– Parece de lo mas normal -senalo Hingis.
– En efecto -confirmo abatida Sarah.
Mediante el equipo que llevaba consigo, al atardecer examinaria mas exhaustivamente el agua, pero dudaba que descubriera algo mas de lo que podia reconocerse a primera vista, es decir, que se trataba de agua totalmente normal. De un rio normal…
– ?Contenta? -pregunto Pericles, cuyas miradas oscilaban entre Sarah y Hingis y estaba claro que no sabia que pensar del asunto. Sarah se dijo que probablemente pensaba que eran dos europeos chiflados del norte que perseguian una quimera, y posiblemente tenia razon…
– Desgraciadamente, no -replico-. Tendremos que seguir buscando. Un poco mas al sur se encuentran las «fuentes del Aqueronte», fuentes de agua dulce que se creia que nacian en el Hades.
– ?Y usted piensa que…?
– Espero -Sarah se expreso con cautela- que nuestros indicios no nos hayan enganado y encontremos algo que confirme mi teoria.
– ?Y si equivoca?
Sarah se mordio los labios.
– Aun no hemos llegado a ese extremo -respondio con evasivas, dio media vuelta y regreso hacia su caballo.
Entonces se dio cuenta de que los muleros cuchicheaban entre ellos en su lengua. Al cabo de unos instantes, se entablo una fuerte discusion que parecio enemistar a los hombres y que no concluyo hasta que Pericles hizo valer a gritos su autoridad.
– ?Que les pasa a los hombres? -inquirio Sarah.
– Intranquilos -explico el guia mientras se ponia una camisa seca-. Tienen miedo.
– ?Por que?
– Kleftes -se limito a contestar.
– ?Tan al interior? -Sarah enarco las cejas-. ?Tan lejos llega el brazo de la resistencia?
– A veces. -Pericles se encogio de hombros-. Cruzan frontera, matan soldados turcos y desaparecen otra vez.
– Pero nosotros no somos soldados turcos.
Pericles meneo la cabeza y se dispuso a ir hacia su caballo. Sin embargo, Sarah no lo dejo pasar.
– ?Por que tienen miedo los hombres? -inquirio.
– Porque son valacos, por eso -dijo con desden y golpeandose el pecho-. No tienen
– ?Y ese es el unico motivo?
– Pues claro -dijo el guia en ingles, y en la mueca de acritud que se dibujo en su rostro se notaba que no queria hablar mas del tema.
Sarah dudo un momento, luego se aparto y lo dejo pasar, aunque estaba claro que se callaba algo.
Prosiguieron su camino a traves de un exuberante bosque de arboles caducifolios, cuyas hojas se habian tenido de un color rojizo, y avanzaron siguiendo el curso del rio, que bajaba entre las paredes de roca escarpadas que a veces casi lo engullian. Entonces solo se oia un borboteo inquietante y lejano que evidenciaba por que los griegos habian atribuido precisamente a ese rio la cualidad de conducir al tenebroso Hades.
Cuando empezo a anochecer montaron el campamento en un claro, no muy lejos del rio. El descontento de los muleros se hizo patente, puesto que tardaron mas de lo habitual en montar las tiendas. Pericles les metio prisa y los amenazo con recortarles el salario, pero eso no cambio nada. Sarah podia sentir claramente la inquietud de los hombres y tenia muy claro que lo que mantenia en vilo a los muleros no era simplemente el miedo a volver a caer entre los dos frentes, sino algo situado mucho mas alla…
Aprovecho el tiempo hasta la hora de cenar examinando en su tienda las muestras de agua que Pericles le habia conseguido. Una de las cajas que cargaban los mulos contenia tubos de ensayo y sustancias quimicas, encajonados entre virutas para que no se rompieran en el transporte y que permitian realizar una serie de analisis basicos. Sin embargo, Sarah no logro probar la existencia de una concentracion especial de minerales ni nada llamativo.
Era lo que parecia.
Agua normal.
Ni mas ni menos.
Un poco frustrada, salio de la tienda y se sento junto al fuego para comer un plato del guiso que Alexis, el cocinero, habia preparado y que olia a comino y a cilantro. No mucho despues, se le unio Pericles con una expresion de enfado en el semblante.
– ?Algo no va bien? -pregunto Sarah.
– No obedecen -se quejo el guia, crispado-. Todavia miedo.
– ?De que? -pregunto Sarah, pero Pericles la dejo sin respuesta, igual que habia hecho antes, y se limito a comerse a cucharadas el guiso caliente. Sarah no aflojo-. ?No lo sabes o no quieres decirmelo?
– No tiene saberlo -la informo el guia con la boca llena-.
– No, no pasa nada, no -lo contradijo Sarah energicamente-. Como responsable de esta expedicion tengo derecho a saber que ocurre. O sea que desembucha: ?de que tienen miedo los muleros?
– Del rio -contesto Pericles en voz tan baja que apenas se le entendio.
– ?Del rio? -Sarah enarco las cejas.
– Han oido que rio de los muertos; ahora, miedo.
– Comprendo.
– Solo vieja supersticion, nada mas -aseguro el macedonio queriendo tranquilizar a Sarah. Sin embargo, el modo en que rehuyo la mirada de la joven, prefiriendo contemplar las llamas, permitia deducir que habria hecho mas falta que lo tranquilizaran a el-. Expedicion extrana -anadio.
– ?Por que lo dices?
– Extranos presagios, extrano viaje. -Por un momento desvio la mirada del fuego y la poso en Sarah-. Extrana mujer -anadio.
– Eso ya me lo dijiste -comento Sarah-. Pero ?a que te refieres con lo de extranos presagios?
– Pericles no sabe -dijo meneando la cabeza y mirando de nuevo las llamas-. Solo una sensacion. Pero dice que algo diferente en este viaje. Muchos extranjeros he guiado, tambien
– Te escucho -insistio Sarah.
– Nunca sentido algo tan peculiar -replico el guia despues de pensarlo un momento-. Como…
– ?Si?
Pericles dudo, luego volvio de nuevo la cabeza y le dedico a Sarah una mirada indescifrable.
– Como si haciendo algo prohibido y antiguos dioses castigan a nosotros -dijo entonces-. ?Entiende que quiero yo decir?