la frase.

– Sigue pareciendome bastante inverosimil -dijo el consejero real, mostrando sus reservas-. Tal vez Laydon se entero de algun modo de la noticia y solo intentaba despistarla.

– No -nego Sarah meneando la cabeza-. El director Sykes me explico que a los presos no se les permite leer los periodicos.

– Entonces, ?como podria haberlo sabido?

– Esa es la cuestion -confirmo Sarah-. O el no sabia nada de todo esto y nosotros intuimos relaciones donde no las hay, o alguien ha instruido a Laydon para que me diera esas indicaciones porque ese alguien sabia que yo hablaria con el.

– Una idea angustiosa -constato sir Jeffrey.

– Sin duda -le dio la razon Sarah-, pero ni de lejos tan angustiosa como la perspectiva de no poder hacer nada por Kamal y estar a merced de aquel poder extrano sin salvacion posible.

– ?Que piensa hacer?

– Necesito mas informacion -respondio Sarah-. ?Podria conseguirme hora de visita en la biblioteca del Museo Britanico?

– Por supuesto, Sarah. Pero antes debe descansar y, sobre todo, tiene que comer algo.

– No hay tiempo, sir Jeffrey -objeto Sarah, cuyo afan de investigar habia despertado por completo-. Este enigma exige ser descifrado y, si en el se alberga alguna posibilidad de salvar a Kamal, tengo que encontrarla…

Capitulo 10

Diario personal de Sarah Kincaid

?Puede tratarse de una casualidad? ?Sigo realmente el rastro que me llevara a la solucion del misterio que se me ha impuesto? ?O, en mi desesperacion, he sucumbido a un engano que me hace suponer conexiones donde no las hay? En algunos momentos tengo la sensacion de que estoy sobre una buena pista, mientras que en otros me corroen las dudas. ?Los desvarios de un enfermo mental y una noticia sensacionalista en una gaceta justifican una visita nocturna a la biblioteca?

Sir Jeffrey no oculta sus dudas, pero, por su vieja amistad con mi padre, me deja hacer. Gracias a sus buenas relaciones con la Casa Real, se ha ocupado no solo de que me abran las puertas de la biblioteca del Museo Britanico, sino de que no me echen cuando caiga la noche y el resto de los visitantes ya se hayan ido. A la luz mortecina de una lampara de gas, prosigo la busqueda desesperada, mientras el veneno de la duda no deja de corroerme. ?Dijo Mortimer Laydon la verdad cuando afirmo que era mi padre? ?Me he pasado toda la vida tragandome una mentira?

Tengo la sensacion de estar avanzando por aguas bravas sobre un tempano de hielo, esperando el momento en que el suelo inseguro se resquebrajara bajo mis pies…

Biblioteca del Museo Britanico, Gower Street, Londres,

noche del 27 de septiembre de 1884

El lugar imponia respeto. Por encima de la amplia rotonda de la sala de lectura se alzaba la enorme cupula que suponia el centro y el elemento distintivo del imponente edificio, que habia sido disenado por Robert Smirke y que albergaba desde hacia casi cuarenta anos no solo la coleccion de objetos de arte mas importante del imperio, sino probablemente tambien la mayor concentracion de saber. Los fondos basicos de la biblioteca del Museo Britanico los constituian la biblioteca privada de Jorge III y las colecciones de particulares acomodados y comprometidos que habian hecho meritos en la investigacion y la cultura del reino. Sarah sabia que uno de los objetivos de Gardiner Kincaid habia sido pertenecer a ese circulo ilustre y que hubieran mencionado su nombre junto a los de Robert Harley, duque de Oxford, o de sir Hans Sloane. Tal deseo no le fue concedido en vida, pero Sarah se proponia legar algun dia al museo la biblioteca de Kincaid Manor y, de ese modo, encargarse de que al viejo Gardiner le otorgaran el honor que siempre habia ansiado.

Le dolian los ojos. Cada vez apartaba la vista mas a menudo de los libros que tenia abiertos sobre la gran mesa de roble, y se frotaba el entrecejo o se masajeaba las sienes. Las letras de los textos, la mayoria antiguos e impresos en papel de pasta de madera, desaparecian ante sus ojos, pero se obligo a concentrarse y a continuar leyendo. Con movimientos rapidos de la mano, tomaba notas cuando una informacion le parecia destacable, y asi, trabajando minuciosamente, consiguio reunir conocimientos sobre lo que supuestamente ocurria en las callejuelas del barrio judio de Praga.

Aunque ya era de noche y las campanas de Saint George acababan de tocar las once, Sarah continuaba inmersa en la lectura. El tiempo acuciaba y no le quedaban muchas tentativas de salvar a Kamal y encontrar un remedio. Debia tener alguna certeza antes de emprender la busqueda y, cuanto mas tarde era y mas informacion recababa, mas convencida estaba de que seguia la pista correcta.

Por desgracia, no podia compartirlo con nadie.

Sir Jeffrey, que le habia hecho compania por la tarde porque debia de considerarlo el deber formal de un caballero, se habia despedido al hacerse de noche, aunque no sin dejarle como vigilante al fornido cochero, que tenia que llevar a Sarah de vuelta a Mayfair cuando acabara el trabajo. Sarah compadecia al pobre Jonathan, que pasaria la noche en vela por su culpa mientras su senor estaba acostado en su mullida cama durmiendo a pierna suelta.

En cuanto a esto, Sarah se equivocaba de lleno con sir Jeffrey…

De repente se oyo un fuerte ruido.

Sarah se sobresalto y comprobo con espanto que la habia vencido el cansancio y se habia quedado dormida encima de los libros abiertos, con la barbilla apoyada sobre la mano. Una ojeada al reloj de bolsillo que habia heredado de su padre le revelo que solo se habia permitido unos pocos minutos de sueno, y respiro tranquila. Luego recordo el ruido que la habia despertado y automaticamente se pregunto si habia sido real o tan solo habia existido en suenos…

– ?Jonathan? -llamo, y miro a su alrededor. Pero, aparte de la luz macilenta de la lampara de gas, la sala de lectura estaba sumida en la mas profunda oscuridad y, ademas, la llama habia cegado a Sarah y sus ojos no veian mas que manchas claras-. ?Jonathan? ?Es usted?

El eco de su voz resono en el techo abovedado y alto de la cupula, pero no obtuvo respuesta.

De repente oyo ruido de pasos. Eran unos pasos lentos y pesados sobre la piedra dura, que se deslizaban hacia ella.

– ?Jonathan…?

Sarah se asusto al oir el tono desventurado y quebradizo de su voz y noto que un escalofrio le recorria la espalda. Verdaderamente, hacia frio en aquella sala de techo alto; la niebla que en esa epoca del ano se deslizaba por las calles y callejuelas de Londres parecia no detenerse a las puertas del museo, por lo cual Sarah llevaba puesto el abrigo y un chal. Sin embargo, el frio que sentia en ese momento no se debia al clima otonal.

Lo que Sarah sentia y la hacia estremecer era un halo de amenaza…

– ?Jonathan…?

El tono de su voz sono casi suplicante, pues a cada segundo que pasaba la joven tenia mas claro que quien se acercaba no era el fornido cochero, sino otra persona.

Un enemigo…

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