Hingis.

– Friedrich -dijo Sarah mientras se cogian de las manos y se saludaban-. Ha venido.

– Por supuesto, mi querida amiga, ?que esperaba?

– ?Cuanto tiempo ha pasado?

– Dos anos y cuatro meses. -La respuesta fue como un pistoletazo-. Sin embargo, tengo la sensacion de que nuestra aventura no ha acabado hasta ahora.

– A mi me ocurre lo mismo, amigo mio -replico Sarah, y a pesar de la tension que acumulaba, la leve sonrisa que se deslizo por su semblante no fue forzada-. Pero han ocurrido tantas cosas desde Alejandria.

– Lo se. -Hingis adopto un ademan serio-. Me entere de lo de Du Gard. Lo siento muchisimo…

– Gracias. Aprecio sus condolencias.

– Aunque durante mucho tiempo el y yo no estuvimos de acuerdo, fue un camarada fiel… y un buen amigo.

– Lo fue -confirmo Sarah, que no pudo evitar que una tristeza taciturna la embargara por un instante. Sin embargo, volvio a pensar en el presente y se conciencio de que no estaba en absoluto sola-. Disculpen, soy una maleducada -dijo, y se dio la vuelta para dirigirse a Cranston que, educadamente, se habia quedado unos pasos atras y esperaba ser presentado-. Friedrich, el doctor Horace Cranston, del hospital Saint Mary of Bethlehem, que ha tenido la amabilidad de acompanarme en este viaje. Doctor, este es el senor Friedrich Hingis, doctor por la Universidad de Ginebra, un buen y estimado amigo.

– Encantado, senor Hingis.

– Es un placer conocerlo, doctor Cranston.

– El senor Hingis y mi padre fueron rivales acerrimos, enemigos en disputas academicas -explico Sarah-. Pero luego…

– … llegue a la conclusion de que yo era un ignorante pagado de si mismo -prosiguio Hingis en tono distendido-. Por desgracia, pague ese conocimiento con la perdida de la mano izquierda.

Lo dijo sin amargura, y Sarah no podia ni imaginar que tiempo atras hubiera despreciado con toda su alma y mas que a nadie al erudito que se habia encontrado a si mismo en las profundidades de Alejandria. En el primer telegrama que Sarah le habia enviado desde Londres, solo le pedia que efectuara algunos preparativos para ella en el continente. El hecho de que Hingis se hubiera empenado en ir a Praga para ayudarla in situ en su busqueda demostraba una vez mas cuanto habia cambiado. La intrigante rata de biblioteca se habia convertido en un hombre de honor…

– No se como darle las gracias, Friedrich. Cuando lei en su telegrama de respuesta que vendria personalmente a Praga no podia creerlo.

– Para mi es un placer -aseguro el suizo-. Ademas, era una buena ocasion para escapar una vez mas de los muros del campus.

– Increible. -Sarah volvio a sonreir-. Esas palabras en su boca…

– Cuando me entere del motivo de su viaje, ninguna fuerza terrenal podria haberme impedido venir aqui y ayudarla, querida amiga. Lamento mucho lo ocurrido y espero que encontremos la medicina.

– Yo tambien lo espero, Friedrich -convino Sarah-, pero seria una mala amiga si le ocultara que puede ser peligroso.

– ?Peligroso? -Hingis arrugo la nariz, senal de que se habia puesto nervioso.

– En efecto, porque tengo motivos mas que suficientes para suponer que la gente que ordeno envenenar a Kamal es la misma que asesino a mi padre…

– Bromea…

– No suelo bromear con esas cosas -aseguro Sarah con voz seria y firme-. Al parecer, aquel poder misterioso al que nos enfrentamos en Alejandria ha regresado.

– Bueno -replico Hingis, que solo necesito unos instantes para superar la sorpresa-, entonces es logico que volvamos a encontrarnos, ?no? Ademas -anadio en un tono mas ligero-, sera una buena ocasion para refrescar viejos recuerdos.

– Si -contesto la joven sonriendo debilmente-. Viejos recuerdos…

Sarah volvio la cabeza hacia el vagon de tren, donde los portamaletas ya se ocupaban de descargar tanto su equipaje como el del doctor Cranston. A continuacion, bajaron la litera en la que Kamal yacia inconsciente y atado. Sarah se cuido de que los hombres procedieran con el maximo cuidado y no chocaran en ningun sitio.

– Delante de la estacion nos espera un vehiculo adecuado para transportarlo -explico Hingis, esforzandose a todas lucespor no dejar que se le notara cuanto lo consternaba el estado de Kamal-. Me he permitido solicitar ayuda a los militares y les he pedido una ambulancia de campana.

– ?A los militares? -pregunto Sarah con asombro-. ?Tiene contactos aqui?

– Personalmente, no -respondio el suizo con picardia-. A veces basta con conocer a gente con contactos.

Dejaron el anden y entraron en el amplio vestibulo de la estacion, plagado de puestos y quioscos de periodicos. Sarah no pudo evitar pensar en Londres, ya que los vendedores de pastelillos, las floristas y los limpiabotas no se diferenciaban en nada de los que andaban en busca de clientes por la estacion de King's Cross. Y alli, igual que en Londres, tambien parecia haber personajes sospechosos que se agazapaban en rincones oscuros y se ganaban la vida despojando literalmente de sus bienes a los demas.

A Sarah le hizo gracia ver que, sin que fuera necesario, sus acompanantes masculinos asumian el papel de protectores y se apostaban a su lado como una Guardia de Corps. Protegida de esa manera, cruzo el vestibulo y salio por unas enormes puertas de madera al exterior, donde habia muchisimos carruajes y coches de plaza a la espera de clientes, y tambien la ambulancia de campana.

El doctor Cranston controlo que cargaran correctamente la litera e insistio en permanecer junto al paciente durante el viaje. Puesto que el carro no ofrecia sitio para nadie mas, a Sarah no le quedo mas remedio que subir al coche tirado por un solo caballo que Hingis habia alquilado. El vehiculo era parecido a un Hansom cab ingles, lo cual significaba que el pescante del cochero estaba detras de los pasajeros y que estos tenian vision directa sobre las calles y el entorno.

Hingis indico en aleman al cochero que fuera despacio para que la ambulancia de campana pudiera seguir al carruaje, mucho mas agil y veloz. Este se puso en marcha y giro hacia la calle ancha que conducia hacia la ciudad.

– ?Habia estado alguna vez en Praga? -pregunto Hingis a Sarah.

– No, nunca.

– No sabe lo que se ha perdido. Es una de las ciudades mas bellas del mundo.

– ?Lo dice por experiencia?

– Ya lo creo. ?Nunca le he explicado que estuve unos cuantos anos en Praga estudiando Historia?

Sarah meneo la cabeza.

– No, que yo recuerde…

– No le habria ofrecido mi apoyo si no hubiera estado convencido de que realmente podia ayudarla, Sarah -aseguro Hingis, levantando su remedo de mano izquierda-. Al fin y al cabo, con esto suelo ser mas un estorbo que una ayuda. Pero puedo afirmar que conozco esta ciudad mejor que algunos praguenses y me he permitido realizar algunos preparativos.

– Y yo le estoy muy agradecida por ello -afirmo Sarah-. ?En que hotel nos alojaremos?

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