– Puesto que tenia muy claro que afirmaria algo semejante -prosiguio Sarah-, renuncie a echarle en cara esos reproches y encargue que se realizaran algunas investigaciones sobre su difunto esposo.
– En este punto -intervino Hingis-, entro yo en juego. Lady Kincaid me encomendo que buscara informacion.
– ?Sobre que?
– Sobre las circunstancias en que el infortunado conde de Czerny se despidio de la vida -contesto el suizo secamente-. Lamentablemente, al principio me resulto imposible encontrar pistas. Alguien se habia tomado muchas molestias para que desaparecieran los documentos en cuestion. Sin embargo, mas tarde consegui encontrar al medico que habia certificado la muerte, un tal doctor Svoboda, y descubri que era mucho mas dado a la absenta que a la vara de Esculapio.
– ?Y? -pregunto la condesa, que habia entornado los ojos hasta casi cerrarlos. Parecia intuir lo que vendria a continuacion.
– Despues de invitarlo a unas cuantas copas, el pobre medico empezo a hablar, supongo que mas de lo conveniente para el y algunos mas. Me dijo que, hasta el dia de su muerte, al conde no le pasaba nada, al contrario, gozaba de muy buena salud, y que su deceso habia sido totalmente inesperado. Tal vez eso no habria despertado mis recelos, pero luego Svoboda me conto que habia intentado practicarle la autopsia y usted se lo habia impedido. Entonces comprendi, senora, que usted tenia algo que ocultar.
– A partir de ese momento -dijo Sarah quedamente-, sospeche la verdad, aunque continue abrigando la esperanza de equivocarme. Lo deseaba de todo corazon, puesto que creia haber encontrado en usted a una aliada, a una correligionaria, tal vez incluso a una amiga. Pero la esperanza se ha truncado.
– Asi pues, ?has… has estado fingiendo? -pregunto Ludmilla de Czerny, sin poder contener mas el desconcierto-. ?Todo el tiempo?
– Todo el tiempo -confirmo Sarah-. Exceptuando al senor Hingis, nadie sabia nada, ni siquiera le confie la verdad a mi diario, por miedo a que pudieran leerlo y me delatara.
– Pero ?por que?
– ?Que alternativa tenia? -pregunto a su vez Sarah-. Si le hubiera dicho que la habia descubierto, una falsa aliada se habria convertido en una enemiga declarada, con consecuencias impredecibles. Habria cambiado una magnitud conocida por una desconocida y habria complicado innecesariamente la ecuacion.
– ?Tan facil es descubrirme?
– No sabia que posicion ocupaba dentro de la organizacion y no pense en la posibilidad de que fuera la sucesora de Laydon -admitio Sarah-. Pero tenia claro que resultaria menos peligrosa si aparentemente hacia lo que exigian de mi.
– ?Que seria…?
– Conseguir el agua de la vida -contesto Sarah con voz firme-. Es eso lo que ustedes quieren sin falta, ?no?
– Mas que cualquier otra cosa -corroboro la condesa.
– ?Por que? ?Que esconde para que realicen semejante despliegue por ella?
– Lo sabes de sobra.
– ?La inmortalidad? -A Sarah casi le resulto ridiculo pronunciar la palabra-. ?Es eso lo que ansian usted y su banda de criminales? Entonces han perdido la razon tanto como Laydon.
– No sabes lo que dices. No tienes la mas remota idea y no eres digna de tu nombre ni de tu titulo.
– ?Que quiere decir?
– Puede que te haya subestimado -mascullo la condesa-. Puede que el viejo Gardiner te ensenara algunos trucos. Pero te sigue faltando una vision de conjunto. Correteas como una cria y te ilusiona todo lo que encuentras. Pero quien bebe un trago de agua no intuye en absoluto la inmensidad del oceano.
– Muy poetico, en serio -gruno Sarah.
– ?Creias que te saldrias con la tuya? ?Que yo no habria pensado que podia suceder algo asi, que podrias haber descubierto nuestros planes? ?Que no estariamos preparados si llegara el caso? Yo tambien soy de origen noble, Sarah Kincaid, y mi maestro no era menos avispado que el tuyo.
– ?Adonde quiere ir a parar?
– Has ganado una batalla, pero otros ganaran la guerra -gruno la condesa-. Olvidas que tu amadisimo principe del desierto esta en nuestras manos.
– No, en absoluto -contesto Sarah, cuyo semblante se habia transformado en una mascara que no permitia reconocer que sentia-. Pero no le haran nada mientras yo no haya encontrado el agua de la vida. Porque saben perfectamente que asumo todo esto por el.
– Eso es verdad -admitio Ludmilla-. Pero no hacerle nada a tu amado no quiere decir que debamos esperar sumisamente a que regreses.
– ?Que significa eso?
– Significa que cambiaremos nuestra parte del acuerdo y mantendremos a Kamal en un lugar secreto mientras dure la expedicion. Con ello anularemos cualquier plan para liberarlo.
– ?No! -exclamo Sarah, aterrorizada-. ?No pueden hacer eso! Kamal esta muy debil, no resistira otro viaje.
– El doctor Cranston se ocupara muy bien de el, estoy convencida - replico la condesa.
– Cranston es un hombre de honor -aseguro Sarah, convencida-. Jamas aceptara hacer algo que pudiera poner en peligro la vida de su paciente.
– Oh, si que lo hara -dijo alguien a sus espaldas.
Sarah se dio la vuelta, alarmada, y vio al medico delante de la puerta del compartimiento del enfermo, con un revolver en la mano que apuntaba hacia Hingis y hacia ella.
– ?Cranston! -exclamo espantada.
– Lo siento, lady Kincaid -dijo el medico, con una sonrisa ironica que desmentia sus palabras-, pero me temo que, a pesar del supuesto parecido entre ambas, la condesa de Czerny la supera de largo.
– Miserable traidor -mascullo Hingis con desprecio.
– «Traicion» es una fea palabra -comento Cranston, chasqueando despectivamente la lengua-. Llamemoslo «astucia», igual que en la caceria, ?no?
– Cerdo -fue lo unico que se le ocurrio decir a Sarah.
De repente comprendio por que el doctor habia ofrecido tan solicitamente su ayuda y casi habia impuesto su compania en el viaje: formaba parte del plan desde el principio…
– Ha abusado usted de mi confianza -mascullo Sarah con una furia desvalida-. Todo lo que le ha hecho adrede a Kamal…
– ?Y? ?Piensa dispararme? -El medico miro divertido las armas que todos empunaban-. Evidentemente podemos apretar el gatillo y provocar una masacre, cosa que, teniendo en cuenta la situacion, seria bastante absurda. O podemos comportarnos como personas civilizadas y reconocer que hemos terminado en tablas, aunque la ventaja podria volver a estar de parte de la condesa.
– Muchas gracias, doctor -dijo Ludmilla de Czerny-. Bueno, ?tu que dices, hermana? ?Quieres desencadenar un bano de sangre y entregar a tu Kamal a una muerte segura? ?O vas a seguir cinendote a las reglas del juego?