que hare todo lo posible por ayudarla a que su estancia en Praga sea un exito.
– Se lo agradezco, condesa. Es usted muy amable.
– Por favor. No se que pensara usted, pero cuando el senor Hingis me conto el apuro en que se encuentra, tome la firme decision de ayudarla puesto que, en cierto modo, somos hermanas.
– ?Hermanas?
– Hijas de los mismos padres, que no son otros que el ansia de saber y el luto -explico la condesa-. Yo tambien he perdido a un ser querido, que para mi significaba mas que nada en el mundo y que solo me lego dos cosas: su pasion por el pasado y las herramientas para tratarlo. ?Mire a su alrededor! Los pasillos y las salas de este palacio estan repletos de reliquias de la historia que reunio mi esposo. Cuando me dejo, no pude sino continuar su trabajo, siguiendo sus objetivos, y dedicarme al estudio del pasado.
– ?Es… es usted arqueologa? -pregunto Sarah albergando ciertas dudas.
– ?Querida! Cuanto me gustaria responder afirmativamente a esa pregunta, pero, a diferencia de usted, a mi no se me ha concedido la posibilidad de superar los limites marcados por mi procedencia y de viajar a tierras lejanas en compania de un hombre que fuera para mi padre y maestro a un tiempo. Asi pues, por desgracia solo me queda el estudio de los libros. Sin embargo, en ellos tambien he hallado consuelo y esperanza, no se si me entiende.
– Creo que si -afirmo Sarah.
– La familia Czerny -explico la condesa sin que nadie se lo pidiera- es una de las mas antiguas y con mayor tradicion nobiliaria de Praga. Mis antepasados estuvieron presentes cuando la ciudad recibio los fueros en el ano 1257; tambien cuando se fundo la universidad y el emperador hizo su entrada en el Castillo; estuvieron cuando quemaron ajan Hus por hereje y tuvieron que presenciar como sus seguidores hundian el reino en una guerra cruenta; vivieron la epoca de esplendor del reinado de Rodolfo II y vieron como Bohemia perdia la libertad en la batalla de la Montana Blanca, luchando contra sajones y franceses. Pero todo eso me resulta insignificante desde que mi esposo no se encuentra entre los vivos. Me dejan disfrutar de titulos y propiedades, pero, a diferencia de los anos en que mi marido ensenaba en la universidad, no toleran mi presencia en ella. Han quedado olvidados los generosos donativos que mi familia entrego al Consejo Cientifico, se acabaron los tiempos en que alababan a Ludmilla de Czerny por su inteligencia y su erudicion -anadio asqueada-. Ahora, a esos intrigantes tiralevitas solo les interesa saber cuando volvere a casarme y quien heredara algun dia todo esto. Puesto que no nos fue dado tener hijos, el terreno esta abonado para todo tipo de especulaciones, como bien podra imaginarse.
– Ya lo creo que puedo -afirmo Sarah, sorprendida no solo por la franqueza de su anfitriona, sino tambien por su valor, y empezo a entender a que parecido se referia Friedrich Hingis.
Igual que ella misma, Ludmilla de Czerny parecia una mujer con un interes por el mundo mucho mayor y mas amplio de lo que la sociedad queria permitirle. Si bien su posicion social y sus propiedades le brindaban ciertas posibilidades, parecia estar muy lejos de encontrar el reconocimiento publico. Realmente, aquella injusticia las convertia en cierto modo en hermanas, pero sobre todo en aliadas, y Sarah admitio que se reconocia un poco en aquella mujer. La comprendia como si las uniera una amistad de hacia anos, y eso que acababan de conocerse…
– ?Me permite invitarla a una taza de te? -pregunto la condesa senalando la mesa, donde habian un servicio de plata-. Soy consciente -prosiguio en tono de disculpa- de que ya es muy tarde para las costumbres britanicas. Pero, desgraciadamente, como no sabia la hora exacta de su llegada, no me ha sido posible ordenar a tiempo que prepararan la cena…
– Es usted muy amable -contesto Sarah sonriendo-. Una taza de te me iria de maravilla.
– Sientense -invito la condesa a Sarah y a Hingis, mientras Antonin hacia senas a dos criados para que les llevaran te recien hecho y se lo sirvieran.
Cuando empezaron a beber, a Sarah le llamo la atencion la joya que la condesa lucia en el dedo indice de la mano derecha. Era un anillo dorado con un sello ovalado que mostraba un motivo nada comun. Un obelisco egipcio.
Teniendo en cuenta la marcada tendencia por las joyas extravagantes que podia apreciarse en la condesa, el anillo no habria llamado la atencion a un observador atento. Pero Sarah recordo que ya habia visto una joya como aquella… en la mano del hombre que algun dia heredaria la corona britanica…
– Veo que admira mi anillo -dijo la condesa, a quien no paso desapercibida la mirada curiosa de Sarah-. ?A usted tambien le gustan estos chismes?
– A decir verdad, no -replico Sarah-. Nunca he sabido que hacer con ellas. Siempre he preferido un libro interesante al oro y las alhajas…
– Bueno, hemos encontrado algo que nos diferencia -comento la condesa con una sonrisa comedida.
– … Sin embargo -prosiguio Sarah, imperturbable-, creo que esa alhaja es especial.
– ?Esta alhaja? -La condesa poso una mirada de desden en su mano derecha-. No, que yo sepa. Encontre este anillo en el legado de mi esposo y, si he de serle sincera, lo he escogido por motivos sentimentales.
– Comprendo -se limito a decir Sarah.
– Los recuerdos son algo curioso, ?no es cierto? -anadio la condesa-. Unos dias pueden procurar consuelo y la esperanza de un futuro mejor, y otros nos precipitan a abismos que ni siquiera sospechabamos.
– Cierto -afirmo Sarah-. El anillo representa un obelisco, ?verdad?
– En efecto. El antiguo Egipto y sus secretos siempre me han fascinado.
– Igual que a mi -afirmo Sarah.
– Sin embargo, si he entendido bien al senor Hingis, no ha viajado usted a Praga debido a su interes por la arqueologia. Sobre todo teniendo en cuenta que hay lugares seguramente mas apropiados…
– Eso tambien es cierto -admitio Sarah-. He venido a Praga porque tengo motivos para suponer que aqui, y solo aqui, podre obtener cierta informacion.
– ?Y de que informacion se trata, si me permite la pregunta? Naturalmente, no querria parecerle indiscreta, pero si tengo que ayudarla me seria muy util saber exactamente que busca. El senor Hingis solo aludio a una medicina para su esposo enfermo…
– No estamos casados -explico Sarah, y le dedico una mirada divertida a su acompanante: era evidente que Hingis habia considerado necesario encubrir un poco la chocante verdad. Sin embargo, despues de que la condesa Czerny se hubiera mostrado tan abierta y sincera con ella, Sarah no vio motivos para continuar manteniendo esa tactica-. Kamal es el hombre al que amo y al que no querria perder en ningun caso.
– Tiene usted toda mi comprension y mi entera simpatia -aseguro la condesa-. Pero ?que espera encontrar exactamente en nuestra ciudad?
Sarah tomo pensativa un sorbo de te.
– Si pudiera contestar a su pregunta, condesa, ya habria hecho un gran progreso. En lo que respecta al objetivo exacto de mi viaje, de momento aun ando a ciegas.
– Asi pues, ?no sabe lo que busca?
– Sinceramente, no.
– ?Y aun asi ha emprendido un viaje hasta tan lejos? ?Ha sometido a su amado enfermo a las fatigas de un trayecto tan largo?
– Se que tiene que parecer sumamente insolito -reconocio Sarah-, y