flanqueado por estatuas de santos talladas en piedra, tuvo la sensacion de adentrarse en un reino desconocido, en el futuro que, como Shakespeare habria expresado, se alzaba ante ella como tierras lejanas aun por descubrir.

Con la mirada clavada al otro lado del rio, donde podia distinguirse vagamente la silueta del Castillo de Praga y los edificios del barrio de Mala Strana que parecian crecer a sus pies, Sarah se pregunto que la esperaria alli… y, por un breve instante, la embargaron las dudas sobre su mision.

?Y si sir Jeffrey tenia razon? ?Y si sus enemigos invisibles le habian tendido una trampa hacia la que ahora avanzaba a ciegas? ?Actuaba realmente solo por el bienestar de Kamal? ?O habian sido la curiosidad y la vanidad lo que la habia empujado hasta alli?

Las dudas duraron el tiempo que el carruaje tardo en cruzar el rio. Cuando la torre del otro extremo del puente aparecio a la vista y el carruaje franqueo la puerta, la razon se impuso a los miedos irracionales y, poco despues, Sarah se preguntaba que le habia ocurrido. Durante unos instantes habia tenido la sensacion de que cruzar el puente lo cambiaba todo, como si las aguas que rumoreaban perezosas y oscuras por debajo de aquel puente fueran las del legendario rio Estigia y no existiera ninguna posibilidad de retorno…

A Hingis no le paso por alto el animo sombrio que embargaba a su amiga.

– Ya falta poco -dijo, intentando animarla mientras el carruaje pasaba de nuevo por delante de edificios barrocos y construcciones medievales cuyas fachadas estaban provistas de escudos de armas y emblemas de gremios.

La calle, bordeada por faroles de gas, subia empinada por la ladera, y el carruaje aminoro la marcha. En un momento dado, Hingis indico al cochero que girara a la izquierda y se detuviera poco despues.

– El palacio Czerny -anuncio con orgullo-, el final del trayecto.

Sarah espero a que el cochero bajara y pudiera ayudarla a salir del vehiculo. Luego miro la imponente mansion, cuya fachada rebosaba de suntuosidad barroca y cuyos ventanales, tan altos como estrechos, estaban tapados con cortinajes. Encima del amplio portal habia un escudo de armas que mostraba un paladin medieval a lomos de un caballo y con armadura negra.

– Estoy impresionada -tuvo que admitir Sarah.

– Espere a verlo por dentro -replico Hingis sonriendo-. La familia Czerny es conocida en gran medida por su coleccion privada de arte.

Antes de que Sarah pudiera contestar, se abrio un ala de la puerta de entrada y salio un hombre delgado con un aspecto que podria calificarse, en el buen sentido de la palabra, de chapado a la antigua. Llevaba el cabello peinado hacia atras y recogido en una pequena trenza en la nuca, y vestia una librea de color verde oscuro y pantalon hasta la rodilla al estilo bohemio. Por lo visto, penso Sarah, la condesa Czerny concede valor a las tradiciones…

– Buenas noches -dijo el criado en buen ingles, solo con un leve acento eslavo-. Bienvenida a Praga, lady Kincaid. Espero que haya tenido un viaje agradable.

– Gracias -replico Sarah, inclinando ligeramente la cabeza: no estaba familiarizada con las costumbres continentales, pero ningun criado ingles, aunque se tratara de un mayordomo, habria esperado recibir una respuesta mas detallada.

– Me llamo Antonin -se presento el hombre con la librea-. Si hace el favor de seguirme. La condesa la esta esperando.

– Por supuesto -contesto Sarah, que no queria parecer maleducada, pero echo una mirada calle abajo para interesarse por la ambulancia de campana.

– Le aseguro que nos ocuparemos del equipaje -prometio el criado, dando a entender que no estaba informado de la naturaleza del viaje de Sarah. Por lo visto, la discrecion tambien era una cualidad de la condesa.

Sarah dedico una mirada interrogativa a Hingis, cosecho una sonrisa de animo y decidio aceptar la invitacion. Subio los empinados escalones del portal, cruzo la alta puerta y entro en el vestibulo bien iluminado, de cuyo techo colgaba una lampara de arana deslumbrante. A diferencia del vestibulo de Kincaid Manor, que tenia un aire gotico que a Sarah le resultaba familiar pero que deberia de parecer oscuro y sombrio a las visitas desprevenidas, las paredes estaban sumergidas en un blanco radiante y el techo estaba revestido con un estuco fastuoso. La sala estaba decorada con cuadros de marcos dorados, en los que predominaban los colores calidos y oscuros y que mostraban escenas de la historia de Praga.

Dos criadas se apresuraron en ayudar a Sarah y a Hingis a quitarse los sombreros y los abrigos. Despues, Antonin los guio hasta el primer piso por una escalinata ancha y empinada. Un pasillo corto conducia a un salon espacioso, cuyas dimensiones y suntuosidad barroca dejaron de nuevo profundamente impresionada a Sarah. Unas aranas de gas proporcionaban una luz clara, y el olor penetrante de la cera para pulir el suelo colmaba el aire.

Los altos ventanales estaban tapados con terciopelo oscuro; las paredes frontales del salon estaban adornadas con tapices enormes que mostraban escenas de una batalla de la guerra de los Treinta Anos. Unos rosetones de estuco embellecian el techo y el parquet estaba pulido a la perfeccion. El unico mobiliario lo formaban una mesa alargada con sillas forradas de terciopelo y una estufa de hierro que desprendia un agradable calor. Delante habia una mujer de pie que tendria la misma edad que Sarah y que a esta, curiosamente, le parecio extrana y familiar a la vez.

Tanto su figura esbelta y erguida como su porte orgulloso, su semblante palido y sus pomulos marcados revelaban nobleza. El rostro, alargado y enmarcado entre cabellos rubios rojizos, era de una belleza extrana y distante. Unos labios finos formaban una boca pequena, debajo de la cual se extendia una barbilla que reflejaba determinacion. Tenia la nariz fina y quiza un poco demasiado larga, pero los ojos, brillantes y de un enigmatico color verde esmeralda, borraban ese insignificante defecto. A diferencia de Sarah, que iba vestida con ropa oscura y sencilla, practica para viajar, aquella mujer llevaba un vestido de seda con encajes, de un color beige que hacia que su rostro pareciera aun mas palido y noble, y con un gran cuello y falda abombada que casi causaban la impresion de realeza. Eso y el hecho de que llevara joyas ostentosas de oro indicaba claramente que concedia mas importancia a aquel encuentro de la que Sarah habia considerado hasta ese momento.

– La condesa de Czerny -anuncio Antonin innecesariamente.

Acto seguido, Hingis hizo una profunda reverencia y Sarah, en reconocimiento al titulo nobiliario mas alto y antiguo de la condesa, inclino la cabeza e hizo una ligera genuflexion.

– Lady Kincaid -dijo la condesa mientras se le acercaba extendiendo las manos para saludarla. En Inglaterra, ese gesto se consideraba un signo de gran confianza y, aunque Sarah no sabia que significaba en aquel lugar, se sintio aliviada al ver que su anfitriona parecia conceder tan poca importancia como ella a la etiqueta-. Es un placer darle la bienvenida a mi casa.

La condesa habia hablado en aleman, con un marcado acento eslavo. Puesto que Sarah no dominaba el checo, el aleman parecia ser la lengua de entendimiento comun.

– Se lo agradezco, condesa -replico por tanto en aleman, mientras ambas se estrechaban las manos y se miraban a los ojos. Una vez mas, Sarah tuvo la sensacion de vislumbrar en ella algo muy familiar, aunque estaba segura de que nunca habia visto a la condesa antes. ?Se referia a eso Hingis al hablar del parecido entre las dos?-. Aunque no se a que debo el inesperado honor de ser acogida como huesped en su casa -anadio Sarah educadamente.

– Es usted demasiado modesta -contesto la condesa sonriendo-. Su fama la precede, querida, y eso desde antes de que nuestro amigo suizo -anadio saludando a Hingis con un amable movimiento de cabeza, a lo que el contesto con una nueva reverencia- viniera a hablar conmigo en su nombre. Mi difunto esposo seguia con mucho interes los trabajos de su padre. Y, por lo que he oido, usted sigue sus pasos.

– En cierto modo, si -confirmo Sarah-. Aunque no de manera tan voluntaria como me gustaria.

– Estoy enterada del terrible asunto -replico la condesa-, y le aseguro

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