alrededor de la ciudad y de la que apenas queda nada, excepto la gran torre blanca que mira como un guardian solitario sobre el puerto.

Nuestro guia lleva el caracteristico nombre de Pericles. Es un griego de unos treinta anos que me parece experto en la materia y bastante digno de confianza, aunque solo sea porque la Czerny no lo soporta. He despedido a todos los porteadores que ella contrato desde Praga y he buscado a mi propia gente con la ayuda de Pericles. Lo ultimo que desearia seria tener a un espia en mis filas.

El dia de la partida ha quedado fijado: el 26 de octubre. El peor momento de este viaje es inminente: la despedida de Kamal…

Hotel Atos, Salonica, tarde del 25 de octubre de 1884

– ?Kamal?

Como tantas veces en los dias y semanas que habian pasado desde aquel fatidico dia en Newgate, Sarah se inclino sobre su amado para besarle la frente y los ojos, y reafirmarle asi su carino. Igual que otros dias, esta vez tampoco supo si podia oirla, pero nunca antes lo habia deseado tan encarecidamente como en ese momento…

– ?Entiendes lo que te digo, amor mio? -susurro Sarah para que solo pudiera oirla Kamal y no el doctor Cranston, que se encontraba a su lado en la habitacion de hotel y la examinaba con cien ojos.

Un autentico caballero se habria alejado hasta la ventana y le habria permitido un ultimo instante de privacidad antes de que sus caminos se separaran quiza para siempre. Pero el medico de Bedlam estaba muy lejos de ser un caballero, tal como habia constatado Sarah. Por si no bastaba con que no le quitara ojo de encima, en su rostro enjuto se dibujaba una odiosa sonrisa.

Sarah procuro ignorarlo y no dejarse arrebatar a ningun precio ese ultimo instante de intimidad. Las arrugas de enojo desaparecieron de su frente y cedieron paso a una tierna sonrisa mientras contemplaba el rostro de su amado. ?Se equivocaba o Kamal tenia mejor aspecto que los dias anteriores? Sarah se dijo que tal vez se debia a la brisa marina.

Los rasgos de Kamal parecian relajados y menos enrojecidos, y la joven tuvo la sensacion de que podia volver a notarle claramente el pulso. Observo amorosa sus rasgos proporcionados y le acaricio las mejillas y la frente humeda antes de volver a besarlo.

– Ahora tengo que irme, amor mio -susurro-, pero nunca te abandonare, nunca, ?me oyes? Pase lo que pase; te amo y te prometo que volvere. Encontrare un remedio para tu fiebre y te salvaras. Confia en mi, Kamal, amor mio…

Miro atentamente, casi llena de esperanza, su semblante inmovil, pero no hubo ninguna reaccion. Si tenia que ser sincera consigo misma, habia esperado al menos una pequena senal: una aceleracion en el pulso, una contraccion en los parpados, una perla de sudor o lo que fuera. No exactamente porque quisiera saber si Kamal la habia entendido, sino mas bien porque se preguntaba si la habia perdonado.

En ese aspecto al menos ya no cabia la menor duda: ella y nadie mas que ella era el motivo por el que Kamal se encontraba en aquel deplorable estado. Lo habian envenenado unicamente por ella, y por ella tendria que emprender ahora otro viaje a cuyas fatigas quiza no sobreviviria. Quiza, y esa posibilidad le parecia horriblemente real, no volverian a verse nunca…

– Tienes que resistir, ?me oyes? -lo urgio-. Tienes que resistir y esperar mi regreso, y si es necesario que de mi vida para salvar la tuya, lo hare. ?Me has entendido, amor mio?

De nuevo poso una mirada esperanzada en su rostro inmovil. Las lagrimas le asomaron a los ojos cuando comprendio lo definitivo del momento, se inclino hacia Kamal y lo beso en la boca entreabierta. Y por un breve instante (?o tal vez no fue mas que una quimera, una fugaz ilusion?), tuvo la impresion de que el respondia a su caricia.

– Hasta siempre, amor mio -le dijo al oido.

Luego se levanto del lecho del enfermo, en cuyo borde estaba sentada.

– ?Y eso? -pregunto Cranston en un tono de malicia evidente-. ?A que viene tanta tristeza? Pronto volvera a ver al pobre Kamal, ?no?

Sarah respiro profundamente. Una vez se hubo secado las lagrimas y hubo recuperado en cierta medida el control, se volvio hacia el medico traidor.

– Efectivamente -afirmo, y se esforzo en que su voz sonara tan firme y decidida como fuera posible-, y se lo advierto, doctor, si a Kamal le falta alguna cosa hasta entonces o le ocurre algo antes de mi regreso, lo responsabilizare a usted, a nadie mas.

– ?Y eso significa…? -pregunto indiferente el medico-. ?Se querellara contra mi? ?A traves de Jeffrey Hull, ese papanatas senil?

– No -contesto Sarah quedamente mientras lo atravesaba con la mirada-. Si a Kamal le ocurre algo, le matare.

Cranston se encogio de hombros, haciendo ver que no estaba impresionado. Sin embargo, se le notaba el nudo que se le habia hecho en la garganta.

– ?Por quien me toma? -pregunto como si nada-. Al fin y al cabo, he prestado juramento.

– Yo tambien -afirmo Sarah-. Acabo de hacerlo.

Con eso, lo dejo alli plantado y se dispuso a salir de la habitacion. Ya tenia el pomo de la puerta en la mano y estaba en el umbral cuando el medico la llamo.

– ?Sarah? -en su voz se manifestaba la antigua arrogancia.

– Lady Kincaid -lo corrigio.

– Buena caceria -dijo sonriendo ampliamente y haciendo un gesto como si fuera un jinete a lomos de su caballo-. Tally-ho.

– ?Por que lo hace?

– ?A que se refiere?

– El director Sykes lo presento como un hombre de honor. Como alguien para quien el compromiso social tiene al menos tanta importancia como la reputacion cientifica.

– Parecen las palabras de un perfecto idiota -constato Cranston, intentando sonreir ironicamente, aunque no lo consiguio.

– ?Que le han ofrecido para que traicione todo lo antes le importaba? -pregunto Sarah-. ?Prestigio? ?Dinero?

– Ambas cosas -fue la apabullante respuesta-, y en mucha mayor medida de lo que usted pueda imaginar. La ambicion de esa gente es enorme, Sarah, inmensa. No fue muy inteligente por su parte convertirse en su enemiga. Habria sido mas inteligente que hubiera cooperado a tiempo.

– ?Igual que usted? -pregunto Sarah con sarcasmo.

– Exacto.

Sarah meneo la cabeza.

– Se esta usted enganando, doctor. Jamas recibira la recompensa que le han prometido. Durante un tiempo, mientras les resulte util, solicitaran sus servicios. Pero llegara el dia, y ese dia no esta muy lejos, en que se hartaran y se desharan de usted, igual que hicieron con Laydon.

– Disculpe, pero usted tuvo bastante culpa en eso -objeto Cranston.

– En efecto -dijo Sarah, y salio de la habitacion.

En el cuarto contiguo, un salon amueblado al estilo oriental, la estaban esperando. Ludmilla de Czerny y Friedrich Hingis estaban sentados sobre unos cojines de seda relucientes, con una taza de te humeante en las manos.

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