esas cosas, ni siquiera la reina.
– Naturalmente -Sarah esbozo una vaga sonrisa.
– Entonces ?que decide? -consulto Sykes-. ?Seguro que no prefiere seguir mi consejo y permitir que el doctor Cranston la acompane? Conoce el caso…
– Me encantaria, senor director, creame -aseguro Sarah-. Pero si de algo estoy segura es de que Laydon no se avendra. Si acepta, solo a mi me revelara lo que sabe, a nadie mas. Tengo que presentarme ante el sola.
– No lo comprendo…
– ?No? -Sarah enarco las cejas-. Entonces, senor director, recuerde que Mortimer Laydon es un asesino sanguinario. Mato a mi padre y a la persona que, despues de el, me era mas proxima. Y despues hizo todo lo posible por acabar conmigo. Ese hombre deseo mi muerte, sir, y aun la desea… y por eso aceptara entrevistarse conmigo. Quiere verme sufrir y quiere destruirme, pero, ironias del destino, al mismo tiempo parece ser mi unica posibilidad de salvar a Kamal.
Sarah entro en silencio en la sala, que olia a moho y a sudor frio, y cuyo unico mobiliario consistia en una mesa vieja y dos sillas. Los hombres parecieron comprender entonces lo que Sarah se disponia a hacer y el sacrificio que estaba a punto de realizar por ayudar a su amado.
– Entonces tenga mucho cuidado -dijo finalmente Sykes con voz queda-, porque esta a punto de cerrar un pacto con el diablo.
– Lo se, senor director -se limito a contestar Sarah.
En ese momento llamaron desde fuera a la puerta de acero de la sala de interrogatorios. Abrio Cranston, y aparecio un hombre de rostro chupado, vestido con uniforme de carcelero.
– El preso esta listo para el interrogatorio.
Sykes, el doctor Cranston y sir Jeffrey volvieron a escrutar de nuevo el semblante de Sarah, que se esforzo por parecer decidida y ocultar su miedo.
– De acuerdo -dijo Sykes finalmente-, es su decision. Traigan al