Rompia el alba cuando despertaron a Sarah. La joven estaba totalmente somnolienta porque habia cubierto la guardia de despues de medianoche y hacia pocas horas que Alexis la habia relevado.

Lo primero que vio al abrir los ojos fue el rostro de Pericles, que estaba sobre ella y le pedia que guardara silencio, y Sarah reconocio enseguida en las profundas arrugas que se habian formado en su frente que algo iba mal.

Se incorporo rapidamente y se desperto de golpe. En la penumbra de la habitacion vio a Hingis agachado. Para estupor de Sarah, el suizo se dedicaba a cargar los fusiles.

– ?Que…? -quiso preguntar en un susurro, pero Pericles se llevo un dedo a los labios y le indico que lo siguiera.

Cautelosamente, para que no se rompieran las tablas carcomidas con sus pasos, se deslizaron hacia la parte delantera del edificio pasando junto a los muleros que estaban con los animales, acariciandolos para tranquilizarlos y que no hicieran ruido. El fuego de la chimenea se habia apagado hacia rato. Un frio gelido reinaba dentro de los muros agrietados y el viento aullaba arrastrando aqui y alla algun que otro copo de nieve. Por lo visto, habia nevado en el valle durante la noche…

Sarah noto que el pulso se le aceleraba mientras se deslizaba detras de Pericles, seguida por Hingis, que llevaba los fusiles cargados. La joven se estaba preguntando atemorizada que habria pasado, cuando encontraron a Alexis. El cocinero se habia atrincherado debajo de una ventana sin cristales que estaba empotrada en la fachada de la casa de labranza y daba al camino. Con una mirada de advertencia dio a entender a sus companeros que debian ser cautelosos y Sarah creyo distinguir temor en sus ojos. Mas aun, un miedo cerval…

Agachados para que no pudieran verlos desde fuera, se acercaron a la ventana y se sentaron a derecha e izquierda. Luego, Sarah se arriesgo a echar un vistazo al exterior.

Comprobo que no se habia equivocado en sus suposiciones. La temperatura habia vuelto a caer y, hacia el amanecer, el chubasco se habia transformado en una nevada. Una capa de dos palmos de grosor cubria el claro y el camino, que a cierta distancia se perdia un buen trecho por el valle entre arboles y rocas nevadas. Delante, sin embargo, vislumbro unas siluetas espectrales.

Puesto que llevaban capas de color claro, no se las distinguia de inmediato en aquel fondo blanco y a la escasa luz del amanecer, cosa que parecia intencionada. Los hombres - Sarah conto cinco- iban armados con fusiles de avancarga y habian envuelto los canones con cuero para protegerlos de la lluvia y la nieve.

No le hizo falta preguntar quienes eran aquellos hombres. Sarah no tenia la menor duda de que se trataba de kleftes, aquellos intrepidos luchadores que habian conquistado la independencia de Grecia en el campo de batalla y que continuaban manteniendo una desmoralizadora guerra de guerrillas contra los turcos para arrancarles mas territorio y mas concesiones.

Sarah penso involuntariamente en los ahorcados que habian visto junto al camino y no pudo sino tributar respeto a esa gente que luchaba por una causa jugandose la vida. Cuando iba a preguntarle en voz baja a Pericles por que se escondian de los guerrilleros, algo se movio en el exterior.

Por lo visto, los cinco hombres formaban la vanguardia de una unidad mayor, pues inmediatamente salieron mas siluetas vestidas de blanco de la espesura cubierta de nieve, algunas a caballo, otras a pie. En medio iban dos hombres de aspecto miserable, maniatados y a los que llevaban a rastras. Por sus uniformes de color azul oscuro, Sarah supo enseguida que se trataba de soldados turcos. Prisioneros…

La comitiva, que debia componerse de diez o doce hombres, se detuvo y obligaron a los dos turcos a arrodillarse sobre la nieve. Un kleftis alto y fuerte, que parecia ser el cabecilla del grupo, desmonto de su silla, se planto delante de los prisioneros e intercambio unas palabras con ellos. Lo que se dijeron no pudo oirse a causa de la distancia y de los aullidos del viento.

La conversacion acabo subitamente. El jefe de los guerrilleros se llevo la mano al cinto y saco el punal corvo que guardaba alli. Luego, todo ocurrio muy deprisa.

Sarah vio desplomarse a uno de los turcos, aterrada. El acero del cabecilla se levanto por segunda vez y el segundo prisionero tambien cayo hacia atras, acompanado por una fontana de sangre que salpico y tino la nieve de un rojo intenso. El kleftis les habia rebanado el cuello a sus enemigos sin pensarselo dos veces. Sin vacilar y, eso parecia, tambien sin remordimientos.

El hombre dio media vuelta bruscamente, sin dignarse mirar a los dos heridos de muerte, uno de los cuales todavia se estremecia entre fuertes convulsiones. Los dejaria alli a modo de advertencia para sus enemigos, igual que habian hecho los turcos en el puerto con los rebeldes.

Sarah comprendio que esas eran las reglas de aquel espantoso juego, la logica del terror. Y supo que las partes enfrentadas en aquel conflicto no entraban en las categorias de bien y mal, sino que no se iban a la zaga en crueldad y resolucion. Habria gritado de horror y furia ante semejante atrocidad, pero eso habria significado el fin de todos ellos, puesto que el guerrillero seguramente no habria dejado con vida a ningun testigo. Por lo tanto, se obligo con todas sus fuerzas a callar y pronto diviso, aliviada, que los kleftes se retiraban.

Los jinetes montaron de nuevo en sus caballos y se dispusieron a partir; pero entonces sucedio algo inesperado.

Friedrich Hingis estaba agazapado en el suelo, sosteniendo los cuatro fusiles listos para disparar, un peso que las tablas de madera carcomidas no soportaron por mas tiempo. Con un crujido terrible, primero cedio una, luego otra, y el suizo se hundio. Cayo de una altura de no mas de medio metro, pero el susto fue tan grande que Hingis solto un grito agudo que no paso desapercibido a los kleftes.

Se dieron la vuelta, alarmados, y miraron en direccion a la casa. Sarah y sus companeros se pusieron a cubierto de inmediato. Pero ya habian despertado el recelo de los guerrilleros.

– Maldita sea -mascullo Pericles.

Oyeron como el jefe de los kleftes gritaba algo a sus hombres y, luego, se hizo de nuevo el silencio.

– ?Que ocurre ahi fuera? -pregunto Sarah susurrando, y Pericles se atrevio a mirar con cautela por encima del alfeizar.

– Se acercan a casa -informo.

– ?Cuantos?

– Dos.

Sarah sopeso las posibilidades. Acabar con dos hombres no supondria ningun problema. Pero entonces alertarian a los demas y se desencadenaria una dura lucha que exigiria numerosas vidas humanas y tambien requeriria tiempo, un tiempo cada vez mas escaso…

Hingis, de pie en el agujero, repartio los fusiles. En su mirada se reflejaba el sentimiento de culpa, puesto que tenia muy claro que el era el causante de aquella situacion. Sin embargo, nadie pronuncio una sola palabra de reproche.

Sarah cogio el arma que le alcanzaba mientras pensaba febrilmente que podian hacer. ?Esperar? ?Dejar que se acercaran los dos exploradores? No.

La unica posibilidad para acabar con aquel asunto lo antes posible era golpear sin aviso y con total dureza, aunque Sarah se odiara por ello. Sin querer, de un momento a otro se convertiria en parte de aquel terrible conflicto…

– ?Que hacemos? -pregunto Pericles en tono apremiante-. Soldados no muy lejos…

– Nos anticiparemos a ellos -ordeno Sarah, cuyo semblante se habia transformado en una mascara rigida-. Friedrich, usted se encargara de los dos exploradores. Los demas nos concentraremos en los kleftes y procuraremos abatir a tantos como podamos.

– Pero con este viento y a esta distancia… -empezo a objetar Hingis, aunque la mirada que Sarah le dedico lo hizo callar.

– ?Tiene una propuesta mejor? -pregunto la joven.

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