En los suenos que la habian perseguido desde la muerte del viejo Gardiner, habia oido voces sordas y habia percibido imagenes borrosas y olores imprecisos. Sin embargo, en aquel momento los vapores que se extendian sobre el lago adoptaron forma y color, y Sarah vio con los ojos enrojecidos los muros de una vieja fortaleza que destacaba sobre las montanas en un lugar remoto. Un canto suave y un olor exotico llenaron el aire y, de repente, como si quien hablaba estuviera delante de ella, Sarah oyo una voz.
– Eres tu -le susurro.
Entonces Sarah perdio el sentido.
De un momento a otro se desmayo. La antorcha que habia sujetado a duras penas se desplomo hacia delante, cayo en el agua y se apago con un siseo.
La cueva se hundio en una oscuridad total que parecio devorarlo todo, incluida la joven inglesa que habia partido en busca del agua de la vida como tantos otros antes.
Sarah yacia inmovil, envuelta en una noche siniestra. No oyo el rumor de los pasos que se acercaban ni vio el brillo amarillento de la antorcha.
No noto nada cuando unas garras toscas la agarraron y se la llevaron sin esfuerzo hacia la salida, y no oyo nada cuando en las profundidades de la colina se produjo una explosion sorda que cerro para siempre el acceso a la fuente de la vida.
Capitulo 9
Cuando Sarah abrio los ojos se creyo en otro mundo. Pero el semblante de Friedrich Hingis, palido como la cera, enmarcado en unos cabellos revuelos y que la miraba con incredulidad, desvanecio esa ilusion.
La mirada del erudito suizo estaba cargada de preocupacion. Las lentes, que tenian el cristal derecho roto, temblaban sobre su nariz como siempre que estaba nervioso.
– ?Puede oirme, Sarah? -pregunto en voz alta y exageradamente marcada. Las palabras retumbaron en la cabeza de Sarah como los martillazos en un yunque-. ?Entiende lo que le digo?
– Por… supuesto -contesto la joven con voz ronca.
Le quemaba la garganta y tenia la lengua hinchada, con lo cual le costaba hablar, aunque estaba en condiciones de decir algo.
– ?Esta bien! -exclamo Hingis, y en un gesto que solo podia disculparse por la desbordante alegria, se inclino sobre ella y le dio un beso en la mejilla-. ?Esta bien…!
Sarah cerro los ojos.
Fue volviendo en si paulatinamente y los recuerdos regresaron poco a poco a su mente. El oraculo de Efira…, el pozo hacia las profundidades…, la entrada al otro mundo…
– He… he visto a Cerbero -murmuro, y en el semblante de Hingis volvio a reflejarse la preocupacion.
– ?A Cerbero? -pregunto, temiendo que Sarah hubiera perdido el juicio.
– Un espejismo -afirmo la joven, y entonces se le ilumino el rostro-. He encontrado la fuente de la vida…
– Lo se -aseguro el suizo.
– El agua, ?donde…?
– Aqui -la tranquilizo Hingis senalando la cantimplora que estaba junto al camastro-. No se preocupe, todo esta en orden.
– Pero… ?como he llegado hasta aqui?
Sarah miro asombrada a su alrededor y vio unas paredes toscas de piedra y un techo sencillo. La puerta y las contraventanas estaban cerradas. Un farol emitia una luz macilenta.
Lo ultimo que Sarah recordaba era el lago subterraneo. Se acordaba de que se habia arrodillado para llenar la cantimplora; luego, sus recuerdos se tornaban imprecisos y vagos. Sabia que, probablemente a consecuencia de los vapores toxicos que impregnaban el aire, habia tenido visiones y habia sido incapaz de distinguir lo real de lo irreal. Pero si intentaba evocar detalles, el martilleo aumentaba en su cabeza hasta el punto de interrumpir cualquier razonamiento. Era como si su conciencia se defendiera con todas sus fuerzas para no volver a ver aquellas ilusiones opticas. Sarah gimio y se toco las sienes.
– ?Se encuentra bien? -pregunto Hingis.
Sarah asintio y el suizo le acerco a los labios una cantimplora con agua fresca.
– Beba -le ordeno-. Tiene que eliminar el veneno de su cuerpo.
Sarah obedecio y, aunque no le apetecia, bebio. Sin embargo, los animos parecieron despertar un poco con aquel trago. Seguro que se habia desmayado a causa de los vapores y Hingis la habia salvado.
– Gracias -susurro.
– De nada -contesto el suizo sonriendo.
De pronto se dio cuenta de que la presencia de Hingis deberia sorprenderla tanto como el hecho de seguir viva. Al fin y al cabo, lo habian perdido en la huida y, si era sincera consigo misma, no habia albergado muchas esperanzas de volver a verlo con vida.
– Y usted ?como…? Quiero decir…
– Aquella noche, me rozo una bala cuando huiamos -explico Hingis, senalando una venda improvisada que llevaba en el brazo derecho-. Una bala perdida.
– ?Por que no dijo nada? -murmuro Sarah-. O grito al menos…
– Porque queria que usted se pusiera a salvo -contesto simplemente el suizo.
– Muy noble por su parte.
– Tal vez, pero probablemente tambien bastante estupido. -En su semblante palido se dibujo una sonrisa-. Pase el resto de la noche en la oquedad de un arbol muerto, donde estuve a punto de morir de frio. Gracias a Dios, pronto recibi ayuda.
– Pericles, ?verdad? -pregunto Sarah.
– No -dijo Hingis meneando la cabeza, y una sombra se deslizo por su semblante y le borro la sonrisa-. Pericles esta muerto.
– ?Que? -se sobresalto Sarah.
– Encontramos su cadaver al regresar del oraculo. Tenia la cara y el cuerpo plagado de quemaduras. Alguien lo torturo atrozmente antes de pegarle un tiro.
Sarah cerro los ojos y evoco mentalmente la imagen del valiente macedonio que la habia ayudado tan lealmente. Sarah le habia ordenado regresar para no poner en peligro su vida y, por lo visto, con ello habia sellado su destino. Su esposa y sus hijos lo esperarian en vano…
Tenia ganas de llorar, pero no podia. Era como si se le hubieran secado las lagrimas por todas las atrocidades de las que habian sido testigos y las penalidades que habian sufrido. En cambio, la invadio una ira indescriptible.
– ?Quien? -inquirio-. ?Quien lo ha hecho? ?Turcos o griegos?
– Turcos -contesto Hingis-. Por eso hemos decidido escondernos en este misero cobijo hasta que caiga la noche. Nos pisan los talones.
Sarah se dio cuenta de que Hingis hablaba en plural.
– ?Hemos?… -pregunto enarcando las cejas.
– No estaba solo -reconocio Hingis con franqueza-. Ni cuando encontre a Pericles ni al salvarla a usted. El merito de sacarla de aquella gruta sombria y de salvarle la vida le corresponde