permitame darle un consejo.

– Por supuesto.

– ?Tenga mucho cuidado! Con todo lo que diga y aun mas con lo que oiga. Los rabinos son gente extrana. Suelen hablar con acertijos y algunas personas se han extraviado en el embrollo de sus palabras.

– Le agradezco la advertencia, condesa -replico Sarah-. Pero, creame, no tengo nada que perder.

– Eso nunca se sabe -contesto la condesa enigmaticamente-. Por otro lado, necesitara un guia que conozca bien el lugar.

– ?Conoce usted a alguno? -pregunto Hingis.

– Creo que si: a un muchacho que ha estado a mi servicio como traductor en varias ocasiones. Todavia va a la escuela, pero su interes por la Historia y sus conocimientos del barrio judio son extraordinarios. Ademas, es de toda confianza. Mandare a Antonin a buscarlo.

– Es usted muy amable, condesa -dijo Sarah-. Muchas gracias por su ayuda.

– No me de las gracias, lady Kincaid. Considero un deber personal apoyarla. En cierto modo, de hermana a hermana…

Capitulo 3

Diario de viaje de Sarah Kincaid

A pesar de las lugubres advertencias que expreso ayer por la noche, la condesa de Czerny ha organizado un encuentro para esta manana con el guia que me recomendo. Este, un muchacho de unos dieciseis anos que responde al nombre de Gustav y aun estudia en un instituto de Praga, me parece un acompanante ideal para iniciar la busqueda en el laberinto de Josefov. No solo parece digno de confianza y experto en el tema, sino que tambien es muy erudito y culto para su edad. Ademas de hablar fluidamente nuestra lengua, es un lector entusiasta de las obras de Dickens, igual que yo, y acaricia la idea de traducir algunas al aleman.

Han concertado una cita a primera hora de la tarde con Mordechai Oppenheim, el rabino del que se hablaba en el periodico y que parece convencidisimo de eme el Golem ha regresado. Hasta entonces, paso el tiempo esperando inquieta junto a Kamal. Su estado sigue pudiendo calificarse de estable, aunque no me pasa desapercibida la creciente preocupacion del doctor Cranston. La pregunta de cuanto tiempo soportara Kamal las fatigas de una fiebre tan alta me acucia, y se que debo actuar.

A ello se anade otra preocupacion que me ha llevado a pedirle a Friedrich Hingis que recabe algunas informaciones para mi, con la esperanza de que mis sospechas resulten infundadas.

Teniendo en cuenta las palabras de la condesa, llevare conmigo el revolver para poder defenderme si es necesario. Tambien llevare conmigo lo de siempre: utensilios para escribir, un cuaderno, cerillas y algo de dinero para hacer hablar si hace falta a los que no se muerden la lengua…

Josefov, Praga, tarde del 10 de octubre de 1884

Llovia a mares. Si en la vigilia los rayos de sol habian conseguido traspasar ocasionalmente la capa de nubes grises que se extendia sobre la ciudad, al dia siguiente no tuvieron ninguna posibilidad frente a su tetrica y amenazadora supremacia, que se precipitaba en forma de fuerte chubasco. La lluvia caia torrencialmente sobre la ciudad, golpeaba los tejados inclinados y se acumulaba en canales y arroyos. Y, a pesar del grueso velo gris que se habia desplegado sobre el barrio judio, Sarah comprobo con espanto que la condesa de Czerny no habia exagerado.

Quien entraba en la juderia tenia realmente la sensacion de haber ido a parar a otro mundo, mucho peor.

Sarah y sus acompanantes habian dejado el carruaje delante de la muralla del barrio, puesto que habria sido mas un estorbo que una ayuda en aquella angostura apabullante. En Josefov habia grandes edificios que se alzaban impresionantes a lo largo de unas pocas calles anchas: antiguas mansiones de comerciantes judios acomodados, asi como el Ayuntamiento y las sinagogas, diseminadas entre el cementerio, situado al oeste, y el meandro que el Moldava formaba al norte. Entre ellos, sin embargo, se apinaban innumerables casas viejas, algunas construidas siglos atras, que a menudo presentaban un aspecto tan deplorable y misero como las personas que vivian en ellas. El hecho de que estuvieran construidas tan juntas, de manera que una se apoyaba en la otra, parecia ser lo unico que las preservaba del derrumbe. Una densa red de tejados angulosos, con saledizos y buhardillas que semejaban tumores y de los que sobresalian incontables chimeneas, parecia cubrir todo el barrio.

Debajo, en las callejuelas estrechas, a menudo de unos pocos pies de anchura, competian entre si la pobreza, la escasez y la miseria.

A pesar de la baja temperatura y de que llovia sin cesar, Sarah vio a ninos semidesnudos acurrucados sobre el pavimento sucio de las calles y en cuyos ojos se reflejaba pura desesperanza. En las esquinas haraganeaban ciegos y tullidos pidiendo limosna, y por las ventanas, que en vez de cristales tenian cortinas apolilladas, escapaban voces de desaliento.

Resultaba casi inimaginable que en un lugar como aquel pudiera existir vida normal, cotidiana. Y, sin embargo, en las plantas bajas de los edificios ruinosos habia fondas, tiendas y talleres de artesanos, y algunos comerciantes con carretillas vendian verduras cuyo olor permitia deducir que alli se trapicheaba con lo que otros habian tirado. Entre ellos se abria paso la gente, en su mayoria personas vestidas de negro y que llevaban alzado el cuello de sus abrigos y chaquetas desgastadas. La cantidad de basura y suciedad en las calles era abrumadora. Sarah pudo ver mas de una vez como vaciaban cubos llenos de excrementos directamente a la via publica. A pesar de la lluvia torrencial, el hedor acre que flotaba como una nube de contaminacion sobre el barrio se percibia claramente. Sarah no quiso ni imaginar como seria aquello en un dia caluroso de verano. Las condiciones higienicas eran desastrosas, peores incluso que las del East End de Londres, cosa que Sarah habia considerado totalmente imposible hasta aquel momento.

– La condesa tenia razon -musito Hingis con una mezcla de consternacion y desaprobacion-. No deberiamos haber venido. Una lady no deberia acudir a un lugar como este.

– Nadie deberia estar en un lugar como este -puntualizo Sarah, y abandono por un momento el resguardo del paraguas para echar unas monedas en el bacin oxidado que un mendigo ciego extendia con mano temblorosa.

– No deberia hacer eso, lady Kincaid -la reprendio Cranston cuando volvio a resguardarse bajo el paraguas-. Tarde o temprano se vera rodeada de pediguenos.

– Que mas da -replico Sarah-. Esta miseria es insoportable.

– ?Y cree usted que soluciona algo regalando unos peniques? - pregunto el doctor-. ?O se trata simplemente de tranquilizar su conciencia para poder descansar de nuevo esta noche sobre almohadones de seda?

– Es usted detestable -rezongo Sarah, aunque su ira se dirigia mas a si misma que al medico. Interiormente, no podia por menos que reconocer que el reproche de Cranston estaba justificado.

Hacia rato que habia perdido la orientacion en aquel laberinto de callejuelas y casas plagadas de recovecos, cuando ante ella se perfilo la silueta de un gran edificio de piedra bajo la lluvia. La fachada estaba decorada con sencillos ornamentos del gotico primitivo que descendian en vertical. El sobrio edificio estaba rodeado por un peristilo cerrado.

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