– Nos queda la planta baja. La suite de delante esta vacia esta semana. Se llama la Herriot, * por cierto. Una suerte que no haya tambien la Siegfried o la Tristan. Nos encanta echar mano de nuestras celebridades locales en cuanto podemos. Ya le he hablado de los Rennie; y la suite trasera del otro lado tiene la joya de la semana, las hermanas MacKenzie, de Dedham Vale. Las dos ancianitas se lo han pasado en grande durante la primera semana, son conmovedoras. -Al ver la sonrisa de entendimiento de Kincaid, continuo-. Veo que ya las conoce. Pero no se deje enganar por las apariencias. Tal vez a Emma le haya parecido mas Munnings * que Constable, pero no creo que sea tan masculina como quiere hacer creer, ni Penny tan tonta.

Habian llegado a la entrada e hicieron una pausa.

– ?Y los chalets? -pregunto Kincaid.

– Estan vacios. Aparte del de Cassie. -Otro asunto zanjado, penso Kincaid ante la brusquedad de Sebastian-. La recepcion ya la ha visto. Al otro lado esta la sala, que lleva al bar White Rose. Eso anima a que los propietarios se reunan. Se supone que se fundamenta en la honradez, pero siempre hay quien no paga: cuando se han servido la bebida miran furtivamente por la sala por si los ven poner o no el dinero en el bol.

Sebastian se miro al espejo del vestibulo, se peino un mechon de pelo con los dedos y se arreglo los pantalones a la altura de la estrecha cintura.

– Bueno, es hora del teatro y la diversion. ?Puedo acompanarle a la batalla?

Lo miro con tanta complicidad como si le guinara el ojo, dejando en Kincaid la sensacion de ser tan transparente a ojos de Sebastian Wade como el resto de los tontos del mundo.

* * *

En la sala, el ambiente estaba cargado de humo y la mala ventilacion, que producia picor de garganta, se sumaba al rojo de las barras electricas que brillaba en la chimenea. Los huespedes formaban grupitos como para protegerse sobre la alfombra de estampado rojo y verde, y sus voces se mezclaban como en un coro.

Sebastian lo acompano por la sala hasta la barra y le sirvio una cerveza. Mientras esperaba, Kincaid se fijo en una habitacion detras de la barra a la que Sebastian no habia hecho referencia. A diferencia de la pulcra y ordenada recepcion donde Cassie lo recibiera, esta era un verdadero despacho: un escritorio gris metalico y un armario, una resistente silla de secretaria y una percha de madera dentada sustituia la elegancia estilo Reina Ana. Los papeles cubrian en parte la calculadora, desparramados sobre la mesa hasta la maquina de escribir. Aquel debia de ser el dominio de Cassie, el centro neuralgico de la casa. No era de extranar que Sebastian hubiera decidido pasarlo por alto.

Volvieron a cruzar la sala con sus bebidas hasta un lugar privilegiado junto a la puerta. Sebastian se apoyo contra la pared apuntalando un pie y repaso la sala con vivo interes.

– A ver -dijo-, es el momento de las adivinanzas. Veamos si situa al resto del grupo.

Cuatro personas estaban reunidas frente a la barra, con bebidas en la mano, en parte atentas a la conversacion y en parte a la sala, con aires de estar acostumbradas a los cocteles.

– Estan pegando un buen repaso, no vayan a perderse algo interesante -Sebastian dio un sorbo a su jarra y espero a que Kincaid relacionara caras y descripciones.

– Hum -dijo Kincaid, aceptando el reto-, el senor alto e impecable con traje Savile Row… ?es el politico?

Esbelto, con el cabello brillante y bien cortado, era un hombre de pomulos prominentes que daban distincion a su rostro. Le relucian hasta las unas de la mano con que sostenia el vaso. Sebastian asintio y Kincaid continuo:

– No es solo por la pinta. Parece que este en un escaparate, para que lo miren. A ver, la mujer de pelo crespo y el vestido tejano holgado. No es su esposa… Es la propietaria del centro de salud. Maureen, ?no?

Sebastian sonrio, aprobador.

Un hombre enclenque de mediana edad, cabello ralo y gafas, monopolizaba la conversacion. Los demas rostros expresaban varios grados que iban del desinteres al puro aburrimiento.

– El senor Lyle, de Hertfordshire, ?verdad? Y la mujer morena con cara de sufrimiento tiene que ser su esposa.

– Bravo. Perfecto. A ver si los remata…

– Ni que fueran toros. -Kincaid repaso la sala, obediente; le divertia poner a prueba su memoria casando nombres y descripciones.

En una mesa junto a la ventana habia un hombre voluminoso, con el cabello ralo compensado en cierto modo por una espesa barba castana que le cubria la barbilla. Estaba jugando con dos ninos, y aunque tenian la atencion puesta en un tablero, parecia incomodo por la chaqueta y la corbata, se tiraba con los dedos del cuello de la camisa y agitaba los hombros inquieto dentro de la chaqueta.

– El resto de los Hunsinger, sin duda.

Sebastian no lo oyo. Habia centrado toda su atencion en una jovencita que estaba sola apoyada en la pared. Su cara conservaba una redondez infantil que ablandaba sus rasgos, todavia indefinidos; Kincaid penso en un puding sin cuajar. Las ojeras oscuras le daban un aire espectral, y el cabello de punta y veteado de violeta parecia una extension natural de su gesto hosco. Kincaid dio un codazo a Sebastian y dijo bajito:

– ?Angela? Quizas deberia ir a ver si puede animarla. Yo me se cuidar solo.

– De acuerdo -dijo Sebastian-. Hasta luego.

Kincaid se arrepintio casi de inmediato. La mujer del vestido de tela vaquera se encamino hacia el esquivando el sofa, con una sonrisa resuelta. Parecia haber estado esperando la oportunidad de escapar. Llamo su atencion una mujer que vacilaba en el umbral. Llevaba un conjunto sedoso, color crema, estampado con rosas, contrastando con su aspecto llamativo y anguloso. La que faltaba, la cientifica, penso, pero antes de que pudiera dar un paso hacia ella, Maureen Hunsinger lo alcanzo como una marea llena de buenas intenciones.

* * *

Hannah encontro la reunion en pleno apogeo, y cuando entro en el salon intento ostentar una expresion alegre. Se dirigio a la barra y se sirvio un whisky, sin lograr recordar cuando habia necesitado antes algo de alcohol para actuar.

A su lado, sirviendose una copa de licor de jerez abundante, estaba la mas fofa de las hermanas MacKenzie con su suave cabello gris desplegado en forma de halo alrededor de la cara, como si hubiera atravesado un vendaval. Penny hizo una inclinacion a Hannah y levanto la copa, susurrando con tono complice:

– Un regalo especial -dijo, y prosiguio, con confianza ingenua-, y ?que le parece nuestra nueva adquisicion, senorita Alcock? Nos hemos encontrado con el esta tarde en la tienda, un hombre encantador, tan educado… Cassie dice que trabaja para el gobierno, lo cual resulta lamentable. Nadie lo diria.

Hannah siguio su mirada hasta el otro lado de la sala, donde un hombre alto estaba apoyado en la pared, clavado como una mariposa con un alfiler por una mujer bien dotada y vestida de forma llamativa. No tenia aspecto de funcionario. Buena presencia, treinta y tantos, o quizas algo mas, de cabello castano claro, revuelto, y una nariz ligeramente irregular. Escuchaba a Maureen con expresion divertida, pero Hannah percibio en el sentido de la observacion y una serenidad que lo mantenia a distancia.

– Kincaid -dijo Penny-. Se llama Duncan Kincaid.

Hannah aparto la vista y se reprocho haberse distraido con semejantes tonterias cuando tenia algo mas importante en que pensar. Entonces, como si hubiera notado su mirada, Kincaid se volvio y sus miradas se cruzaron. El sonrio. Con una sonrisa de oreja a oreja, tan maliciosa como amable, y completamente desarmante.

Cassie aparecio junto a Hannah con su acostumbrada y callada eficiencia, anunciada por la fragancia penetrante y fresca que usaba. A Hannah le recordo el olor de las hojas cuando queman.

– Segun tengo entendido, se ha encontrado esta manana con la senorita MacKenzie. Permita que le presente a los demas huespedes.

Cassie ejecuto su papel de anfitriona con impecable profesionalidad, tal como Hannah esperaba. El encuentro que tan fervientemente deseaba se cumpliria sin esfuerzo, con la facilidad de un encuentro casual. Tenia que evitar traicionarse con un tartamudeo o un gesto incontrolado, pero contrajo tan fuertemente los musculos abdominales que le costaba respirar. Se obligo a relajarse e inspiro hondo, diciendo, con una sonrisa tan leve

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