En el claro aparecieron aun mas hombres de uniforme. Habian cogido tambien por sorpresa a los muleros y los habian desarmado antes de que pudieran ofrecer ni pizca de resistencia. Y, finalmente, tambien llevaron al claro a Alexis, que por lo visto habia intentado esconderse entre las matas.
El superior de los soldados, un oficial esbelto y de rasgos duros, que llevaba un abrigo largo hasta las rodillas y bordado con cenefas orientales, grito algo a Sarah y a Hingis. Ninguno de los dos entendio lo que decia, pero el tono era inequivoco.
Los dos intercambiaron una larga mirada y luego bajaron las armas. En vista de la superioridad numerica del enemigo, resistirse habria sido un autentico suicidio.
Acto seguido, dos soldados se apresuraron a acercarseles, les quitaron las armas y los llevaron con los otros a punta de carabina.
– ?Quienes son? -pregunto Hingis.
– Patrulla fronteriza. Creen que yo colaborador y ustedes espias extranjeros.
– Eso es ridiculo. -El suizo, que normalmente siempre se controlaba, se acaloro y se dispuso a sacar de su abrigo el salvoconducto. Media docena de fusiles, que lo apuntaron en posicion de tiro, se lo impidieron-. Pericles -dijo Hingis con voz temblorosa-, ?serias tan amable de explicarles a estos senores…?
El guia pronuncio unas palabras en turco y acto seguido el oficial se planto delante de Hingis y rebusco en sus bolsillos. Dio con la carpeta forrada en piel que contenia el documento expedido en Salonica. La saco, la abrio y observo el contenido esbozando una sonrisa ironica.
– ?Que ocurre? -pregunto Sarah.
El capitan le dedico una mirada despectiva mientras se acariciaba la poblada barba. Luego volvio a cerrar la carpeta… y la tiro sin vacilar al fuego.
– ?No! -grito Hingis, espantado-. ?No puede hacer eso! Usted…
Las carabinas de los soldados lo hicieron callar de inmediato.
– Por lo que parece -comento Sarah mirando compungida hacia las llamas-, nuestro salvoconducto acaba de ser declarado nulo.
El capitan pronuncio unas palabras que Pericles se encargo de traducir.
– Dice no reconoce documento y todos presos. Va a llevarnos a Ioannina para comprobacion.
– No tenemos tiempo para esa tonteria -descarto Sarah-. Digale que se equivoca. Que no somos espias.
Pericles tradujo, pero, evidentemente, el turco no se mostro demasiado impresionado. Repitio lo que habia dicho antes, aunque en voz mas alta y pertinaz.
– Insiste. Todos presos.
– ?Con que pretexto? ?Porque somos espias?
– Lady Kincaid, hombre como el no necesita pretexto. Manda aqui. Derecho del mas fuerte.
– Comprendo. -Sarah se mordio los labios. No podian volver a Ioannina. Ese rodeo les costaria tres dias, por no hablar del tiempo que pasarian en los calabozos turcos. Sarah no queria regresar cuando quiza estaban muy cerca del objetivo…
– Preguntale que quiere -le indico a Pericles.
– ?Tengo que preguntar que…? -La miro inseguro-. Pero, lady Kincaid, yo ya dije a usted que…
– Ya lo se -dijo la joven energicamente-. Vamos, preguntale.
El macedonio se volvio titubeando hacia el capitan y tradujo. Las cejas oscuras del oficial casi se unieron al fruncir este el ceno. Sacando pecho y con las manos cruzadas a la espalda, se acerco a Sarah y la examino entornando los ojos. Luego hizo una sola pregunta, muy breve.
– Quiere saber que tiene -tradujo Pericles, sorprendido.
– Dile que le dare cien libras britanicas -contesto Sarah con voz gelida, aguantando la mirada del capitan-. Es mas que suficiente.
Pericles volvio a traducir y el oficial entorno aun mas los ojos. Sin perder tiempo, metio la mano derecha, que llevaba enguantada, en los bolsillos de la pelliza y del chaleco de Sarah y los registro. Sarah soporto aquel aborrecible contacto sin parpadear: teniendo en cuenta las armas cargadas que la apuntaban, no le quedaba mas remedio. Cuando el capitan retiro la mano, sujetaba una cadena de oro de la que colgaba un reloj de bolsillo.
?El cronometro de Gardiner Kincaid!
Sarah se esforzo en que no se le notara cuanto la contrariaba aquello. El reloj era la ultima posesion material que le quedaba del viejo Gardiner. Kincaid Manor habia sido destruido y, con el, todos sus enseres y los tesoros del saber. Solo le quedaba aquella pieza, pero si ayudaba a salvar a Kamal, Sarah tambien se desprenderia de ella…
– ?Hay trato? -inquirio la joven, que estaba segura de que la pregunta se entenderia sin necesidad de traduccion.
El oficial examino el reloj por todas partes, lo abrio y se lo acerco al oido. Asintiendo satisfecho con la cabeza, lo hizo desaparecer en el bolsillo de su abrigo y murmuro algo.
– Dice vale para liberacion pronto, pero nos lleva -tradujo Pericles.
– ?Ese no era el trato! -resollo Sarah cerrando los punos. Ante la rabia que de repente le corria por las venas, se olvido por un momento de los fusiles.
– No trato de usted -puntualizo Pericles con un tono de voz que indicaba que el no habia esperado otra cosa-, pero trato de el. Yo avisar, lady Kincaid.
– ?Pero yo no quiero ir a Ioannina! -bramo Sarah-. Estoy llevando a cabo una mision urgente y no tengo tiempo para bobadas. Soy ciudadana britanica y no tengo nada que ver con esta desventurada guerra. Vamos, ?diselo a ese estafador codicioso!
Pericles le dirigio una mirada plagada de dudas, como si quisiera cerciorarse de que realmente hablaba en serio. Luego hizo la traduccion. El hecho de que el capitan abriera cada vez mas los ojos y su semblante enrojeciera permitia deducir que el macedonio repetia textualmente lo que Sarah le habia encargado traducir. El oficial se volvio bruscamente y, en vez de enfrascarse en una discusion, dio una serie de ordenes con voz ronca a sus subordinados, que estos ejecutaron prestos.
Mientras algunos soldados apuntaban a los prisioneros, los demas se les acercaron para atarlos con gruesas cuerdas. Sarah y Hingis se quejaron a voces y fueron amordazados. Sarah sintio nauseas cuando le pusieron en la boca una astilla podrida y se la anudaron con un panuelo sucio. Entonces enmudecio y, a partir de ese momento, lo unico que se oyo en el claro del bosque fue el chisporroteo del fuego y las risas jactanciosas del oficial, que contemplaba a la luz de las llamas su nuevo reloj de bolsillo y disfrutaba del brillo del oro.
Capitulo 4
Recuerdo perfectamente el dia en que mi vida iba a tomar un nuevo