En Sarah se desato una pugna interna.
Una parte de ella, que habia estallado en ira, habria preferido apretar el gatillo para castigar a Cranston por su hipocresia y su crueldad, y a la condesa por sus intrigas. Sin embargo, el sentido comun la contuvo, porque habria sido una accion absurda y a la vez suicida. Su propia suerte le era indiferente, pero, recordando lo que el viejo Gardiner le habia ensenado, se reprendio diciendose que tambien era responsable de otras personas. De Friedrich Hingis, el amigo que la habia acompanado hasta alli y que le habia demostrado una lealtad inquebrantable; y, naturalmente, de Kamal, cuyo final quedaria sellado si ella daba rienda suelta a su rabia y a su agresividad.
El conflicto que se dirimia en el interior de Sarah duro apenas unos instantes. Luego bajo resignada el Derringer. Hingis la imito y Cranston tambien hizo desaparecer su revolver.
– No te aflijas -le comento la condesa con cierta malicia-, tu tienes la culpa. Si te hubieras sometido a la Hermandad cuando llego el momento…
– Jamas -mascullo Sarah.
– Entonces tienes que estar dispuesta a soportar las consecuencias, igual que el pobre Gardiner.
– Deje de pronunciar su nombre -estallo Sarah-. ?Que sabra usted de el?
– Lo suficiente para comprender que fue un estupido. En vez de seguirnos y ayudar al Uniojo a conseguir poder y reconocimiento, decidio enfrentarse a nosotros.
– Una sabia decision -dijo Sarah, convencida.
– Que le costo la vida y ha estado a punto de borrar para siempre todo lo que quedaba de el en este mundo.
– ?A que se refiere?
– Permiteme que te ensene una cosa -dijo la condesa haciendole una sena a Cranston, que fue a buscar algo a su compartimiento y se lo alcanzo a Sarah: eran los restos carbonizados de un libro.
La cubierta de piel estaba quemada y el papel, ennegrecido por los tres cantos. Sarah, que no sabia que queria que hiciera con el, lo abrio. El papel reseco crujio, la piel quemada se rompio y el aliento amargo de un humo frio salio de las hojas, que solo eran legibles y seguian siendo blancas hacia la parte del lomo. Sarah echo inconscientemente una ojeada a un par de lineas y se quedo petrificada.
Conocia aquel libro, igual que habia conocido al hombre que lo habia escrito…
– Asi es -corroboro Ludmilla de Czerny-, escrito por Gardiner Kincaid en persona. Se supone que no hay ninguna biblioteca universitaria en la que no se pueda encontrar ese libro. No obstante, este es un ejemplar muy especial, como sin duda podras comprobar…
Durante un instante, Sarah no supo como interpretar el comentario. Luego se apodero de ella una terrible sospecha.
Con manos de repente temblorosas, abrio las primeras paginas del libro y busco rapidamente con la mirada algo que, para su espanto, encontro enseguida. Era el sello de la familia Kincaid, lo que significaba ni mas ni menos que aquel libro, casi enteramente destrozado, procedia de la biblioteca de Kincaid Manor…
– No -dijo Sarah con voz queda-. No es verdad…
– Kincaid Manor ya no existe -anuncio la condesa gelidamente-. Lo unico que queda son los restos de muros calcinados.
En la mente de Sarah se formo la imagen de su finca natal devastada y en ruinas, pero su primer pensamiento no se dirigio a los bienes materiales.
– ?Y mis sirvientes? -pregunto-. ?El bueno de Trevor…?
– Muertos -aclaro impasible la condesa-. Los que opusieron resistencia, tuvieron que ser eliminados. Por desgracia, todos tus criados se mostraron extremadamente reacios.
– Comprendo -dijo Sarah, que no pudo seguir luchando contra las lagrimas que asomaban a sus ojos-. Algun dia pagara por ello -sollozo-, igual que por lo que le ha hecho a Kamal. Si no es en esta vida, sera ante el Juez supremo.
– ?Quien sabe? -replico la condesa glacialmente y encogiendose de hombros-. Aqui, en este mundo, cada cual es su propio juez, ?no?
– ?Que paso con la biblioteca? -pregunto Sarah, contemplando las hojas carbonizadas que tenia en las manos.
– Devorada por las llamas -fue la respuesta lapidaria-. Ese es el destino de las grandes bibliotecas, ?no lo sabias?
La condesa solto una sonora carcajada y su voz aguda, casi chillona, embistio como una gran ola a Sarah y amenazo con ahogarla.
Kincaid Manor era lo unico que le quedaba: el legado del hombre al que ella habia querido mas que a nada y al que se lo debia todo. Aunque ya no sabia con certeza si podia llamar padre a Gardiner Kincaid, pensar en aquellos venerables muros y en el saber que se cobijaba entre ellos siempre la habia colmado de seguridad y le habia brindado consuelo. Ahora, eso tambien se lo habian arrebatado…
– ?Por que? -pregunto, y no se avergonzo de que las lagrimas le rodaran imparables por las mejillas. La proximidad de Hingis, que se le habia acercado y le habia puesto la mano sobre el hombro para tranquilizarla, tampoco consiguio apaciguarla.
– Para ensenarte con quien estas tratando -dijo la condesa, en un tono sibilante que semejaba el de una vibora-. No existe ningun lugar donde puedas sentirte a salvo, ningun refugio, ninguna escapatoria. O colaboras con nosotros o perderas lo ultimo que significa algo para ti en este mundo.
– Kamal -susurro.
– Exacto. Ya lo ves, nosotros tambien nos hemos cubierto las espaldas, y a ti no te queda mas remedio que cooperar o sufriras la misma suerte que el viejo Gardiner y perderas la vida absurdamente, como se apaga una vela al viento.
– Eso no me importa. -Sarah se irguio y se mantuvo asi con todas sus fuerzas para no concederle tambien ese triunfo a su adversaria-. Solo quiero tener a Kamal. Le doy mi palabra de que no hare nada que…
– ?Me tomas por tonta?
– No quiero que le pase nada a Kamal -aseguro Sarah-, y un nuevo viaje lo debilitaria mas aun.
– ?Y que? -dijo simplemente la condesa.
– Por favor -suplico Sarah-, no es necesario que lo esconda de mi. Tiene mi palabra de que no hare nada que pudiera perjudicarla a usted ni a sus planes. Sea clemente esta vez…
Para espanto de Friedrich Hingis, Sarah se arrodillo delante de su enemiga y se humillo agachando la cabeza.
– ?Sarah! -musito perplejo el suizo. Acababa de ocurrir lo que temia…
– Ya ves -se burlo gozosamente la condesa, que habia malinterpretado la observacion del erudito-, ni siquiera el senor Hingis te cree. Por lo tanto, el juego continua, y segun nuestras reglas.
– No, por favor, no…
– Partiras de expedicion desde Salonica para buscar el agua de la vida y traernosla. Tu pobre Kamal permanecera mientras tanto en un lugar desconocido, al que no tendras acceso. ?Entendido?