– Bueno, entonces no sere el unico novato. ?Cuantos huespedes somos?

Cassie se apoyo en la barandilla y doblo los brazos, paciente con su curiosidad de turista.

– A ver, hay ocho suites en la casa grande y tres chalets en otro edificio. Los habra visto al llegar, a la izquierda. Yo ahora estoy en uno de los chalets, el del fondo. -Referia hechos e imagenes con soltura, acunados por la suavidad de su voz. Ahora le mantuvo la mirada y, guapa como era, su invitacion, calculada y un tanto impersonal, lo hizo sentir incomodo. Movido por un perverso deseo de darle un corte para que entendiera que no lo podria manipular tan facilmente, pregunto:

– ?Y su ayudante tambien vive en el lugar? Parece una persona encantadora.

Cassie se puso rigida. Su voz, al pronunciar la condena social de Sebastian Wade, tenia la misma punta venenosa que antes.

– No, vive en el pueblo, con su madre, que tiene el estanco. -Se froto las manos, como si se sacudiera las migas-. Y ahora perdone, pero tengo cosas que hacer. Si necesita algo, llameme. Si no, nos veremos mas tarde.

Esta vez su sonrisa fue breve, nada invitante. Cassie salio sigilosa y lo dejo solo en el balcon.

2

Penelope Mackenzie echo una mirada furtiva al saloncito de la suite, donde su hermana Emma estaba absorta comparando una lista de pajaros con las notas del dia que habia tomado. Penny se acomodo delante de la ventana de la habitacion, con un rapido suspiro de alivio. Todavia disponia de unos minutos mas sin preguntas, una pequena evasion del atento control de su hermana.

Las cosas eran diferentes antes de que muriera su padre. En realidad, Penny entonces no era tan olvidadiza; solo un poco despistada a veces. Pero despues de aquellos largos meses del final de la enfermedad de su padre, algunas de las fragiles relaciones entre pensamiento y accion parecian haberse disipado.

Sin ir mas lejos, la semana pasada puso una cazuela con agua a hervir y fue a buscar un libro al salon. Cuando se acordo de la cazuela, el agua se habia evaporado y la capa del fondo de la cazuela se habia derretido y fluia por la encimera como un rio plateado. Y tambien metio los restos del estofado del domingo en el homo en lugar de en la nevera. Emma se habia puesto furiosa al encontrarlo al dia siguiente, y tuvo que tirarlo.

Pero aquellos eran despistes menores. En cambio a Penny no le gustaba recordar el dia que salio de tiendas por el pueblo, hizo sus compras y luego no pudo recordar como volver a casa. En su mente, en el lugar del cuidado sendero que cruzaba el pueblo de Dedham y subia por la colina hasta Ivy Cottage, habia un vacio.

Se precipito, horrorizada, al acogedor salon de te de su amiga Mary. Se sento, jadeante, charlando y se tomo un te caliente y dulce, fingiendo que no se habia abierto un agujero en su universo, hasta que vio pasar a un vecino. Lo alcanzo y le pregunto, sin aliento: «?Va para casa? Voy con usted, si no le importa, George». Mientras caminaba, fue recordando el entorno, llenando los espacios en blanco; pero el miedo se instalo definitivamente en su interior. No se lo dijo a nadie, y desde luego no se lo dijo a Emma.

Tal vez lo que necesitaba eran unas vacaciones, quince dias sin responsabilidades. Le habia costado lo suyo convencer a Emma de que se lo merecian despues de aquellos anos junto a su padre. A fin de cuentas, habian heredado su dinero y podian hacer lo que quisieran. Vio un folleto de la multipropiedad en la agencia de viajes del pueblo. Followdale era precioso, cada rincon tan bonito como lo habia imaginado.

– ?Ya estas sonando despierta, para variar, Pen? -La voz de su hermana la sobresalto-. Vamos, espabila. Mas vale que salgamos a la compra ya, si tenemos que volver para arreglarnos para el coctel.

Emma saco del armario el impermeable y empezo a ponerselo con su absurda prisa habitual.

– Si, Emma, ya voy -respondio Penny. Mas valia no hacerla enfadar, o peor, causar que le hablara con su raro tono cargado de paciencia. Penny se froto la frente con las yemas de los dedos, como si al suavizarse las arrugas, su rostro pudiera recuperar la habitual patina de alegria, y sonrio abiertamente cuando Emma se volvio hacia ella.

* * *

Veintiocho… veintinueve… treinta… Hannah Alcock, sentada delante del espejo, contaba los movimientos suaves y circulares del cepillo de pelo. Que raro, penso, como conservamos los habitos de la infancia. No sabia de ninguna razon logica por la cual tuviera que cepillarse el pelo cien veces al dia, pero si cerraba los ojos un momento, se veia sentada en su antiguo tocador, en camison, mirando como el arco del cepillo descendia por su cabello largo y castano, y oia la voz de su madre desde el distribuidor: «Hannah, carino, acuerdate de cepillarte el pelo».

Habia pasado mucho tiempo, casi treinta anos, desde la noche en que metio las tijeras en su cabellera larga hasta la cintura y se la corto. Cayo como un manto por su espalda, de un color castano brillante, con reflejos caoba, el orgullo de su madre, y ella se lo habia cortado brutalmente a la altura del cuello.

Aunque desde entonces habia llevado el pelo corto, habia seguido cepillandoselo por las noches. Un ritual tonto, que tenia que haber rechazado en su remota adolescencia, pero cuando estaba nerviosa, como esa noche, le resultaba extranamente tranquilizador. Los musculos del estomago se relajaron a medida que respiraba al ritmo del cepillado, y para cuando dejo el cepillo de plata junto al espejo a juego, se sentia algo mas capaz de afrontar la noche.

El coctel habia empezado hacia un cuarto de hora. Si no se daba prisa, llegaria mas tarde de lo debido. Sin embargo, siguio estudiandose en el espejo. Habia acabado por pensar que tenia una cara bonita, al superar el deseo infantil de tener una belleza convencional. Las ninas mofletudas y rubias que tanto envidiara se habian descolorido, su piel se habia vuelto fofa y el cabello con reflejos y tenido tapaba el gris invasor. Ella, que ahora llevaba un corte cuidado y caro, tenia solo unas cuantas canas en las sienes, y la fuerte y marcada estructura osea que habia desdenado, ahora le daba caracter y la hacia llamativa.

Llevaba anos sin preocuparse por la opinion de los demas. Tenia exito, era segura y serena, pensaba que nada podria alterar su equilibrio, tan cuidadosamente edificado. Hasta que las conmociones, lentas y extranas, del ultimo ano habian crecido en su interior, envolviendo toda su vida, y la habian empujado a actuar de forma decididamente irracional.

Habia planeado el encuentro con toda la atencion que dedicaria al experimento mas complicado, habia contratado a un detective privado para enterarse de los detalles de la vida de el, habia comprado la multipropiedad para la misma semana… Y alli estaba, vacilando en el ultimo momento, sufriendo el terror escenico como la nina torpe que fue.

?Tenia algo que perder, al fin y al cabo? Podia pasar la semana recorriendo los pasillos, un saludo, un contacto fisico casual, y luego el se marcharia sin recordar su nombre ni su rostro. Aquello no podia hacerle dano.

Pero tambien podian hacerse amigos. No pensaba en nada mas, en lo que le diria, en como reaccionaria el. Todo empezaria aquella noche, con una presentacion facil seguida probablemente de un intercambio de nimiedades.

Se levanto, recogio el bolso del saloncito y cerro la puerta tras si con firmeza.

* * *

Duncan Kincaid se apoyo en la barandilla del balcon, sin ganas de moverse, sin ganas de hacerse el nudo de la corbata y cumplir con los requisitos que dictaban las obligaciones sociales. Su estallido de energia anterior habia dado paso a un estado letargico.

Seria mas facil prepararse algo de cena y echarse en el sofa con el gastado ejemplar de Jane Eyre que habia encontrado en el cajon de la mesilla. Los huevos, bacon y la barra de pan recien horneado que habia comprado en la tienda del pueblo eran provisiones suficientes para una noche tranquila.

Mientras echaba un vistazo a la seccion de galletas de la tienda, habia oido una vocecita de nina a sus espaldas: «Usted debe de ser el nuevo huesped. Teniamos muchas ganas de conocerlo». Se volvio y vio a una mujer menuda envuelta en una voluminosa capa escocesa. Tendria unos sesenta anos, con un mullido nido de

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