– No -afirmo Sarah, inamovible.
– ?Que busca lady Kincaid de verdad? -pregunto Pericles mirandola desafiante-. ?Que verdadero motivo expedicion?
– Ya te lo dije: busco un remedio para curar al hombre al que amo.
– Amor
– ?Crees todavia en los antiguos dioses? -pregunto Sarah con escepticismo.
– Aun estan aqui -replico el macedonio haciendo un amplio gesto con el brazo que parecio abarcar el bosque, el rio cercano e incluso las montanas-. Pertenecen a esta tierra, aunque no creer en ellos. ?Comprende?
– Por supuesto -aseguro Sarah mientras se decia que el pobre Pericles no les iba a la zaga en cuanto a supersticiones a los guias valacos.
Sin embargo, la joven se pregunto por que no podia apartar de su mente los reparos que le habia planteado el macedonio, considerarlos simples paparruchas de un autoctono para quien la agitacion de los ultimos dias habia sido demasiado…
Se oyo un ruido entre los matorrales cercanos, y tanto Sarah como Pericles empunaron de inmediato las armas. Sin embargo, la figura envuelta en una gruesa piel de oso que salio de la oscuridad resulto ser Friedrich Hingis, que se habia encargado de la primera guardia y regresaba para que lo relevaran.
Mientras Pericles iba solicitamente a cubrir su turno, Hingis se sento junto al fuego para calentarse. Hacia dias que el frio no era tan intenso como en las montanas y durante el dia se podia prescindir de las pieles de abrigo, pero las temperaturas bajaban considerablemente por la noche y un frio humedo subia desde el lecho del rio y se condensaba formando una niebla gelida.
Sin pronunciar palabra, Hingis cogio uno de los platos de metal esmaltados que Alexis habia puesto a su disposicion y se sirvio una racion del guiso que hervia sobre el fuego en el perol.
– No esta mal -comento despues de probarlo-. Quiza le falta un poco de queso.
– La proxima vez tendra que traer un poco de casa -propuso Sarah sonriendo.
– La proxima vez -confirmo Hingis.
Suponiendo, penso Sarah, que hubiera una proxima vez…
– ?Que le ocurre? -pregunto el suizo, que parecio darse cuenta de la tension que se reflejaba en su rostro.
– Nada -dijo Sarah meneando la cabeza.
– Sarah. -Hingis dejo la cuchara y le dirigio una mirada penetrante-. La conozco tan bien y desde hace tanto tiempo que no puede enganarme. La veo preocupada. ?Es por Kamal?
– Si -confirmo la joven-. Y no.
– ?Como debo interpretar eso?
– Acabo de mantener una charla reveladora con Pericles. Dice que los muleros tienen miedo del Aqueronte.
– Algo asi me imaginaba. En los ultimos dias se han ido poniendo cada vez mas nerviosos.
– Pericles tambien tiene miedo. Le preocupa que nuestra mision perturbe el equilibrio del cosmos y que los dioses del antiguo mundo se enfurezcan con nosotros.
– ?No creera usted en esas supersticiones?
– ?Quiere saber que creo realmente?
– Por supuesto.
– Creo que el pobre Pericles ha expresado a su manera las mismas reflexiones que usted me planteo, ?sabe a que me refiero?
– Ciertamente -asintio Hingis.
– Es posible que estas gentes sean sencillas y simples, pero, tal vez precisamente por ello, conservan un instinto que yo perdi hace tiempo.
– Se a que se refiere -constato Hingis, y Sarah aprecio una vez mas cuanto habia cambiado el suizo. Porque el Friedrich Hingis que ella habia conocido hacia mas de dos anos y medio en la Sorbona de Paris, aquel que habia hecho trizas las teorias de Gardiner Kincaid, habria aprovechado cualquier oportunidad para senalar que el tenia razon desde el principio y ella estaba equivocada…
Durante un buen rato, Sarah contemplo pensativa el fuego, de donde le llegaba un calor agradable, mientras que empezaba a sentir frio en la espalda a pesar de la pelliza forrada de piel. Luego desvio la mirada y la dirigio, interrogativa, a Hingis.
– ?Cree que acometemos una mision perdida? -pregunto-. ?Tal vez incluso una mision
El hecho de que Hingis se tomara un tiempo para replicar demostraba que el tambien habia sopesado la pregunta pero aun no habia encontrado una respuesta concluyente.
– Permitame que lo exprese de la siguiente manera, Sarah -dijo finalmente-: desde que la Hermandad del Uniojo se cruzo en su camino, usted ha descifrado enigmas que, no sin razon, habian permanecido ocultos a los ojos de la humanidad durante milenios. No se que persiguen esos criminales, pero alli donde habia agua de la vida siempre se encontraba cerca el elixir de la muerte. Probablemente no puede obtenerse una cosa sin la otra, y me aterra la idea de lo que la Hermandad podria ocasionar con ello. Soy su amigo, Sarah, y la apoyare con todas mis fuerzas, pero si en algun momento me da la impresion de este asunto escapa de control, hare todo lo posible por destruir el elixir.
– ?Es ese el motivo por el que quiso participar sin falta en la expedicion? El verdadero motivo, quiero decir.
– Como ya le he dicho, Sarah, soy su amigo. Pero Alejandria me enseno que a veces no basta con ser un companero de confianza y un colaborador leal. A veces hay que erigirse en conciencia.
– ?Y usted quiere ser mi conciencia? -pregunto Sarah.
– Igual que su padre fue la mia -confirmo Hingis sonriendo-. Unicamente pagare una deuda. Pero, hasta entonces, hare todo lo posible para que usted y Kamal…
Se interrumpio al oir un crujido entre los matorrales. Empunando el Colt, Sarah miro en la direccion de donde procedia el ruido, pero las llamas que habia estado contemplando la habian deslumbrado y no vio mas que manchas claras y oscuras.
– ?Pericles? -pregunto a media voz.
No solo no obtuvo respuesta, sino que de pronto se hizo un silencio total. Incluso las voces apagadas de los muleros, que siempre se quedaban un poco aparte con los animales, habian enmudecido, igual que los bufidos de los caballos. Solo se oia el murmullo del rio.
– ?Pericles? -pregunto Sarah de nuevo mientras apuntaba con el arma y la amartillaba. Hingis tambien cogio su fusil y lo empuno-. ?Eres tu…?
El ruido se repitio, los matorrales se separaron y aparecio el macedonio, aunque no como Sarah y Hingis esperaban. Pericles tenia el semblante blanco como la cera y avanzaba con las manos en alto. De la espesura salieron mas figuras, todas con un fez rojo y uniforme azul del ejercito turco, ?y lo apuntaban con sus fusiles!
– ?Que significa esto? -se acaloro Sarah, que se levanto de inmediato.
Hingis, que tambien se habia puesto en pie, le pidio que se tranquilizara.