A Sarah se le revolvio el estomago al ver tan juntos a amigo y enemiga. La ira le corrio por las venas y no pudo evitar que Hingis notara su repentina desconfianza. Sin embargo, se llamo al orden de inmediato. Seguramente eso era lo que la condesa queria provocar.

– ?Te? -pregunto Ludmilla de Czerny, dirigiendole una mirada provocadora-. He de reconocer que en esta parte del mundo hace tiempo que no son tan incivilizados como siempre habia supuesto. Aqui, los efectos beneficiosos de una buena bebida son bien conocidos.

– No, gracias -contesto Sarah, en un tono tranquilo y distante.

– Este te es realmente bueno -aseguro Hingis, que bebia sorbitos de su taza.

– No es el te lo que no me gusta, sino la compania -replico Sarah lanzando a la condesa una mirada tan cargada de veneno que habria bastado para dar el ultimo adios a todas las ratas del alcantarillado de Praga.

Una de las reglas de aquel extrano juego consistia en que todos mantuvieran las formas y se trataran de manera civilizada (paradojicamente, en cierto modo eran aliados y luchaban por el mismo objetivo, aunque por motivaciones radicalmente distintas), pero Sarah no veia ningun motivo para exagerar las confianzas.

Ambas querian el agua de la vida: Sarah para salvar a Kamal y resarcirlo en mas de un sentido, y la condesa queria el elixir para sus siniestros amos, que seguian en la sombra y cuya verdadera identidad y propositos Sarah no intuia ni por asomo. ?Que perseguia la Hermandad del Uniojo con aquella sustancia misteriosa que ya habia sido buscada en la Antiguedad? ?Querian entrometerse en la Creacion arrogandose facultades divinas y jugando con el fuego como antiguamente Prometeo?

– He ele confesar, querida, que tu escenita me ha parecido bastante ridicula -comento Ludmilla mientras mordisqueaba una pasta de te de sesamo que habia mojado en la taza.

La condesa lucia como siempre un vestido ancho, en el que predominaban los tonos claros y luminosos, que contrastaban con su caracter agrio. Sarah, en cambio, ya se habia puesto la ropa que llevaria en la expedicion y que tan util le habia resultado en viajes anteriores: pantalones de montar cenidos y de color arena, embutidos en unas botas de cuero que le llegaban a la rodilla, una blusa de algodon blanqueado y, encima, un chaleco de cordoban, en cuyos bolsillos guardaba todo tipo de objetos utiles. Tambien llevaba un panuelo anudado al cuello, como solian hacer los hijos del desierto y que protegia tanto del sol intenso como del viento gelido. Se habia peinado la melena hacia atras y se la habia recogido en un mono para que no la molestara al cabalgar.

– Cumple el objetivo -se limito a replicar.

Hingis tambien estaba preparado para la marcha. De acuerdo con su estilo conservador, se habia decidido por un traje tropical de color caqui con el que llamaba, y no poco, la atencion en las calles de la ciudad, donde predominaba la moda turca, con sus coloridas vestimentas de seda y brocados. A modo de concesion, el suizo habia decidido ponerse un fez de fieltro rojo que, en vista de los cabellos revueltos que asomaban por debajo, parecia un poco fuera de lugar.

– Nos encontraremos hoy en el punto de recogida -aclaro Sarah-. En las afueras de la ciudad hay un viejo caravasar donde nos espera nuestro guia. Partiremos al amanecer.

– Igual que nosotros -comento pausadamente la condesa, que sorbio un poco mas de te.

– ?Como sabra cuando regresamos?

– Lo sabremos, tranquila. Vosotros regresad. Pero no os atrevais a aparecer sin el elixir. Si te has equivocado y tus teorias resultan falsas, Kamal morira, no lo olvides.

– Tranquila -resollo Sarah-. Y usted no olvide su parte del trato. Porque, si a mi regreso le ha ocurrido algo malo a Kamal, tendra que beberse su valioso elixir en las cloacas.

– Que imagen mas repugnante.

– Efectivamente.

– Esperemos que eso no ocurra. -La condesa sonrio imperturbable-. Por el bien de ambas partes.

Sarah no contesto. Estaba harta de la charla y queria partir de una vez para dejar atras la busqueda lo antes posible y regresar con Kamal. Dejarlo en manos de sus enemigos le rompia el corazon, pero no le quedaba mas remedio. Al menos, de momento…

– Vaya, mira como calla la inteligente y peligrosa hija de Gardiner Kincaid.

– ?Quien afirma tal cosa?

– Algunas personas -contesto Czerny, evasiva-. Pero desde el principio tuve muy claro que solo habia que encontrar la clave adecuada para doblegarte. Un instrumento toca cualquier melodia… si se sabe como hay que hacerlo sonar.

– ?Esta muy segura de si misma, verdad?

– ?Y por que no? A mi modo de ver, vuelves a estar a nuestra merced. Y eso que creias que habias tomado todas las precauciones imaginables, ?no es cierto?

A Sarah le habria encantado replicar, pero no podia, puesto que aquellas palabras respondian a la realidad.

– No se saldran con la suya -dijo, pero su voz no sono con tan convencida como se habia propuesto, sino mas bien terca y desvalida.

– ?Quien nos detendra, hermana? En todo el planeta solo hay un punado de gente que conoce nuestra existencia, y la mayoria trabaja para nosotros. El viejo Gardiner esta muerto, y tu, perdona que te lo diga, has demostrado ser una rival a la que hay que tomar bastante menos en serio de lo que algunos temian. Pero harias bien conteniendo tu enfado y tu ira, y concentrandote en tu mision. Tu odio no retornara a la vida a Kamal, eso solo puede conseguirlo el agua de la vida. O sea que ve y encuentra lo que nos beneficiara a todos.

Al pronunciar estas ultimas palabras, en su semblante se dibujo una sonrisa tan autosuficiente y llena de menosprecio que Sarah se pregunto automaticamente que habia hecho ella para atraer la rabia de aquella mujer que, en otras circunstancias, en otra epoca, quiza podria haber sido una companera, una amiga. Pero no habia tiempo para averiguarlo. La esperaban tareas mas importantes y urgentes que no admitian demora.

– Esto -prosiguio la condesa dandole a Hingis una pequena carpeta forrada en piel- es un salvoconducto que les garantiza paso franco mientras se encuentren en territorio otomano. Nuestra organizacion dispone de suficientes medios para conseguir algo asi.

– Estoy convencida de ello -dijo Sarah-. Me pregunto de que serviran esos legajos si tropezamos con rebeldes griegos.

– Ya lo descubriran.

– Claro.

Las miradas de las dos mujeres se encontraron una ultima vez y el ambiente parecio helarse.

– Hasta pronto -se limito a decir Ludmilla de Czerny.

Sarah no le contesto.

Espero a que Hingis vaciara su taza y se levantara pesadamente de su cojin. Luego, los dos se marcharon. Salieron de la suite que la condesa habia contratado y volvieron a sus respectivas habitaciones. Ya les habian ido a buscar el equipaje y lo habian llevado al caravasar; se trataba unicamente de recoger los ultimos enseres personales de los que no querian prescindir durante el viaje: en el caso de Sarah, su diario y el cinto Sam Browne con las armas correspondientes.

El hecho de que la condesa no se lo hubiera quitado permitia suponer que tambien era consciente de los peligros y de los imponderables que entranaba la expedicion, del exito de la cual dependia todo.

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