– Ademas -anadio Sarah en tono conciliador-, les llevo ventaja a mis enemigos.

– ?Y eso por que?

– La otra parte no sospecha que he descubierto sus planes. A diferencia del ano pasado, estoy preparada y no pienso dejarme engatusar con los mismos trucos. Las pistas conducen a Praga.

– Si va, tendra que hacerlo sola -dijo sir Jeffrey-. El viaje a Egipto puso en evidencia mis limites. Soy demasiado viejo para esas cosas…

– Lo comprendo -afirmo Sarah-. No se aflija, mi querido amigo. Usted ya me ha prestado mas ayuda de la que jamas podre devolverle.

– Sin embargo, no deberia viajar sola -objeto sir Jeffrey.

– No lo hare. Kamal me acompanara.

– ?Qui… quiere llevarselo con usted? -gimio Cranston.

– Por supuesto. Si realmente existe un remedio, tiene que tomarlo de inmediato. Usted mismo dijo que el tiempo apremiaba.

– Pero un viaje de esas caracteristicas esta asociado a numerosos imprevistos y fatigas. Y para un paciente en el estado de Kamal, incluso el cambio mas insignificante puede tener consecuencias fatales…

– Y si se queda aqui y no ocurre nada, morira, ?no es cierto? -lo interrumpio Sarah.

– Su… supongo -se vio obligado a admitir el medico.

– Entonces esta decidido -replico Sarah con dureza-. Sir Jeffrey, si es tan amable de ocuparse de que pongan a Kamal en libertad de inmediato.

– No le permitiran abandonar el pais -dijo Cranston convencido-. Al fin y al cabo, sigue siendo sospechoso de dos asesinatos.

– El doctor tiene razon -secundo sir Jeffrey-. Por lo menos insistiran en que participe en el viaje un acompanante designado por la autoridad.

– Un guardian, ?no? -pregunto Sarah con poco entusiasmo.

– Un observador -dijo Cranston, expresandolo de modo mas neutral-. Ademas, estaria bien contar con un medico que se ocupara de Kamal y que, si se da el caso, pudiera hacer un seguimiento de su convalecencia y favorecerla.

– Seguramente tiene razon -admitio Sarah-, pero no creo que en tan poco tiempo…

– Yo estaria dispuesto -anuncio Cranston inesperadamente.

– ?Usted…?

– Si la justicia lo autoriza, la acompanaria en el viaje, lady Kincaid, tanto en calidad de observador oficial como en mi condicion de medico.

– Una idea excelente -alabo sir Jeffrey-. Considerando la reputacion intachable del doctor Cranston y su compromiso en Newgate, la justicia no podra sino acceder a nuestra peticion.

– Naturalmente, siempre y cuando usted tambien este de acuerdo, lady Kincaid -dijo Cranston dirigiendose a Sarah.

– Pues claro que estoy de acuerdo -aseguro Sarah, asombrada ante aquel feliz cambio de rumbo-. No se como agradecerle su amable ofrecimiento…

– No hace falta que me agradezca nada, lady Kincaid -replico Cranston galantemente y sonriendo con simpatia-. Siento la profunda necesidad de hacerlo y seria para mi un honor ayudarla en la busqueda.

– En ese caso, le doy doblemente las gracias -contesto Sarah.

– Excelente, excelente -exclamo sir Jeffrey en tono triunfal-. Asi pues, esta todo claro. Lo unico que necesita es a alguien de confianza en el continente para que organice los preparativos necesarios.

– Ya tengo a alguien en el punto de mira -aseguro Sarah-, y creo que se prestara encantado a ayudarme.

– ?Cuando piensa partir?

– Lo antes posible -respondio Sarah-. Cuanto antes empecemos la busqueda de un remedio para Kamal, mejor.

– Tally-ho -dijo Cranston-. Es lo que se dice al salir de caceria y, si lo he entendido bien, estamos a punto de iniciar una, ?tengo razon?

– Por supuesto, doctor -secundo Sarah, y en su semblante tenso se dibujo una sonrisa ironica-. Por supuesto…

Kincaid Manor, Yorkshire, noche del 2 de octubre de 1884

Un sonido estridente arranco a Trevor Gordon del profundo sueno en que se hallaba sumido.

El viejo mayordomo, que estaba al servicio de la familia Kincaid desde hacia muchos anos, asumia las funciones de administrador de la casa cuando la propietaria de la finca se encontraba en otro sitio.

Tenia que ocuparse de los ingresos y de los gastos, y de que las tierras rindieran beneficios tambien en ausencia de la duena; incluso se encargaba de que la servidumbre, los mozos de cuadra y las sirvientas de la cocina hicieran su trabajo, cuidaran la propiedad y se ocuparan de los animales de las cuadras. Tambien era el responsable de la seguridad de la finca mientras lady Kincaid se hallaba en la lejana Londres.

En noches anteriores, el peso de esa responsabilidad apenas habia permitido pegar ojo al anciano. Sin embargo, esa noche, tal vez a causa de la luna nueva o del vaso de leche caliente que se habia bebido antes de meterse en la cama, se habia dormido profundamente. Hasta que el ruido mencionado lo arranco de sus suenos de cafe caliente, galletas de manteca recien hechas y manzanas escarchadas.

El administrador se incorporo alarmado.

Lo primero que noto fue un crepitar y un chisporroteo freneticos que parecian provenir del exterior. Al instante siguiente, su mirada, todavia ebria de sueno, abarco las llamas rojizas que iluminaban la pared situada enfrente de su ventana.

?Fuego!

Sintiendo una punzada dolorosa en el corazon, el administrador salto de la cama. Envuelto en el camison de lana que le llegaba hasta los tobillos, se precipito hacia la ventana, corrio las cortinas y miro fuera. Entonces vio que los edificios anexos que albergaban las cuadras y los alojamientos de los labradores… ?se estaban incendiando!

De las vigas de los tejados salian lenguas de fuego amarillas y el pajar de heno ardia en llamas. Lanzando una exclamacion de espanto, Trevor se aparto de la ventana, abrio la puerta de su habitacion y salio al pasillo tan deprisa como le permitieron sus huesos doloridos a causa del frio. Quiso gritar «?Fuego! ?Fuego!», pero el panico hizo que le fallara la voz. Recorrio el pasillo a toda prisa, paso de largo por la cocina y se dirigio al comedor, donde habia un pequeno gong de laton con el que se solia llamar a los criados. Con manos temblorosas cogio la maza y martilleo el disco metalico, que produjo un sonido estridente. Y, finalmente, el viejo administrador consiguio recuperar la voz.

– ?Fuego! -grito tan fuerte que su voz ronca sono aguda- ?Fuego…!

Desde el ala este del edificio principal, donde se encontraban las habitaciones del servicio, le llegaron gritos de espanto. Oyo que se abrian puertas y resonaban pasos, y se

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