– Nada de hoteles -rehuso el suizo-. Tendra usted el honor de alojarse en la mansion de la condesa de Czerny como invitada.

– ?La condesa de Czerny?

– Una mecenas de la cultura y la ciencia conocida en toda la ciudad, que me fue recomendada a traves de uno de mis contactos -explico el suizo-. Su marido, que murio hace unos anos, fue profesor mio en la Universidad de Praga. Y, si me permite la observacion, la condesa se parece a usted en algunos aspectos.

– ?Se parece a mi? -Sarah enarco las cejas-. ?Como debo interpretarlo?

– Espere y vera, amiga mia. Espere y vera…

Capitulo 2

Diario de viaje de Sarah Kincaid, anotacion posterior

Debo confesar que la observacion de Friedrich Hingis desperto mi curiosidad. ?A que se referia nuestro amigo suizo cuando dijo que la condesa se parecia a mi en algunos aspectos?

?La observacion apuntaba a los rasgos fisicos? ?O tal vez, despues de tantos anos afirmandome en una disciplina cientifica dominada por los hombres, en ese viaje encontraria a una correligionaria? ?A una mujer que, como yo, se habia consagrado a la investigacion del pasado y no se sometia a las limitaciones que la sociedad pretendia imponer a las personas de nuestro sexo?

Me sorprendi pensando que me gustaba la idea y confieso que le preste mas atencion de lo debido teniendo en cuenta la situacion. Mi amor se encontraba en peligro de muerte y yo no tenia derecho a ensimismarme en mi propio bienestar ni en cosas que me resultaran gratas. Aun asi, me sentia impaciente por conocer a nuestra anfitriona…

El carruaje ligero, tirado por un solo caballo, se dirigio hacia la ciudad, cuyas altas cupulas y torres, dotadas de incontables saledizos y agujas, se perfilaban en el horizonte rojizo, acompanadas por miriadas de finas columnas de humo que ascendian por el cielo crepuscular y se diluian en el tinendose de violeta y azul. Se abrieron claros entre las nubes, como si el sol quisiera dar la bienvenida con sus ultimos rayos a los recien llegados. El astro rey sumergia los tejados y las torres en la luz dorada que habia dado su sobrenombre a la ciudad situada a orillas del Moldava.

El camino que seguia el carruaje pasaba junto a la Corte Real y cruzaba la aledana torre de la Polvora, cuya decoracion gotica brillaba con nuevo esplendor despues de que, segun explico Hingis, la hubieran restaurado hacia unos anos. A continuacion se abria una calle ancha y esplendida, que no tenia nada que envidiar al Mali de Londres: grandes mansiones y palacios con altos ventanales y muchos ornamentos, las fachadas barrocas alternaban con casas de entramado de madera de aspecto medieval, que proclamaban la larga historia de tradiciones de la ciudad. Al final, la calle desembocaba en una plaza amplia, dominada por una gran torre cuadrangular, en cuyos angulos se elevaban otras cuatro torres pequenas hacia el cielo. Por la plaza transitaban personas, carruajes e incluso un tranvia tirado por caballos, y semejante ajetreo volvio a recordarle a Sarah la capital del Imperio britanico.

– La plaza Mayor de la Ciudad Vieja -comento Hingis, que realmente parecia estar muy versado y adoptaba de buena gana el papel de cicerone-. Ese impresionante edificio de la derecha es la iglesia de Nuestra Senora de Tyn, debajo de esas torres puntiagudas estan enterrados los restos mortales de Tycho Brahe, el celebre astronomo danes. Y aquella torre que abarca en gran medida la plaza es la del Ayuntamiento de la Ciudad Vieja.

– ?Y aquel extrano artefacto? -pregunto Sarah cuando el carruaje paso por la cara sur del edificio, que presentaba una curiosa mezcla de ornamentos italianos y goticos.

– El reloj del Ayuntamiento -explico Hingis senalando el extrano dispositivo, compuesto por diversos circulos excentricos y decorado con cifras doradas, cuerpos celestes y signos del zodiaco-. Cuentan que lo construyo en el ano 1490 un relojero llamado Hanus y que luego los concejales de la ciudad lo dejaron ciego para impedir que jamas volviera a construir una obra maestra similar.

– ?En serio? -pregunto Sarah, y no pudo reprimir un escalofrio, que tambien podia deberse al viento frio que soplaba entre las casas.

La joven levanto la vista hacia la impresionante fachada y se asusto al ver que un esqueleto situado sobre un saledizo, a la derecha de la enorme esfera, ?se movia! Con una de sus manos huesudas tiraba de una cuerda y, con la otra, levantaba un reloj de arena y le daba la vuelta. A una hora mas temprana, el espectaculo, que se ejecutaba cada hora desde que el relojero Jan Taborks habia renovado el mecanismo en 1572, habria provocado admiracion en Sarah. Sin embargo, en aquel momento, iluminado como estaba por la claridad postrera del dia y la luz mortecina de los faroles de gas que se habian encendido a lo largo de la calle, y cubierto por la niebla que se levantaba desde el rio cercano, le parecio un mal presagio, lugubre y siniestro.

– ?Le ocurre algo? -pregunto Hingis mientras las campanas comenzaban a sonar en la torre y recibian por respuesta las campanadas de las iglesias circundantes, con lo cual el sonido parecio repetirse como un eco por todas partes-. ?Va todo bien?

– Por supuesto -replico Sarah, estremeciendose de nuevo-. Todo va bien, amigo mio…

El carruaje dejo atras la plaza y giro por la calle de Carlos: un paseo flanqueado por majestuosos edificios de viviendas y de oficinas que, contradiciendo su modesto nombre, parecia ser la avenida principal de la Ciudad Vieja. Jinetes, carros y carruajes se apinaban todavia a esas horas sobre el pavimento y, a pesar del frio y de la niebla, las aceras estaban llenas de transeuntes.

– Aquel impresionante edificio -explico Hingis senalando a la derecha, donde se alzaba una iglesia en medio de una fachada romanica-, es el Clementinum. Fue fundado por los jesuitas, pero actualmente alberga parte de la Universidad de Praga y tambien su extensa biblioteca. Puedo afirmar que ahi pase ratos de una gran iluminacion.

A pesar de la tension interior que sentia, Sarah no pudo evitar una sonrisa. Tener de guia turistico a Friedrich Hingis, que antes fue un erudito reservado que solo pensaba en su carrera, no era algo habitual y mostraba una cara totalmente nueva de el. Sarah nunca habia visto al suizo tan romantico y sonador, con una manifiesta tendencia al sentimentalismo. Deseaba de todo corazon compartir sus sensaciones, pero no dejaba de tener la impresion de que aquella ciudad era amenazadora a pesar de toda su opulencia y de su glorioso pasado.

Volvio instintivamente la cabeza para mirar la ambulancia de campana. En medio de la confusion que imperaba en la calle de Carlos, el carruaje tirado por dos caballos habia quedado un poco atras, pero Sarah pudo distinguir claramente el vehiculo de caja alta. Mas tranquila, volvio la vista hacia delante y vio otro edificio con una torre alta perfilarse en la oscuridad que caia y en la niebla, cada vez mas espesa. En ella se abria una enorme puerta que parecia engullir la calle como las fauces de una bestia voraz; detras, en la amenazadora negrura, se distinguian las formas arqueadas de un puente flanqueado por esculturas de piedra y farolas de gas.

– El puente de Carlos -explico Hingis-. La primera piedra se coloco en el ano 1357 y, desde entonces, se extiende sobre el rio con una longitud de mas de 500 metros. Hasta finales del siglo pasado, el puente de Carlos era la unica posibilidad de cruzar el Moldava sin necesidad de recurrir a un trasbordador. Se dice que el mortero con que se construyo el puente esta compuesto por una mezcla secreta, entre cuyos ingredientes principales, ver para creer, habia huevos crudos. Increible, ?verdad?

Sarah ya no escuchaba.

Cuando el carruaje cruzo la puerta y entro en el puente, que estaba

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