desierto que es, conoce la lucha por la supervivencia y se que hara todo lo posible por volver conmigo…

El criado de Cranston, que nos acompano una parte del viaje por deseo de su senor, nos ha dejado en Dover. Igual que en anteriores viajes, renuncio a llevar servidumbre conmigo, aunque no sea lo mas adecuado para alguien de mi sexo y mi condicion social. A mi me ensenaron que la obligacion suprema de un senor hacia sus sirvientes es cuidar de ellos y soy incapaz de poner en peligro imprudentemente la vida de ninguno de mis criados.

Desde Calais viajamos en tren hacia la frontera belga, cuyos bosques de abetos ya estan cubiertos de nieve. Esperamos llegar a Bruselas cuando oscurezca y hoy mismo cogeremos el tren que nos llevara a Alemania.

4 de octubre

Lo que esperabamos no se ha cumplido. Despues de que nos haya sorprendido una tormenta de nieve en las Ardenas y hayamos llegado a Bruselas bien entrada la noche, no nos ha quedado mas remedio que pernoctar en la ciudad… No quiero imaginar las consecuencias que estas fatigas anadidas puedan tener para Kamal, y me alegro de tener conmigo al doctor Cranston, que se ocupa con todas sus fuerzas del bienestar del paciente.

Aunque el medico se esfuerza por ser un acompanante atento y por ocuparse de mi bienestar, no puedo evitar echar de menos con toda mi alma la compania de Maurice du Gard, y las personas que oigo hablar en frances a mi alrededor no hacen mas que aumentar mi melancolia. No dejo de prometerme que hare todo lo posible para que no me arrebaten a otro ser querido…

6 de octubre

Hemos llegado a la frontera alemana. Una vez mas, agradezco a mi padre que me hiciera tomar clases de idiomas. Dominar la lengua alemana parece ser un requisito constante para cruzar en tren este pais. Una cantidad increible de pequenas y pequenisimas lineas ferroviarias forman una red confusa que, a mi entender, expresa la agitada historia de estas tierras que, despues de siglos de division y de desgarro interno, se unificaron tan solo hace unos anos, y eso tambien se logro mediante una guerra encarnizada y sangrienta.

Desde Colonia partimos hacia Coblenza. Un coche cama del ISG [3] que cubre ese trayecto nos ofrece un agradable confort que hasta ahora no habiamos hallado, y una vez mas lamento no haber optado por el recorrido Paris-Viena, que ofrece muchisima mayor comodidad, pero para el que fue imposible conseguir pasajes en el ultimo momento.

Desde Coblenza, el viaje continua hacia Francfort, donde esperamos enlazar lo antes posible con un tren que se dirija hacia el este…

8 de octubre

Eisenach. Gotha. Erfurt. Jena.

Las ciudades impregnadas de cultura se alinean como perlas en el corazon del Imperio aleman y despiertan en mi recuerdos de viajes que emprendi en otra epoca con mi padre. Sin embargo, para reavivarlos me falta la calma, pues el destino de nuestro viaje se va acercando y confieso que noto una creciente inquietud.

El estado de Kamal no parece haber cambiado… ?O quiza el doctor Cranston solo quiere tranquilizarme? A veces creo ver dudas en su semblante, pero no tengo valor para preguntarle. Mientras haya esperanza, querria aferrarme a ella, por muy pequena que sea…

9 de octubre

En Leipzig hemos subido al tren expreso que nos llevara a Praga, via Dresde. El paisaje que se ve desde las ventanillas de nuestro vagon ha cambiado y me da la impresion de que se ha tornado enigmatico, casi lugubre.

En esta epoca otonal, por los extensos bosques parece haberse extendido una sombra, que se manifiesta en forma de nubarrones grises y niebla espesa. Solo de vez en cuando se distinguen huellas de civilizacion: granjas solitarias que se arriman a las colinas oscuras y, aqui y alla, las ruinas de castillos antes orgullosos que se elevan solitarias hacia el cielo encapotado.

No para de llover, y me da la impresion de que la tristeza del tiempo es un reflejo de mi interior. Paso las horas sentada junto a Kamal, cogiendole la mano inerte y caliente, y secandole las perlas de sudor de la frente mientras oigo el traqueteo monotono del tren. Y aunque una parte de mi lo teme, estoy ansiosa por llegar a Praga y comenzar de una vez la busqueda que ha de devolverme a mi amor…

Masarykovo Nadrazi, Praga, tarde del 9 de octubre de 1884

Como si se tratara de un ser vivo al que hubieran pasado factura las fatigas del largo camino, la locomotora de vapor negra dejo oir un bufido ronco al detenerse en la via principal de la estacion. El vapor brotaba silbando por las valvulas y se depositaba cual vaho blanco sobre el anden, donde al cabo de un instante se perfilaron numerosas siluetas: obreros del ferrocarril e interventores, portamaletas y guias turisticos, vendedores ambulantes y cocheros, ninos con periodicos y limpiabotas, gente que esperaba a alguien y curiosos. Todos se apinaban bajo la marquesina de cristal, sostenida por columnas de hierro del anden, donde resono la voz fuerte del revisor anunciando la llegada del tren expreso.

Las puertas de los vagones se abrieron. Decenas de pasajeros se desparramaron por el anden y se mezclaron con los que alli esperaban, formando una multitud impenetrable. Algunos contrataban portamaletas y cocheros, o pedian a los empleados del ferrocarril informacion del lugar; otros tomaban el camino hacia la cantina, de donde llegaba un delicioso aroma a gulasch y a cerveza Pilsener que se mezclaba con el olor acre del vapor y el hollin. Entretanto, algunos muchachos se afanaban por ganarse las simpatias de los recien llegados y entusiasmarlos para que fueran a este o a aquel hotel.

Sarah Kincaid se encontraba en el anden, en medio de ese caos, buscando un rostro conocido en aquel mar de caras de alivio y de agotamiento, sonrientes y malhumoradas, hambrientas y hartas, sudorosas y heladas, silenciosas y vociferantes. En varias ocasiones la empujaron con brusquedad y otras tantas veces le pidieron disculpas no muy sentidas, hasta que el gentio se despejo por fin en el anden y pudo distinguir un semblante que le resultaba conocido y familiar.

Pertenecia a un hombre que no tenia muchos mas anos que ella, pero parecia muy serio y solemne, lo cual podia deberse, por un lado, a su manera formal de vestir, con abrigo y sombrero de copa, y, por otro, a las gafas de montura de niquel que se apoyaban en su nariz y le prestaban cierto aspecto de sabelotodo. El tiempo que habia transcurrido desde la ultima vez que se vieron lo habia fortalecido un poco, segun lo recordaba Sarah, pero su cabello negro y rizado continuaba revuelto como si se resistiera deliberadamente a la doma por parte de cualquier peine o cepillo.

Si unos anos atras alguien le hubiera dicho que algun dia se alegraria de ver a ese hombre y daria gracias por ello, se habria echado a reir con sarcasmo. Pero desde entonces habian cambiado muchas cosas y el hecho de que realmente se encontrara en el anden para recogerla a la hora que le habia comunicado telegraficamente suponia una prueba mas de que Friedrich Hingis ya no era un rival, sino un estimado amigo.

Aliviada, Sarah le hizo senas y cuando el suizo se percato se acerco a ella deprisa con una amplia sonrisa de alegria en el semblante por el reencuentro. Saltaba a la vista que la mano que asomaba por la manga izquierda de su abrigo estaba especialmente rigida y, a diferencia de la derecha, iba cubierta con un guante de cuero negro: el triste recuerdo de los momentos mas oscuros en la vida de Friedrich

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