habia esparcidos restos de las cajas donde se guardaban las cosas de la expedicion; los tubos de ensayo y los frascos de sustancias quimicas estaban hechos anicos. Los salteadores se habian llevado lo que les habia parecido util, y el resto lo habian dejado atras o lo habian destrozado. Sarah diviso en el barro, lleno de pisadas de botas, uno de sus corpinos: una vision esperpentica. De los libros y mapas que habia llevado consigo, solo quedaban retazos que el viento arrastraba por el claro.

Las perdidas materiales y la ignorancia de los salteadores enojaron a Sarah, pero los cuerpos sin vida que yacian esparcidos por el campamento, algunos terriblemente mutilados, la estremecieron y le revolvieron el estomago vacio.

La mayoria de los cadaveres pertenecian a soldados turcos, a los que habian masacrado sin dejar a ninguno. Les habian robado las armas y tambien parte de la ropa y las botas, de modo que algunos estaban medio desnudos. Ademas, los salteadores habian cometido autenticas barbaridades con algunos cortandoles las orejas o los dedos a modo de espeluznantes trofeos. Sarah vio al sargento. Estaba tendido de espaldas sobre la hierba y, en vez de ojos, tenia dos cuencas vacias en la cara. Aunque Sarah no tenia ningun motivo para sentir compasion por quien la habia martirizado, la repugnancia la convulsiono. Supuso que los enmascarados que habian hecho aquello eran guerrilleros griegos. De lo contrario, no se explicaba un odio tan desmesurado, que no se arredraba ni a la hora de profanar cadaveres.

La joven camino tambaleandose como si estuviera en trance por el barro, que en muchos puntos estaba tenido de rojo oscuro. Tambien habia algunos kleftes entre los muertos y, a los pies de un olmo sin hojas, descubrio el cuerpo sin vida de Alexis. El cocinero tenia los ojos cerrados como si durmiera, pero la tunica empapada de sangre lo desmentia.

Sarah se acerco a el con lagrimas en los ojos.

– Yo no queria que ocurriera esto -murmuro-, yo no queria…

Un crujido en el bosque cercano le hizo aguzar el oido.

Sobresaltada, se irguio y escucho atentamente. No oyo ningun ruido mas, pero no le apetecia volver a caer prisionera. Mirando con recelo a su alrededor, se deslizo hacia los matorrales mientras, por instinto, se llevaba la mano a la pistolera.

Evidentemente, alli no encontro nada, puesto que los turcos le habian quitado tanto el revolver como el cuchillo Bowie, que ahora probablemente se encontraban en posesion de los guerrilleros.

Sarah retrocedio paso a paso con cautela. Entonces, alguien la agarro de repente por detras. El grito que iba a lanzar se ahogo en la mano ruda que le tapo la boca y Sarah hizo lo unico que se le ocurrio: lanzo los codos hacia atras con todas sus energias, y realmente le dio a algo. Se oyo un gemido y la presion de la mano que le tapaba la boca aflojo. Entonces aprovecho para tomar impulso y dio una patada hacia atras con todas sus fuerzas. Se oyo un golpe sordo, ruido de ramas rompiendose y el crujido de la hojarasca, acompanados por un tremendo quejido. Sarah se dio la vuelta y, estupefacta, vio a Pericles tendido en el suelo, apretandose el abdomen con las manos y retorciendose de dolor.

– ?Ay, por Dios!

Se agacho y ayudo al guia a ponerse en pie. A Pericles le costo mantenerse erguido y no recobro el aliento hasta pasados unos momentos y despues de que Sarah le hubiera expresado una decena de veces lo mucho que lo sentia.

– Perdona -repitio la joven una vez mas-, no queria hacerlo.

– Se -replico el guia haciendo rechinar los dientes-. Culpa mia… Solo queria que no grita… Echaran de menos soldados… Pronto vendran mas… Desaparecemos…

– Comprendo -dijo Sarah senalando hacia el claro-. ?Han sido kleftes?

– ?Quien sabe? -dijo Pericles encogiendose de hombros-. Guerra tiene muchos hijos. Yo ya dicho antes que nunca entre dos frentes, o thanatos…

Sarah recordo esas palabras de Pericles y comprendio a que se referia. Un conflicto como aquel era comparable a una lucha contra la Hidra, el monstruo de cien cabezas, al que le crecian dos por cada una que le cortaban: cuanto mas brutalmente intentaban reprimir los turcos las ansias de independencia de las provincias griegas, mas enconada era la resistencia. Y cuantos mas exitos cosechaba la resistencia, mas desmesurados eran sus objetivos. La consecuencia era una cruel escalada del conflicto, la barbarie por ambas partes…

– ?Donde esta Hingis? -pregunto.

Pericles se encogio de hombros.

– Quiza muerto, quiza vivo. No se.

Sarah asintio consternada mientras pensaba que habia que hacer. ?Emprender la busqueda de su companero? Probablemente yacia herido en algun sitio y necesitaba ayuda. Por otro lado, con ello perderia aun mas tiempo… Un tiempo precioso que Kamal no tenia…

– Nos separaremos -decidio-. Tu buscaras a Hingis y a los muleros, y yo seguire rio abajo.

– Ochi -rehuso Pericles categoricamente y meneando la cabeza.

– ?No? ?Por que no?

– Porque muleros seguro en montanas y su amigo quiza muerto. Usted viva y yo ocupo que siga asi.

– Eres muy amable -afirmo Sarah-, pero se cuidarme…

– Arketa! -resollo el macedonio, y aquello sono tan definitivo que Sarah no se atrevio a replicar.

De todos modos, las cosas no habian ido como habia planeado. La expedicion estaba arruinada, tres de sus subordinados habian encontrado la muerte y cabia cuestionarse que Hingis siguiera con vida. Quiza seria mejor hacer caso a Pericles…

– De acuerdo -dijo-. Pero tan pronto como descubramos lo que queremos, volveras a buscar a Hingis.

– Endaxei -replico encogiendose de hombros-. Cogemos lo que podemos usar. Luego vamos deprisa.

Sarah asintio y regresaron juntos al lugar del terror. Ni rastro de los caballos ni de las mulas: eran lo que mas les interesaba conseguir los salteadores. Entre lo que habia quedado, apenas habia algo que fuera de utilidad. Aun asi, la joven encontro una brujula, unas cuantas hojas de papel en blanco y carboncillos, asi como algunas cajas de cerillas que, contra viento y marea, se habian conservado secas. Todos los mapas y los libros que se encontraban en su equipaje eran inservibles y tampoco habian dejado provisiones. Tendrian que aprovisionarse en alguna de las aldeas riberenas del Aqueronte.

Cuando iban salir del claro, Sarah recordo algo y volvio atras. No muy lejos de donde los habian atado, encontro el cadaver del capitan. Le habian arrancado el cuchillo del pecho, donde ahora se abria una herida sangrienta. Sarah se arrodillo y registro los bolsillos del abrigo de su uniforme, que estaba empapado en sangre. No tardo mucho en encontrar lo que buscaba. Suspirando aliviada, saco la cadena de oro de la que colgaba el reloj de bolsillo de Gardiner Kincaid.

Cuando, esbozando una sonrisa torva, se disponia a guardar aquel objeto heredado y marcharse, se fijo en que el reloj se habia parado justo a la hora en que habian asaltado el campamento. El entendimiento le dijo que el reloj seguramente se habia estropeado al golpear contra el suelo. Pero a su corazon le parecio que el reloj se negaba a seguir ofreciendole sus servicios. Recordo que el capitan le habia robado, pero luego la habia protegido de las impertinencias del sargento. Tomando una decision repentina, separo el cronometro de la cadena, que quiza podria serle util como objeto de intercambio, y volvio a meter el reloj en el bolsillo del oficial.

– Gracias -murmuro.

Luego se levanto y fue tras Pericles atravesando la espesa maleza y siguiendo el murmullo del rio.

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