Capitulo 2
La expedicion ha comenzado. A primera hora de la manana hemos salido de Salonica en direccion oeste. Ademas de Pericles, nuestro guia, la caravana se compone de cuatro muleros, que no solo se ocupan de transportar los bultos y de cuidar a las mulas, sino tambien de montar y desmontar las tiendas y el campamento, asi como de un cocinero, un viejo griego llamado Alexis que nos recomendo Pericles y que es capaz de sacar autenticos aromas de un sencillo perol. Como armamento llevamos varios fusiles de retrocarga y dos revolveres. Los caballos que montamos son animales dociles y resistentes, y los bultos van cargados en mulas, que aqui son tan habituales como las carretillas de los vendedores ambulantes en las calles de Londres.
El paisaje es de una belleza impresionante. Viniendo del este, cruzamos una tierra que casi podria calificarse de apacible, surcada por numerosos rios y que limita al norte con la imponente cordillera del Pindo y, al sur, con las abruptas penas del monte Olimpo, considerado por los antiguos griegos el hogar de los dioses. Los cipreses y los olivos crecen asilvestrados en los campos, donde tambien pacen rebanos de cabras: una imagen de paz que me gustaria que Kamal pudiera ver.
?Cuanto lo echo de menos!
Jamas en la vida habia sentido un desgarro interior tan grande ni habia temido y ansiado tanto el comienzo de una expedicion. Soy consciente de que solo el exito de nuestra mision puede salvar a Kamal. Sin embargo, tambien se que Friedrich Hingis tenia razon y que el agua de la vida en manos de viles criminales representa un peligro incalculable. Mientras mi corazon no desea nada mas encarecidamente que curar a Kamal y retornarlo a la vida, mi juicio me aconseja prudencia. No obstante, a ambas cosas las supera la curiosidad que me aguijonea estos dias y que quiere averiguar el secreto que entrana ese liquido misterioso. De momento, no puedo ni quiero pensar en las consecuencias, aunque la conciencia me impulse a hacerlo…
Despues de que el clima nos fuera bastante favorable durante los ultimos dias, esta manana ha empezado a llover torrencialmente. Cabalgar no solo se ha hecho incomodo, sino tambien fatigoso, puesto que la lluvia ha ocasionado crecidas en riachuelos y arroyos, y ha provocado que los caminos, la mayoria de tierra, esten en un estado deplorable.
Preferimos pernoctar en albergues, que tanto abundan por aqui, para proteger los enseres. Con todo, no tenemos oportunidad de recuperarnos de las fatigas que nos causa cabalgar durante toda la jornada. Nuestro guia nos apremia sin compasion porque, con cada dia que pasa, aumenta el riesgo de que el invierno irrumpa en las cumbres, lo cual tendria como consecuencia que los puertos de montana estarian cerrados y no habria posibilidad de pasarlos.
No quiero ni imaginar que significaria eso, y rezo por que el clima nos sea propicio…
Hemos llegado a Siatista, una poblacion antes turca que ha alcanzado prosperidad con el comercio de pieles.
Por consejo de Pericles, Hingis y yo hemos comprado ropa de abrigo en la ciudad. El otono no se muestra tan crudo en Tesalia como en el lejano Londres y, a pesar de las bajas temperaturas nocturnas, el clima de dia es suave; sin embargo, en los puertos de montana que debemos cruzar reina un frio intenso. La pelliza que he adquirido esta forrada por dentro con piel de marta cibelina, en tanto que la piel exterior es de piel de equino, tan resistente que parece estar a la altura de los requisitos de la expedicion. Friedrich se ha decidido por un abrigo de piel de oso que lo hace parecer tan ancho como alto y que, junto con el fez que luce en la cabeza, completa una imagen sumamente chocante.
Siatista es tambien la ultima localidad de lo que mis compatriotas britanicos definirian como mundo civilizado: las grandes manufacturas donde se elaboran las pieles y las lujosas mansiones en estilo otomano marcan la imagen de la ciudad; al sur y al oeste se extiende una region arida y montanosa que solo se ve interrumpida por aldeas minusculas o monasterios aislados cuyos habitantes valoran la soledad.
Nuestro destino es esa tierra inculta, que forma la frontera entre el Imperio Otomano y Tesalia, region que se independizo no hace muchos anos y donde las escaramuzas entre soldados turcos y guerrilleros griegos siguen estando a la orden del dia. Porque al otro lado, a unas cien millas plagadas de imponderables y peligros, se encuentra el Aqueronte…
El camino angosto que conducia a las laderas del Pindo desde los valles de Macedonia ascendia abruptamente. En el paisaje verde, surgio de repente una pared de piedra gris y escarpada que se alzaba formando elevaciones insospechadas y cuyas cumbres estaban tenidas de blanco. Los bosques situados debajo de los picos nevados presentaban matices rojos y marrones, salpicados por el verde perenne de las coniferas y de los matorrales, que crecian incluso en las escabrosas laderas de roca y en las cimas peladas.
Hasta entonces, Sarah y sus acompanantes habian tenido el gran macizo siempre a su derecha; sin embargo, ahora que habian dejado atras el pueblo de montana de Metsovon, veian alzarse la cordillera ante ellos, como una pared enorme casi inexpugnable que tenian que superar. La unica via de acceso en esa estacion del ano era el puerto de Katara, hacia el que ascendia el camino trazando curvas muy cerradas. Mientras que, a un lado, la roca subia casi en vertical, al otro seguia viendose la impresionante panoramica de unos valles angostos y profundos, cubiertos por una espesa vegetacion y sobre los cuales las aguilas volaban majestuosamente en circulo.
Despues de dormir varias noches al raso y de haber pasado un frio tremendo en las tiendas de campana empapadas, Metsovon habia vuelto a ofrecerles al menos un techo firme sobre sus cabezas, una comodidad de la que Sarah y los demas no podrian volver a disfrutar por un tiempo. La lluvia que los habia acompanado durante unos dias habia cesado, pero el cielo estaba cubierto de nubes bajas y oscuras que, teniendo en cuenta que las temperaturas no paraban de bajar, podian descargar intensas nevadas en cualquier momento. El tiempo apremiaba y la caravana solo se permitia descansar lo imprescindible.
Sarah, que cabalgaba justo detras de Pericles, guiaba por el estrecho camino a su montura, un caballo pio docil y resistente. Las piedras sueltas y las irregularidades del terreo eran una fuente de peligro; las serpientes, otro. De repente se oyo un terrible aullido, y el animal echo hacia atras la cabeza y relincho espantado.
– ?Que ha sido eso? -pregunto Hingis, que cabalgaba detras de Sarah con el fez en la cabeza y el abrigo de piel tirado sobre los hombros a modo de capa para protegerse del viento frio e imprevisible.
– Solo ha sido un lobo -dijo Pericles con toda naturalidad por encima del hombro.
Durante los dias anteriores habian ido conociendo a su guia, que habia revelado ser un hombre de fiar y muy apegado a su tierra, y que no se cansaba de explicar que era del pueblecito de Vergina, donde tenia esposa y siete hijos. Aquel hombre fuerte y mas bien recio, en cuyo rostro moreno crecia un autentico monstruo de nariz, habia nacido en Macedonia, como tantos paisanos suyos, pero estaba marcado por las costumbres otomanas, algo que se reflejaba en su vestimenta: ademas de unas botas de montar rusticas